Tres caminos de compromiso a la luz del testimonio de Federico Ozanam
Con motivo del próximo aniversario del nacimiento del beato Federico Ozanam, el 23 de abril, presentamos una serie de tres reflexiones que quieren acercarnos al corazón y al pensamiento de este laico apasionado por el Evangelio y por la justicia. En un mundo marcado por el individualismo, la indiferencia y la exclusión, la figura de Ozanam resplandece como un testigo actual y necesario.
Estos tres artículos quieren ayudarnos a descubrir tres facetas esenciales de su vida y legado, que pueden inspirarnos a vivir hoy una fe más comprometida, más encarnada y más profética:
- Federico, creyente con voz pública, que nos anima a llevar la fe a la plaza pública, sin miedo, con valentía y con amor.
- Federico, discípulo de los pobres, que nos invita a reconocer a los más frágiles no como objetos de ayuda, sino como “amos y señores”, verdaderos portadores de Cristo.
- Federico, defensor de la justicia, que nos impulsa a denunciar estructuras injustas y a construir un mundo más digno para todos, especialmente para los trabajadores, los migrantes y los descartados.
En cada uno de estos caminos, Ozanam no fue un espectador, sino un protagonista. Y como él, también nosotros —jóvenes, laicos, creyentes— podemos ser sal y luz en medio de la historia.
Que estas reflexiones no sean solo palabras bonitas, sino llamadas concretas a vivir el Evangelio con audacia. Que el ejemplo de Federico nos empuje a alzar la voz por los que no tienen voz, a tender la mano con humildad, y a soñar con un mundo más justo, más fraterno, más evangélico.
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Defender la causa de los oprimidos – Fe y justicia social en acción
En una época marcada por la desigualdad económica, la explotación y la indiferencia política ante las luchas de los trabajadores, muchos cristianos se preguntan: ¿Qué tiene que ver la fe con la justicia social? ¿No trata el Evangelio sobre todo de la salvación personal y la paz interior?
Federico Ozanam responde a esta pregunta con claridad y audacia. Para él, fe y justicia son inseparables. Un cristiano que ignora la difícil situación de los trabajadores, los emigrantes y los marginados no está viviendo la plenitud del Evangelio. Defender a los pobres no es «ser político», es ser fiel.
El pensamiento de Federico Ozanam
Federico Ozanam, que vivió en la Francia del siglo XIX durante el auge del capitalismo industrial, fue testigo directo de la desintegración social causada por los sistemas económicos que daban prioridad a los beneficios sobre las personas. Vio cómo los trabajadores —hombres, mujeres y niños— eran explotados en las fábricas, mal pagados y despojados de su dignidad. En lugar de refugiarse en la piedad privada o en la cómoda caridad, Federico habló públicamente, escribiendo y actuando en nombre de los oprimidos.
Insistió en que los cristianos no podían permanecer indiferentes. «La cuestión que divide a las personas —escribió— no es una cuestión de caridad, sino de justicia». Reclamaba un cambio sistémico: salarios justos, derechos de los trabajadores, protección para las familias y el reconocimiento del trabajo como una vocación noble.
Federico no consideraba a los trabajadores pobres víctimas pasivas, sino agentes de su propia liberación, con voces que debían ser escuchadas y vidas que debían ser valoradas. Creía que era deber de todo cristiano no sólo aliviar el sufrimiento, sino cuestionar las estructuras que lo causaban.
Sus palabras fueron proféticas entonces y siguen siéndolo ahora.
Fundamentos bíblicos y eclesiales
Desde sus primeras páginas, la Biblia manifiesta la preocupación de Dios por la justicia. Los profetas claman constantemente contra quienes explotan a los trabajadores y pisotean a los pobres:
«¡Ay! los que decretan decretos inicuos … excluyendo del juicio a los débiles, atropellando el derecho de los míseros de mi pueblo» (Isaías 10,1-2).
«El salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando» (St 5,4).
Jesús mismo nació en el seno de una familia obrera. Pasó la mayor parte de su vida como carpintero, trabajando con sus manos. El evangelista nos habla del Reino de Dios como una realidad que destruye las jerarquías injustas y eleva a los humildes (Lucas 1,52-53). Cuando Jesús expulsó a los cambistas del Templo (Mateo 21,12-13), estaba denunciando la corrupción de los sistemas religiosos y económicos.
La Iglesia, particularmente a través de la doctrina social católica, proclama la dignidad del trabajo y los derechos de los trabajadores. El Papa León XIII, en Rerum Novarum (1891), se hizo eco de las convicciones de Federico al defender los derechos de los trabajadores a formar sindicatos, recibir salarios justos y ser protegidos de la explotación.
El Papa Francisco continúa este legado en Fratelli Tutti, advirtiendo contra los sistemas neoliberales que crean desigualdad, e instándonos a construir una cultura de solidaridad y encuentro. Escribe: «No es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede ‘a un costado de la vida’» (FT 68).
Cómo afecta esto a la realidad en que vivimos
Hoy en día, las luchas de los trabajadores pobres son igual de apremiantes, si no más. Muchos adultos jóvenes se enfrentan a empleos precarios, trabajos de economía sumergida sin prestaciones, aumento del coste de la vida y una crisis de la vivienda que deja a millones de personas sin protección.
Los migrantes y los refugiados suelen ser explotados en los mercados de trabajo informales. Las mujeres, especialmente las madres solteras, se ven desproporcionadamente afectadas por la pobreza. Las injusticias raciales y sistémicas siguen manteniendo a comunidades enteras en ciclos de exclusión. Los sindicatos, antaño poderosas voces en favor de la justicia, se ven a menudo debilitados o ignorados.
Mientras tanto, la riqueza sigue concentrándose en manos de unos pocos. La economía digital, aunque innovadora, a menudo esconde nuevas formas de explotación bajo la apariencia de «flexibilidad» o «libertad».
En este panorama, la llamada de Ozanam a defender la causa del proletariado no es un eslogan político anticuado. Es un imperativo evangélico. Si afirmamos seguir a Jesús, no podemos ser neutrales ante la injusticia. El silencio se convierte en complicidad. La comodidad se convierte en prisión.
Cómo debería influir esto en nuestra vida cristiana
Como cristianos inspirados por el carisma vicenciano, no estamos llamados a ser observadores pasivos del sufrimiento mundial. Estamos llamados a participar activamente en la construcción de una sociedad más justa y compasiva.
Esto no significa que todos debamos convertirnos en activistas o economistas, sino que todos debemos escuchar, aprender y actuar. Nuestras elecciones —qué compramos, cómo votamos, dónde trabajamos, cómo tratamos a los demás— constituyen también decisiones espirituales. No sólo conforman nuestro carácter, sino también el mundo.
Defender la causa de los pobres hoy podría implicar:
- Apoyar el comercio justo y el consumo ético.
- Escuchar los relatos de los trabajadores y hacer oír sus voces.
- Defender los derechos laborales, la vivienda justa y leyes de inmigración justas.
- Participar en iniciativas que promuevan la creación de empleo, la educación y la inclusión.
- Solidarizarse con aquellos a los que se les niega un salario digno o unas condiciones de trabajo humanas.
Esto no es ideología política: es testimonio cristiano.
Una reflexión motivadora
¿Qué clase de cristiano quieres ser?
¿ De los que pasan de largo ante las luchas de los demás, o de los que se paran a escuchar?
¿ De los que hablan de justicia en teoría o de los que se ensucian las manos para conseguirla?
El mundo no necesita más cristianos que vayan a lo seguro. El mundo necesita creyentes audaces, compasivos y comprometidos. Gente como Federico Ozanam, que sabía que el silencio ante la injusticia es una traición al Evangelio.
No necesitas tener todas las respuestas. Sólo tienes que dar la cara. Levantar la voz. Apoyar a los que son silenciados. Y confiar en que el Espíritu de Dios ya se está moviendo a través de los lamentos de los pobres.
Jesús no murió para hacernos sentir cómodos. Resucitó para hacernos valientes.
Oración al Dios de la Justicia y la Compasión
Dios de justicia y misericordia,
Tú escuchas el clamor de los oprimidos
y caminas junto a los que están sometidos por sistemas injustos.
No estás lejos del obrero de la fábrica, del trabajador emigrante,
del padre desempleado, de la enfermera agotada, del estudiante exhausto.
Abre nuestros ojos para que veamos su dignidad.
Abre nuestros corazones para que sintamos su dolor.
Abre nuestras manos para construir un mundo en el que se honre el trabajo
y nadie se quede atrás.
Que tengamos el coraje de los profetas,
la sabiduría de los santos,
y el fuego de tu Espíritu para defender la causa de los pobres.
Amén.
Preguntas para la reflexión personal y en grupo
- ¿Dónde observo injusticias en el mundo laboral actual?
- ¿Cómo apoyo —conscientemente o no— en los sistemas económicos que perjudican a los demás?
- ¿De qué prerrogativas disfruto que pueda poner al servicio de la justicia y la equidad?
- ¿Cómo puedo integrar el compromiso vicentino con el cambio sistémico en mi vida cotidiana?
- ¿Realmente creo que mi fe me llama a la responsabilidad política y social, o las mantengo separadas?
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