Resplandecer
David Brooks, columnista y comentarista de noticias, escribió recientemente un libro titulado How To Know a Person («Cómo conocer a una persona»). En él habla de lo que implica acercarse no sólo a la apariencia externa de alguien, sino, lo que es más importante, a su vida íntima, no sólo a la superficie, sino al interior, no sólo a las palabras, sino al corazón del que proceden esas palabras.
Habla de dos maneras diferentes de acercarse a otra persona.
Al primero lo llama el «Disminuidor». Se trata de alguien que cuando se encuentra contigo tiene la mayor parte de su atención puesta en sí misma. El resultado no es realmente un encuentro personal, sino más bien una autorreferencia, centrada no tanto en las personas con las que me encuentro como en sus reacciones ante mí.
Frente a eso está lo que él llama el «Iluminador», alguien interesado en la perspectiva y la vida interior de la otra persona. El Iluminador es alguien que, a través de su interés por ti, pone de relieve tus experiencias internas e ilumina tu persona.
El Disminuidor apaga el núcleo interior del otro. El Iluminador alumbra ese interior y lo saca a la superfície con más facilidad.
Hay algo de esto en este acontecimiento evangélico que llamamos la Transfiguración. Es una ocasión en la que la realidad más plena de Jesús comienza a resplandecer, su figura exterior se desdibuja y su naturaleza divina aflora a la superficie. Es la iluminación de su yo más íntimo: ropas blancas deslumbrantes, intimidad con Moisés y Elías, su verdadera gloria revelada.
Ahora bien, aunque la transfiguración, la revelación más plena de Jesús, no se produzca ahora de la misma manera que para Pedro, Juan y Santiago, sigue habiendo algo que aprender. ¿Cómo podemos ser mejores iluminadores de la persona de Jesús? ¿De qué manera podemos hacer que la profundidad del ser de Jesús se manifieste, se muestre más clara y vívidamente? ¿Cómo puedo llegar a descubrir no sólo la apariencia externa de Jesús, sino su persona interior, es decir, su vínculo con su Padre y su cercanía a nosotros en su Espíritu Santo?
¿Hasta qué punto estoy dispuesto a permitirle que me muestre más y más de sí mismo? ¿Qué hago para que brille más mi luz en su interior?
De ahí la pregunta: ¿hasta qué punto estoy disponible para Él, no sólo en la oración, sino también en la vida cotidiana? Es decir, en la apertura al prójimo, al sufrimiento que hay en el mundo que nos rodea, y a aquellos otros que también se han abierto a él.
La Transfiguración planteada en esta clave se hace cada vez más disponible, permitiendo que la presencia reconfortante del Señor Jesús y su glorioso Ser interior se acerquen, permitiendo que la voz de su Padre suene más claramente mientras proclama: «Este es mi hijo elegido, escuchadle».
En un consejo destinado a abrirse más a la presencia de Dios, Luisa de Marillac recomienda:
«Si se mantienen con frecuencia en la presencia de Dios, su bondad no dejará de hacerles ver todo lo que pide de ustedes».
Santa Luisa de Marillac, Correspondencia y escritos, C. 211 (L. 193) (A Sor Hellot), pp. 218-219
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