“Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa”
Is 50, 4-9; Sal 68; Mt 26, 14-25.
Estamos a la mitad de la Semana Mayor y el evangelio va dando el ritmo para poder vivirla en sintonía con los acontecimientos últimos de la vida de Jesús. En esa última semana de Jesús, sus discípulos fueron a buscar dónde celebrar la Pascua, siguiendo las instrucciones que habían recibido. Para ellos, judíos, era la gran fiesta que les recordaba y actualizaba la obra salvífica de Dios hacia sus padres cuando eran esclavos en Egipto, pero que llegaba hasta su presente y continuaría salvando a los que vinieran después. A esta experiencia se le llamaba “memorial”. Dios sigue salvando, Dios sigue poniéndose del lado de los débiles, Dios sigue escuchando el gemido de los que no tienen quien los defienda.
La celebración de la Pascua implicaba por tanto tener muy presente la propia indigencia y la gratuidad de Dios, la inconsistencia que nos habita y la bondad de Dios que no se limita porque seamos buenos, sino que se da en abundancia porque nos ama. Estas son experiencias, no conceptos; las podemos repetir, pero nadie puede hacer el camino por nosotros. Nos toma tiempo prepararnos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Emmanuel Velázquez Mireles C.M.
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