“Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio”
Hech 4, 13-21; Sal 117; Mc 16, 9-15.
El envío a predicar el evangelio es central en la experiencia de haber visto, comido, hablado y estado con el Resucitado. Él mismo nos envía. Precisamente porque hemos sido testigos, como los primeros discípulos, somos enviados a compartir con otros tal experiencia. Pero, si no es así, si no lo hemos visto ni sentido resucitado ¿de qué podremos hablar? ¿Qué buena noticia y consuelo podríamos dar a quienes se hallan caídos y lastimados?
Cuando Jesús Resucitado se acerca a los que llamó para que estuvieran con él, les ofrece nuevamente su compañía, estará con ellos –nosotros– “hasta la consumación de los tiempos”; además, les –nos– dona su mismo Espíritu para continuar trabajando por la instauración del Reino de Dios.
El envío es para hacernos capaces de anhelar, como él mismo lo hizo, que Dios termine su obra. Los enviados de ayer, de hoy y mañana vamos contra corriente; en cada época habrá dificultades duras que sortear, sin embargo, no nos anunciamos a nosotros mismos (¡Ojalá que no!), anunciamos que Jesús, nuestro Señor, ha vencido a los poderes que dan muerte y nos comparte su victoria.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Emmanuel Velázquez Mireles C.M.
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