“Ya sé que son hijos de Abraham; sin embargo, tratan de matarme”
Dn 3, 14-20. 49-50. 91-92. 95; Dn 3; Jn 8, 31-42.
En el otro lado de la respuesta hacia la persona de Jesús –que no aparece el día de ayer– está la fe, que implica apertura para recibirlo como revelador pleno y definitivo de Dios. Esto no es tan sencillo en lo cotidiano, de eso nos habla el evangelio de hoy. Esta fe necesita decirse todos nuestros días, necesita manifestarse en acciones todos nuestros días, no sea que nos suceda como al grupo de personas que discuten con Jesús, que manifiestan ser hijos de Abraham, el padre en la fe; y sin embargo pretendan dar muerte a aquel que les habla de Dios como alguien que no se deja domesticar, que se escapa de lo solemne y lo alto para estar en lo sencillo y lo bajo, en los necesitados y enfermos.
Si fueran hijos de Abraham no querrían matarme, les reprocha Jesús. Abraham sintió compasión de Sodoma y Gomorra cuando iban a ser exterminadas, le rogó al Señor que no las destruyera en atención a una decena de justos. El padre en la fe, Abraham, también es padre en la compasión. No se puede ser hijo suyo y ser tan diferente en la relación hacia el otro.
Tampoco nuestra fe en Jesús es real si no hablamos y actuamos en base a sentimientos como los suyos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Emmanuel Velázquez Mireles C.M.
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