“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no caminará en la oscuridad”
Dn 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; Sal 22; Jn 8, 12-20.
Estas palabras son testimonio de las primeras comunidades conformadas por hombres y mujeres que buscaban dar sentido a su vida asediada por la persecución, la muerte, la fascinación de cultos que prometían traer fortuna y placeres de toda clase. Aquellas personas tuvieron que ser cautas para discernir en quién confiar su vida, a quién reconocer como su Señor, es decir, su Creador. Lo hicieron en Jesús de Nazareth, revelador pleno del Padre.
De modo semejante, también nosotros tenemos que decidir en quién poner nuestra esperanza. Se nos ofrece este testimonio seguro, se nos regala la promesa de que al hacerlo en la persona de Jesús habremos de encontrar luz para iluminar nuestra vida y nuestras luchas, nuestros anhelos y nuestras derrotas,
nuestras alegrías y también las tristezas. En resumen, poner nuestra vida en sus manos. Esto nos encamina a tomar en serio nuestra condición de cristianos, a orientar nuestras opciones de vida según el estilo de Aquel en quien esperamos. Implica no desesperar, sino trabajar en la paciencia; no responder con más violencia a quien nos agrede sino con amor. Implica estar ciertos de que el mal no tiene la última palabra.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Emmanuel Velázquez Mireles C.M.
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