San Vicente de Paúl y la urgencia de la formación permanente
Este asunto está en boca de muchos y es el objeto de la atención de los responsables de instituciones y empresas, ya que, de lo contrario, se quedarán desfasados o no cumplirán sus objetivos. ¿Encontramos esta misma preocupación en San Vicente de Paúl en el siglo XVII?
El padre Vicente nació, creció y ejerció su ministerio en una época de grandes cambios: las heridas de las guerras religiosas dividían a Francia; la lucha por un poder cada vez más centralizado, encaminado al poder absoluto; una escandalosa injusticia en la distribución de la riqueza; la espantosa ignorancia del pueblo, que se refugiaba fácilmente en la magia y la superstición en busca de una respuesta a sus problemas y aflicciones; un clero dividido entre el alto clero, que disponía de rentas y prebendas que generaban grandes riquezas, y el bajo clero, que carecía de formación adecuada para el ejercicio del ministerio y lo veía como una carrera y un ascensor social; un control total de la Iglesia por parte del Estado, rumbo a un galicanismo prepotente. Por otra parte, el fervor de las nuevas ideas y de los descubrimientos científicos dio lugar a la revolución científica, preparando el camino para lo que más tarde pasaría a la historia como la «Ilustración»: nuevo lenguaje, nueva actitud, nueva acción pastoral.
A la tentativa de algunas reformas aisladas en la vida de la Iglesia sucedió la lenta aplicación de los decretos reformistas del Concilio de Trento, que no recibieron el visto bueno en Francia hasta 1617. El padre Vicente se encontraba así entre un pasado del que era fruto, un presente inestable en busca de rumbo y consolidación, y un futuro que ambicionaba, entreveía y en el que quería tomar parte en su edificación. Sabemos que se licenció en la Universidad de Toulouse, cursó estudios en Zaragoza, se licenció en Derecho en París y, en una carta al Sr. Comet, decía que continuaría sus estudios en Roma. Por su formación y su lectura de la realidad social y eclesial, sintió la necesidad de una profunda reforma, que sólo podría tener éxito mediante una adecuada formación inicial y permanente.
La primera acción en este sentido fueron los «Ejercicios espirituales al clero». Esta obra nació de lo que hoy llamaríamos un «impulso» del obispo de Beauvais. En efecto, durante un largo viaje, hablaron de los problemas de la Iglesia. Y uno de los principales era el clero; no porque escaseara, sino porque era incompetente, fruto de la falta de preparación. El padre Vicente recomendó al obispo que no ordenase a nadie sin hacer previamente un retiro de 15 días. Y se ofreció a hacerlo él mismo. En una carta escrita al padre Du Coudray el 15 de septiembre de 1628 (cfr. SVP ES I, 129), da cuenta del desarrollo de esta actividad: a) examen de los candidatos; b) creación del equipo: padres Messier, Duchesne, Vicente de Paúl, un párroco local y el mismo obispo, a quien se ha pedido que se ocupe de algunas materias (1). El resultado fue tan bueno que la experiencia se institucionalizó en San Lázaro y en muchas diócesis. Dio origen a los Seminarios Mayores alargando el tiempo de formación: de quince días a dos meses, a seis meses, a un año, a dos años, ….
Pero era necesario ocuparse de los sacerdotes ya ordenados y prepararlos para el ejercicio de su ministerio. El padre Vicente tuvo la idea de reunir a un grupo de amigos en San Lázaro para el estudio y la oración: nacieron las famosas «Conferencias de los martes». Asistieron algunas de las figuras más ilustres de la Iglesia francesa, como Bossuet, Olier, Duval, etc.
En esa misma carta, escrita desde Beauvais, no olvida al pequeño grupo de San Lázaro, germen de la Congregación de la Misión, donde parece haberse instaurado el hábito de la formación permanente: «¿Están todos bien de salud? ¿Están alegres? ¿Se continúan observando los pequeños reglamentos? ¿Estudian y se ejercitan en la controversia? Le ruego, señor, que se esfuercen en saber bien el manual de Bécan (2). Es imposible ponderar bastante la utilidad que tiene ese librito» (SVP ES I, 130). «En cuanto a los más jóvenes, quizá deberían leer el «Maestro de sentencias» (3) (SVP ES I, 331).
En la conferencia del 5 de agosto de 1659, dedicada toda ella a los conocimientos que era preciso adquirir, revisar y actualizar para el buen desempeño de los diversos ministerios frente a las nuevas ideas y los nuevos tiempos, Vicente se lamenta de que algunos hayan olvidado cómo se administran los sacramentos o no sepan responder a algunas preguntas sobre la Eucaristía: «Hemos de hacernos capaces de enseñar estas cosas a las personas que nos encomienden los señores obispos». A continuación, aborda un aspecto práctico: «Que el padre Alméras dé ejemplares de los ‘Entretiens’ (4) a los estudiantes y a los sacerdotes del seminario. Nos reuniremos en la sala de San Lázaro. Y por la tarde, después de vísperas, se empezará el ejercicio de la administración de sacramentos, etcétera. Las predicaciones se tendrán durante la comida y la cena» (SVP ES XI-4, 582). El objetivo de toda la conferencia es convencer a los asistentes de que se dispongan a una formación permanente. Explica a sus oyentes todos los ámbitos del ministerio sacerdotal: predicación, catequesis, teología moral, liturgia, etc. Y les dice que no hay que avergonzarse por repasar materias olvidadas y aprender cosas nuevas. Él mismo les dice a los más reacios que a menudo siente la necesidad de hacerlo y que está en el grupo porque necesita recordar muchas cosas y aprender otras nuevas.
Las inquietudes del P. Vicente de Paúl son de extraordinaria actualidad en lo que se refiere a la necesidad de formación y capacitación permanente para ejercer bien el ministerio. Hoy, además, hay quienes creen que ya lo saben todo, tienen las respuestas a todo y no necesitan aprender nada; hay quienes, no sabiendo, tampoco se molestan en saber, porque así lo han hecho siempre, y así está bien. Hay otros que, encerrados en su propio mundo, no se dan cuenta de los cambios y siguen repitiendo «su acción pastoral» como quien repite una grabación, a trompicones, con continuas interrupciones, totalmente desconectados de sus interlocutores, sin transmitir el mensaje del que fueron designados mensajeros. La lectura de este discurso de un sacerdote de 78 años nos ayuda a sacudirnos un poco el letargo y abrirnos a una actualización del lenguaje, de los métodos, de los contenidos y, sobre todo, del compromiso.
P. José Alves, CM
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(1) Bernardo Duchesne y Louis Messier, ambos licenciados por la Universidad de la Sorbona y miembros de la Comunidad de San Nicolás de Chardonnet. Vicente de Paúl tenía la habilidad de congregar a personas de otros círculos para una obra común.
(2) Martin Becanus, jesuita belga. Escribió una Suma Teológica y un Manual de Controversias. Fue muy apreciado, sobre todo por su claridad y método.
(3) Además de Pedro Lombardo, autor de las Sentencias, hay otros autores citados o recomendados por el padre Vicente: fray Luis de Granada, autor dominico muy apreciado por sus obras de teología y espiritualidad; y san Francisco de Sales, con su célebre obra Tratado del amor de Dios.
(4) Los Coloquios de los Ordenandos eran una especie de opúsculos escritos a petición del P. Vicente por los obispos de Bolonia (François Perrochel) y Alet (Nicolas Pavillon) y el P. Olier, cuyo contenido versaba principalmente sobre teología moral.
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