En los inicios de la primera Conferencia de Caridad, los asistentes leían pasajes de La Imitación de Cristo, escrita por Tomás de Kempis, para la meditación espiritual de sus reuniones [Cfr. Carta a François a Lallier, de 17 de mayo de 1838]. La Imitación de Cristo, el segundo libro más vendido de todos los tiempos, después de la Biblia, se conoce a veces como un «quinto evangelio».
Para los vicentinos, nuestra «imitación» implica que, así como vemos a Cristo en el prójimo, también «tratamos de ser Jesús para los demás» [Manual, 54]. De hecho, nuestra misma fundación comenzó con la declaración de Federico de que «debemos hacer lo que Nuestro Señor Jesucristo hizo… Vayamos a los pobres» [Baunard, 65]. El beato Federico señaló que, si bien San Vicente «es un modelo que uno debe esforzarse por imitar», eso se debe principalmente a que «él mismo imitó el modelo de Jesucristo» [Carta a François a Lallier, de 17 de mayo de 1838].
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se nos llama a ser santos, como Dios es santo (cfr. Levítico 20,7); a ser misericordiosos, como Dios es misericordioso (cfr. Lucas 6,36); e incluso a ser perfectos, como el Padre es perfecto (cfr. Mateo 5,48). Ciertamente, pues, nuestras Obras Corporales de Misericordia, en respuesta directa a las enseñanzas de Cristo, son el principio de nuestra emulación. Al hacer lo que Él pidió, lo que Él nos llama a hacer, lo que Él mismo hizo, participamos y recibimos la gracia de Dios, que llena nuestro corazón de alegría incluso en medio de nuestros esfuerzos. Imitar a Cristo no es sólo hacer estas obras, sino hacerlas «sólo por amor, sin pensar en ninguna recompensa o ventaja para [nosotros mismos]» [Regla, Parte I, 2.2].
Sin embargo, al imitar la bondad divina no nos colocamos en el lugar de Dios. Una y otra vez, los Profetas, los Apóstoles y el propio Cristo nos instan imitar la misericordia, la santidad y el amor de Dios, pero ni una sola vez nos dice que imitemos su juicio. Por el contrario, Cristo promete que es Dios quien nos juzgará cuando juzguemos a los demás. «Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados —dice Jesús, —, y con la medida con que midáis se os medirá» (Mateo 7,1).
Por eso, no juzgamos a quienes servimos [Regla, Parte I, 1.9]. Esto puede ser difícil a veces, porque es fácil juzgar a los demás según nuestros criterios; a veces nos resulta difícil comprender cómo los demás no toman las mismas decisiones que toda nuestra experiencia personal nos desaconseja. ¡Cuán difícil debe ser para nuestro Señor, que quiere que seamos como Él, vernos fracasar una y otra vez! Nuestro juicio no es igual al de Dios, por eso Él ha prometido que su juicio seguirá al nuestro, pero, como nos dice Santiago, «la misericordia triunfa sobre el juicio» (Santiago 2,13).
El camino de la salvación no es el camino ancho y la puerta espaciosa, sino el sendero angosto y la puerta estrecha (cfr. Mateo 7,14). Quizá, al llamarnos a «ir a los pobres», el beato Federico nos muestra que el camino angosto puede encontrarse en las aceras deterioradas y las escaleras poco iluminadas que nos conducen a la puerta de nuestro prójimo necesitado.
Contemplar
¿Intento optar por la misericordia que quisiera recibir en lugar del juicio que a veces me apresuro a formular?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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