“No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior?”
Hech 3, 11-26; Sal 8; Lc 24, 35-48.
Toca el turno a los once apóstoles, el grupo cercano de Jesús, los amigos a los que instruyó aparte. Lo abandonaron cuando fue aprehendido, el miedo y la decepción los hizo correr. Ahora los encuentra Jesús, están intentando pescar algo. Parece que han vuelto a su antiguo oficio de pescadores, así los conoció y los llamó el Señor, así los vuelve a encontrar. No resulta sencillo rehacer la vida, comenzar de nuevo, hay heridas que se llevan a flor de piel, aunque las ocultemos o las neguemos. El Maestro las conoce bastante bien, por eso va al encuentro, los descubre con miedo, con dudas en su interior. Ellos creen ver a un fantasma y él asegura ser de carne y hueso, como ellos. Los llama como nos llama a cada uno después de haber fallado, después de esos errores que nos cambian la vida. La imagen del agua sirve, además, para evocar la claridad de lo ocurrido, para saber con precisión lo que hemos hecho, para asumirlo y tratar de remediarlo.
San Ireneo nos regala una bella frase sobre la encarnación del Señor: “Lo que no es asumido no es redimido”. Delante del Señor hay que asumir lo que hemos errado, en ese aprendizaje junto a él hallaremos redención.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Emmanuel Velázquez Mireles C.M.
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