“Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo”
Os 14, 2-10; Sal 80; Mc 12, 28-34.
El fundamentalismo religioso de los fariseos había multiplicado los preceptos en aproximadamente seiscientos treinta. De un grupo pequeño de mandamientos que fundaron la fe judía, el control sobre los ritos y la pureza se fue desbordando en una carga insostenible. Este es el peligro que corre toda institución, la de pensar que es más importante ella, que aquello para lo que fue creada.
Jesús ha dicho que no vino a suprimir la Ley sino a darle plenitud y es justo aquí donde lo vemos con mayor claridad porque hace derivar toda la práctica religiosa a dos cuestiones que están profundamente unidas: el amor a Dios por sobre todo y el amor a los hermanos como un amor a sí mismo.
Esta es la cura contra los excesos rituales, este es el motivo de la fe, tener siempre presente que lo que se hace es por amor a Dios, y que ese amor a Dios está directamente relacionado con el trato entre nosotros. ¡Vaya realidad!
Hay personas, aun en este tiempo, que viven el amor a Dios como un látigo de castigo a los demás, o que creen que la religión es un deber solo de ritos. A estas personas debemos mostrar este texto y hacer que lo graben en su corazón..
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Armando González Meneses C.M.
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