“Todo está cumplido; e inclinando la cabeza, entregó el espíritu”
Is 52, 13-53, 12; Sal 30; Heb 4, 14-16; 5, 7-9; Jn 18, 1-19, 42.
Llega a su culminación una vida entregada al servicio. ¿Qué otro final podría esperarse?
Retomando las palabras que alguna vez expresó Jesús –el que desea guardarse para no gastar sus fuerzas y su vida en los otros se pierde–, nuestro Hermano mayor ha dado la vida como expresión total de amor y ternura por cada uno, como expresión de amor del Padre por cada uno de sus hijos, como expresión de presencia plena de su Espíritu Santo en la comunidad.
Es el final de la vida encarnada de Dios de forma trágica, incompren- dido por muchos y abandonado por otros tantos. Pero su entrega no queda estéril, lo que tanto predicó, lo que tanto anheló, el Reino de Dios, llegará a su plenitud. Su entrega suscitó y seguirá suscitando a hombres y mujeres de todas las clases sociales, edades y posibilidades a luchar cada uno desde su trinchera para hacer que el sufrimiento y el mal no tengan la última palabra.
Es la entrega generosa, ofrenda de Dios para el ser humano. ¡Así de grande es su amor por cada uno! Jesús muere como vivió: amando. Por eso la muerte le queda pequeña, por eso se hará memorial.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Emmanuel Velázquez Mireles C.M.
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