Cuando se nos acerca la Semana Santa, hacia mí vienen recuerdos de muchos años pasados; pero están vivos en mi memoria y es por eso por lo que deseo compartir con ustedes estas estampas tan bellas y de las que muchos se han olvidado.
Yo nací en Cienfuegos, Las Villas, Cuba, y aun siendo muy chico mi abuela nos hacía vivir con gran emoción aquellos principios de la Semana Mayor. Yo notaba que las personas se veían tristes cuando visitaban los templos y hacían la gira por los monumentos que, grandes o pequeños, se podían visitar. Recuerdo las luces, las flores, las velas y a los curas con sus vestidos de color púrpura, las imágenes cubiertas. Muchos dejaban de fumar o tomar tragos; hasta las mujeres de la vida libertina cerraban sus puertas. En verdad, todos sentían de una manera u otra los azotes que sufriría el Hijo de Dios: JESÚS DE NAZARET.
Cuando llegaba el Jueves Santo, íbamos a la misa de gallo y allí, con devoción, escuchábamos a curas que eran verdaderos lectores de la Pasión de Jesús, todo lo que estaba pasando ese día y en los días venideros. Los niños íbamos muy bien vestidos, los hombres de saco y el sombrero en la mano, y las mujeres, ¡qué devoción! Qué mantillas, cubriéndoles hasta el rostro. Jamás en esos tiempos vi a ninguna con grandes escotes y ni pensar que fueran con pantalones cortos ni largos. Iban con vestidos y todos escuchaban la Palabra de Dios.
El Viernes Santo, sí era un día de guardar. Todos los negocios cerraban sus puertas y se ordenaba la Ley Seca, por lo que los bares estaban cerrados. Nadie estaba en la calle, no nos dejaban jugar allí. Recuerdo que cerca de mi casa había una lavandería de chinos y un restaurante de mariscos, también propiedad de chinos. Ellos también cerraban sus establecimientos. No se escuchaba música y la radio solo transmitía música cristiana con los niños de Viena y unas canciones que yo no entendía y que luego supe que eran Cantos Gregorianos.
Quiero aclarar que la Semana Santa no era solamente de los católicos, también participaban muchos vecinos que eran de otras religiones, porque esta celebración de respeto era de todos los CRISTIANOS, orando y reconociendo que éramos culpables de aquella matanza despiadada con el Hijo de Dios hecho hombre, para que redimiera nuestros pecados. Lamentablemente, por nuestro libre albedrío seguimos cometiendo el pecado más grande: olvidarnos de Dios.
Uno de esos grandes errores —gracias a la Iglesia Católica hoy no existe— es que el Sábado Santo lo convertíamos en el Sábado de Gloria y se iban a bailar todos y a tomar tragos, olvidando que todavía nuestro Salvador yacía en la sepultura.
Por fin llegaba el Domingo de Resurrección, y qué dichosos estaban todos. Iban a misa hasta los que nunca se presentaban. Nos vestíamos con lo mejor que teníamos y nosotros los niños jugábamos en los jardines de nuestras iglesias. Hoy comprendo que somos muy dichosos porque adoramos a un Hijo de Dios resucitado, no adoramos a un muerto.
¡Jesús vive, gracias a Dios!
Víctor Martell
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