“La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo“
Hech 5, 12-16; Sal 117; Apoc 1, 9-11. 12-19; Jn 20, 19-31.
Este domingo ha sido instituido para vivir, que no sólo meditar, en la misericordia de Dios. Por eso conviene traer a nuestro interior la experiencia de paz que ofrece el Señor Resucitado. Paz, porque los acontecimientos que vivieron los primeros discípulos los llevaron a replegarse; y no se puede vivir escondidos, menos anunciar una esperanza. Paz, porque nosotros, de modo semejante, nos hemos replegado, hemos tenido miedo a soñar con un mundo más fraterno y justo. Paz para aquellas personas que han tenido que padecer persecución y violencia, guerra, muerte de los suyos. Paz, porque nuestro tejido social se estremece con la violencia de cada día, que arrasa con la vida de tantos.
Jesús Resucitado nos ofrece su paz, lo hace acercando su corazón al nuestro; siente tan cerca lo que nos duele y alegra, que nada le es indiferente. De esa cercanía, corazón a corazón, nos arranca de la muerte para luego enviarnos a quienes también necesitan sanar la vida, ser acompañados, ser vendados en sus heridas. Se trata de ofrecer lo que hemos recibido.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Emmanuel Velázquez Mireles C.M.
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