Desde un punto de vista vicenciano: El mañana de Dios

por | Abr 27, 2025 | Formación, Patrick J. Griffin, Reflexiones | 0 Comentarios

Al inicio de mi homilía durante la Vigilia Pascual, utilicé una expresión del Papa Francisco que me gusta mucho. Habló de la Pascua como «el mañana de Dios». Enfocó esa expresión a través de la experiencia de un corazón humano —la Virgen— e invitó a nuestra reflexión y participación. Escuchad:

«El mañana de Dios para ella [María] es el alba de la mañana de Pascua, de ese primer día de la semana. Nos hará bien pensar, en la contemplación, en el abrazo del hijo con la madre. La única lámpara encendida en el sepulcro de Jesús es la esperanza de la madre, que en ese momento es la esperanza de toda la humanidad. Me pregunto a mí y a vosotros: en los monasterios, ¿está aún encendida esta lámpara? En los monasterios, ¿se espera el mañana de Dios?»  (Papa Francisco, Alegraos: Carta circular a los consagrados y consagradas, 2 de febrero de 2014, §12)

Francisco nos invita a esperar expectantes junto a María ante la tumba del Señor crucificado. En ese lugar privilegiado comienza nuestra historia pascual.

En este Año Jubilar, en el que ponemos de relieve la esperanza, podemos escuchar la hermosa frase de Francisco: «La única lámpara encendida en la tumba de Jesús es la esperanza de la madre». Tiene una fuerza y una enseñanza maravillosas. Jesús había sido crucificado y, a todas luces, estaba muerto y enterrado. María no sabía qué esperar, pero no creía que aquello fuera el final. «Esperando contra toda esperanza» (Rom 4,18), como escribe Pablo en su Carta a los Romanos, María confiaba en que Dios actuaría con un poder y una sabiduría inconcebibles. Gabriel le recordó esta verdad precisamente para una situación así: «Porque nada hay imposible para Dios» (Lc 1,37). Y Francisco afirma que la oración de María «en aquel momento es la esperanza de toda la humanidad». Unimos nuestra esperanza a la suya.

Me gusta pensar en algunas de las maravillosas imágenes que Francisco emplea para enseñarnos sobre nuestra fe. Creo que la elección del «mañana de Dios» fue impulsada por el Espíritu Santo mientras el Santo Padre entraba en ese «mañana» unas horas más tarde. Tuve la bendición de hacer partícipe a mi comunidad reunida de la esperanza de este hombre tan bueno.

Sabiendo que su tiempo en la tierra era cada vez más corto, el Papa Francisco había preparado un breve testamento, que comienza así:

Sintiendo que se acerca el ocaso de mi vida terrenal y con viva esperanza en la Vida Eterna, deseo expresar mi voluntad testamentaria únicamente en lo que se refiere al lugar de mi sepultura.

Siempre he confiado mi vida y mi ministerio sacerdotal y episcopal a la Madre de Nuestro Señor, María Santísima. Por eso, pido que mis restos mortales descansen esperando el día de la resurrección en la Basílica Papal de Santa María la Mayor.

Me llamó la atención la forma en que habla de «ocaso» en contraposición a «amanecer» en el pasaje anterior. Ambos centran nuestra atención en una sepultura, en la esperanza y en la Santísima Madre, por la que sentía una especial devoción. Es evidente que en su corazón permanecía encendida la lámpara de la vida nueva.

Echaré de menos la guía y la amabilidad del Papa Francisco. Yo, con vosotros, rezo para que otro hombre de su talla dirija la Iglesia. Y Dios escuchará nuestra oración. Permítanme terminar con dos de mis enseñanzas favoritas del corazón de este líder verdaderamente cristiano. Ambas tienen carácter vicenciano:

«Dios es Padre y no repudia a ninguno de sus hijos».

«Oh, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres».

Amén.

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