“Abraham, el padre de ustedes, se regocijaba con el pensamiento de verme”
Gn 17, 3-9; sal104; Jn 8, 51-59.
Nuevamente Jesús reitera que es el enviado del Padre, es uno con Él. No ha sido este el mensaje con el que comenzó su predicación, incluso les pidió a muchas personas que curó que guardarán silencio sobre su identidad. Pero llega el momento para decirlo fuerte, sin ocultamientos; quizá eso mueva las entrañas de quienes le escuchamos y nos haga sentir que es preciso movernos hacia otra dirección, una donde prevalezca su voluntad asumida por la nuestra.
“Antes de que Abraham existiera, Yo Soy”. No se trata, entonces, de una interpretación errónea de quien quiere abrazar la fe en Jesús, sino de la conclusión necesaria. Se terminó la búsqueda, estamos frente a Aquel que puede concedernos la vida plena, en abundancia. Nadie puede decir de sí mismo semejante afirmación y que sus obras den testimonio. Hasta Abraham se alegró cuando en el pensamiento lo contempló. Podemos estar ciertos que todas las acciones de justicia, de amor, de compasión, de ayuda, de misericordia, tendrán su recompensa, porque estamos haciendo lo que Jesús nos enseñó y mandó que hiciéramos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Emmanuel Velázquez Mireles C.M.
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