“Éste es verdaderamente el profeta”
Jer 11, 18-20; Sal 7; Jn 7, 40-53.
Sigue la discusión de los judíos frente a Jesús; se cuestionan lo que todavía muchos hacemos: ¿Es o no es el enviado de Dios? De esta respuesta se sigue una forma de vivir, de esperar, de anhelar. A aquellos hombres les resultaba contradictorio que el Dios en quien esperaban estuviera presente en Jesús, un hombre sencillo, sin pretensiones, sin poder… Si el Dios que anunciaron los profetas era plenamente revelado en la persona de Jesús de Nazaret, entonces la espera había terminado, quedaba sólo escuchar para luego vivir de esa enseñanza. Muchos no lo aceptaron.
No es muy diferente la respuesta en nuestro tiempo. A menudo perdemos el tiempo en cuestiones de poder, de autoridad, de comodidad. Buscamos con ansia a alguien que nos guíe en medio de nuestras dificultades; alguien que nos levante cuando nos sentimos en el suelo. A menudo ese “alguien” no es Jesús de Nazareth. Por eso la importancia de este relato del evangelio, donde algunos escuchan y se sienten encontrados por el Señor, por eso pueden proclamar que están frente al profeta verdadero. Esta revelación es gracia, pero es también una disposición abierta a la Palabra del Señor.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Emmanuel Velázquez Mireles C.M.
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