Hoy el mundo se detiene mientras la Iglesia se recoge en duelo y en memoria del Papa Francisco, cuyo funeral se ha celebrado en el corazón de Roma. Mientras doblan las campanas de la Basílica de San Pedro y los fieles se unen en oración, no solo se despide a un Papa muy querido, sino a un pastor cuya vida y pontificado transformaron la Iglesia y llegaron al corazón de millones de personas. Su fallecimiento el 21 de abril de 2025, a la edad de 88 años, supone el final de un capítulo lleno de compasión, valentía y una llamada incesante a vivir el Evangelio en su más plena expresión.
El Papa Francisco asumió el papado en 2013 con una frescura y autenticidad que cautivaron al mundo. Desde el principio, eligió la sencillez frente a la grandeza, la humildad frente al poder. La elección de su nombre -Francisco- lo decía todo: sería un Papa de los pobres, un hombre de paz, un constructor de puentes y un custodio de la creación. Y así fue.
Al despedirse la Iglesia del Papa Francisco, la Familia Vicenciana de todo el mundo no sólo guarda luto, sino que reflexiona. Para quienes siguen las huellas de San Vicente de Paúl, la vida y el legado del Papa Francisco resultan profundamente familiares: un amor por los pobres que no es abstracto, una fe expresada en la acción, una Iglesia cercana a la gente y un Evangelio vivido en los márgenes.
El corazón del Papa Francisco palpitó con la misma pasión que inspiró a San Vicente, Santa Luisa de Marillac, Santa Isabel Ana Seton, el Beato Federico Ozanam y todos los santos, beatos y miembros de la Familia Vicenciana. Fue un Papa de las periferias, un padre para los olvidados y una voz profética en favor de la justicia, la misericordia y la compasión. Ahora que su voz ha enmudecido y que su peregrinación terrena ha concluido, la pregunta que nos queda es: ¿qué caminos nos deja por recorrer? ¿Qué líneas de acción surgen para quienes se comprometen a vivir el carisma vicenciano en el siglo XXI?
La Iglesia como un «hospital de campaña»
Una de las metáforas más imperecederas de su pontificado fue la imagen de la Iglesia como un «hospital de campaña». El Papa Francisco soñaba con una Iglesia volcada hacia los necesitados, no alejada de ellos; una Iglesia que curase a los corazones rotos y ofreciese esperanza en lugar de condenación. Instó a todos los agentes de pastoral a ir al encuentro de las personas allí donde se encontrasen, especialmente en su dolor y su sufrimiento. En lugar de esperar detrás de los muros, llamó a la Iglesia a salir a la calle, a ser una presencia sanadora en un mundo fracturado.
La imagen de la Iglesia como un hospital de campaña tras la contienda resonó entre los vicencianos que trabajan en primera línea del sufrimiento humano. Ya sea en la educación, la sanidad, la vivienda, la pastoral penitenciaria, la abogacía o el acompañamiento, Francisco nos pidió estar allí donde las heridas son más profundas. Nos recordó que las personas necesitan sanación antes que doctrina, y que el primer paso en la evangelización es la compasión. En el espíritu de San Vicente, se nos invita a ser sanadores de cuerpos, corazones y expectativas.
La misericordia en el centro del Evangelio
Más que un tópico, la misericordia se convirtió en el corazón de su pontificado. Una y otra vez recordó a la Iglesia que la misericordia es el nombre mismo de Dios. Su Año Jubilar de la Misericordia en 2016 no fue meramente simbólico, sino una audaz invitación a todos los católicos a redescubrir el núcleo de su fe. Ya fuera en sus homilías diarias, en sus exhortaciones apostólicas o en sus innumerables gestos de perdón y amor, Francisco insistió en que la Iglesia debe ser el rostro de la misericordia del Padre en un mundo herido y dividido.
La misericordia es para el Papa Francisco algo más que una virtud: es una lente a través de la cual ver el mundo. Su sueño de una Iglesia misericordiosa invita a los vicencianos a renovar nuestra forma de ser: cómo acogemos al forastero, cómo perdonamos los agravios, cómo hablamos y servimos. Vicente de Paúl creía que el amor es «inventivo hasta el infinito»; Francisco nos desafía a ser inventivos en la misericordia. En un mundo cruel y dividido, la misericordia puede ser nuestro testimonio más radical.
Una opción preferencial por los pobres
El Papa Francisco practicó y predicó una solidaridad radical con los pobres. Constantemente desafió a los acomodados y defendió los derechos y la dignidad de los marginados. Ya fuera hablando a líderes mundiales o visitando favelas, campos de refugiados y prisiones, encarnó la opción preferencial de la Iglesia por los pobres con una coherencia asombrosa. Recordó al mundo que la indiferencia es el mayor pecado en una era globalizada y que la pobreza no es sólo una estadística, sino un grito que debe ser escuchado.
Para los vicencianos no es algo nuevo, pero el Papa Francisco lo renovó con urgencia y claridad. Recordó a la Iglesia una y otra vez que los pobres no son objetos de caridad, sino sujetos de la historia. No hay que compadecerse de ellos desde lejos, sino abrazarlos como a hermanos y hermanas. Tras Francisco, debemos renovar nuestro compromiso de servir no a los pobres, sino con ellos: escuchar, aprender y dejarnos evangelizar por sus vidas, su sabiduría y su resiliencia.
Una Iglesia sinodal que escucha
Durante todo su pontificado, el Papa Francisco invitó a la Iglesia a caminar unida: laicos, clero y obispos por igual. A través del Sínodo sobre la Sinodalidad, abrió un espacio para una escucha profunda y un diálogo honesto, afirmando que el Espíritu Santo habla no solo a través de la jerarquía, sino a través de todo el Pueblo de Dios. Se opuso al rígido clericalismo e invitó a una Iglesia más inclusiva y con capacidad de discernimiento, que aprende de la experiencia y camina con su pueblo.
La llamada a la sinodalidad —el caminar juntos de toda la Iglesia— es también una llamada a la Familia Vicenciana: se nos invita a profundizar en nuestro compromiso de discernimiento compartido. La sinodalidad nos insta a escuchar al Espíritu Santo que habla a través de cada voz, especialmente las voces que a menudo son silenciadas. Significa estar abiertos a nuevos caminos y confiar en el Espíritu más que en nuestras propias certezas. Durante la Segunda Convocatoria de la Familia Vicenciana celebrada en Roma en noviembre de 2024, esta invitación se convirtió en un tema fundamental. Delegados de todo el mundo reflexionaron en profundidad sobre cómo la sinodalidad no es sólo un método, sino una actitud espiritual arraigada en la humildad, la escucha atenta y la corresponsabilidad. Reconocieron la necesidad de ir más allá de las iniciativas individuales hacia una forma más colaborativa y participativa de vivir el carisma de San Vicente de Paúl. A través de la oración, el diálogo y las experiencias compartidas, la Asamblea identificó las directrices clave para el futuro, una hoja de ruta que fomenta la creatividad audaz, la comunión intercultural y un compromiso renovado con los que viven en la pobreza. Estas conclusiones servirán de guía para el camino sinodal de la Familia Vicenciana en los años venideros, ayudando a todas las ramas a caminar juntas con mayor cohesión, determinación y celo misionero.
Un estilo de cercanía pastoral
Hay pocos líderes contemporáneos que hayan mostrado tanta calidez personal y sensibilidad. Los gestos del Papa Francisco —abrazando a los enfermos, lavando los pies a los presos, redactando notas manuscritas, haciendo llamadas telefónicas por sorpresa— hablan con más fuerza que cualquier encíclica. Su presencia transmitía cercanía, especialmente a quienes a menudo se sienten olvidados o poco queridos. Era un Papa de ternura, que no temía mostrar emoción o vulnerabilidad, un pastor que conocía los nombres y las historias de las personas con las que se encontraba.
Francisco insistió en que el verdadero cambio comienza con el encuentro, cara a cara, de corazón a corazón. Pidió una Iglesia en salida, que se encontrara con la gente allí donde está y escuchara sin juzgar. Esto tiene una profunda resonancia en los vicencianos, cuya espiritualidad es encarnada y relacional. No estamos llamados a servir a ideas o ideologías, sino a las personas, especialmente a aquellas a las que el mundo ignora. Como Vicente, como Francisco, debemos dejar que el encuentro modele nuestra oración, nuestra acción y nuestra identidad.
Una Iglesia de puertas abiertas
El Papa Francisco repetía a menudo que la Iglesia no debe ser una aduana, sino un hogar para todos. Siempre abogó por una pastoral de acogida y no de exclusión. En un mundo cada vez más dividido, su mensaje fue claro: la Iglesia debe ser un lugar donde todos se sientan vistos, escuchados y amados. Su énfasis en el acompañamiento por encima del juicio invitó a muchos a volver a una fe de la que se habían visto apartados.
Para quienes caminan en el espíritu de San Vicente de Paúl, la visión del Papa Francisco de una Iglesia de puertas abiertas es una invitación directa a ensanchar nuestros corazones y nuestros ministerios. Estamos llamados a crear espacios donde todos sean auténticamente bienvenidos, no solo de palabra, sino en la práctica. Esto significa ir al encuentro de las personas allí donde se encuentran, dejando a un lado los juicios y ofreciendo un acompañamiento basado en la compasión. Como vicencianos, tenemos el reto de ser puentes, no muros, para garantizar que aquellos que han sido heridos o excluidos por la Iglesia puedan redescubrir en nosotros el rostro de Cristo que les acoge, les cura y camina con ellos.
Ecología integral y cuidado de la creación
A través de su histórica encíclica Laudato Si’, el Papa Francisco entretejió el cuidado del medio ambiente con la justicia social, la espiritualidad y la dignidad humana. Llamó al mundo a una conversión ecológica, recordando a todos que «todo está conectado». Alzó la voz de la Iglesia en los foros mundiales sobre el medio ambiente e inspiró a innumerables comunidades religiosas a actuar en favor del planeta y de las generaciones futuras.
Con Laudato Si’, el Papa Francisco dio a la Iglesia una poderosa conciencia ecológica enraizada en la fe y la justicia. Para los vicencianos, no se trata de una misión separada, sino que forma parte de nuestro compromiso con los pobres, que son los primeros en sufrir la destrucción del medio ambiente. La ecología integral significa cuidar la creación, promover el desarrollo sostenible y abordar las raíces sociales del daño medioambiental. Nos invita a formar nuevos hábitos de vida, consumo y defensa en comunión con toda la creación.
Abrazar a los marginados
Ya fuera abogando por los migrantes, defendiendo la dignidad de las personas LGBTQ+ o reuniéndose con supervivientes de abusos, el Papa Francisco trató de situar en el centro a quienes se encontraban en las periferias. A menudo reconoció los fallos de la Iglesia y pidió perdón, no desde la debilidad, sino desde la fuerza de la verdad y el amor. Recordó a la Iglesia que el verdadero escándalo no es el quebranto de las personas, sino la incapacidad de amarlas como lo hace Cristo.
El Papa Francisco nos recordó que no se encuentra a Cristo en la comodidad o el prestigio, sino entre los lastimados, los marginados y los silenciados. Para los vicencianos, ésta es una llamada a pasar de la caridad a la comunión, a no sólo servir a los pobres, sino a estar con ellos, a escuchar sus gritos y a ser transformados por sus realidades. Abrazar a los marginados significa algo más que llegar a ellos; significa desplazar el centro de nuestras vidas y comunidades hacia las periferias. Al hacerlo, nos hacemos más fieles tanto al Evangelio como al carisma vicenciano, que nos insta a amar no en teoría, sino en proximidad radical.
El poder del testimonio
Una y otra vez, el Papa Francisco subrayó que el testimonio es más poderoso que la doctrina por sí sola. Pidió una Iglesia que evangelice no imponiendo, sino atrayendo; no condenando, sino viviendo la alegría del Evangelio. Exhortó a los fieles a ser discípulos misioneros, cuyas vidas reflejen la belleza y la misericordia de Cristo. Para él, la credibilidad no se gana con argumentos, sino con amor auténtico.
El propio estilo de vida del Papa Francisco fue un testimonio: sencillo, alegre, humano. Rechazó el clericalismo y animó a cada creyente a redescubrir la alegría del Evangelio. Su autenticidad rompió la formalidad institucional y tocó los corazones. Para la Familia Vicenciana, es una llamada a vivir con integridad, a evitar la doblez y a mantener el Evangelio en el centro. Ya seamos laicos o consagrados, jóvenes o mayores, ricos en recursos o pobres en medios, estamos llamados a reflejar la sencillez de Cristo.
Una voz en favor de la paz y la justicia
En el ámbito mundial, el Papa Francisco fue una voz inquebrantable en favor de la paz. Se opuso a la guerra, al comercio de armas, a las armas nucleares y a la pena de muerte. Tendió la mano a líderes de otras religiones, construyendo puentes de diálogo y respeto mutuo. Sin miedo a decir la verdad a los poderosos, convocó al mundo hacia una política del bien común, en la que la dignidad de cada persona se mantuviera por encima del beneficio o la ganancia geopolítica.
Los vicencianos estamos llamados a seguir ese camino, convirtiéndonos en artesanos de la paz, apoyando a los refugiados, defendiendo a los que no tienen voz y construyendo puentes de entendimiento en un mundo fracturado. En la tradición de la Beata Rosalía Rendu y de muchos otros, estamos llamados a resistir con amor y a ser audaces en la justicia.
Mirando al futuro
Mientras la Iglesia comienza el novendiali, los nueve días de luto y oración, el Colegio Cardenalicio se prepara para reunirse en cónclave a fin de designar al próximo sucesor de Pedro. El mundo observa, pero la Iglesia escucha la voz del Espíritu, siempre sorprendente, siempre nueva. El próximo Papa heredará una Iglesia inspirada en la visión del Papa Francisco: una Iglesia más humilde, más inclusiva, más misericordiosa y más en contacto con la vida real de las personas de todo el mundo.
Francisco nos ha enseñado a dejar espacio al Espíritu Santo: a dejarnos sorprender, a dejarnos conmover, a dejarnos enviar. Su propio papado estuvo lleno de gestos inesperados y reformas audaces. Los vicencianos están invitados a vivir esta apertura con valentía. El futuro de nuestra misión no se encuentra en planes rígidos, sino en la docilidad al susurro del Espíritu. Se encuentra en el discernimiento orante, en el riesgo gozoso y en la voluntad de seguir a Cristo dondequiera que Él nos guíe.
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El legado del Papa Francisco no consiste en soluciones perfectas o respuestas fáciles, sino en una presencia fiel, preguntas audaces y una esperanza centrada en el Evangelio. Su pontificado no nos deja un proyecto completado, sino un camino hacia adelante trazado por las huellas de Jesús, especialmente allí donde el mundo más sufre. A la vez que la historia de la Iglesia cierra una página, la Familia Vicenciana recibe del Papa Francisco no un libro cerrado, sino un mapa lleno de nuevos caminos. Su pontificado nos llama a profundizar, a ir más lejos, a ser más humildes.
Hoy, en el silencio del dolor y la esperanza de la fe, la Iglesia eleva sus ojos al cielo y da gracias, y así lo hacemos nosotros —por su liderazgo, por su corazón, por su testimonio— y rezamos para que su visión siga inspirando nuestras propias vidas de servicio, misericordia y amor.
Que el fuego que él reavivó en la Iglesia arda con fuerza en nuestras comunidades vicencianas. Que podamos continuar su legado, no con nostalgia, sino con valentía. Y que, como él, nunca nos cansemos de caminar con los pobres y de escuchar con el corazón.
Gracias, Señor, por el don que fue el Papa Francisco. Gracias por su corazón, su coraje, sus lágrimas, su risa, su sabiduría y su testimonio. Que las semillas que plantó sigan creciendo y dando fruto, y que seamos fieles a la visión de amor, justicia y misericordia que él tan generosamente compartió. Amén.
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