Los miembros de la Familia Vicenciana nos hemos acostumbrado a utilizar términos como Abogacía, Aporofobia, Sinhogarismo, Colaboración, Cambio Sistémico, etc., para describir bien situaciones que nos encontramos en nuestras obras, bien acciones que llevamos a cabo. Para profundizar en el significado y la comprensión de estos conceptos desde nuestro carisma hemos creado esta serie de posts, a modo de un «Diccionario Vicenciano», con el objetivo ofrecer cada semana un desarrollo de cada uno de ellos desde una perspectiva social, moral, cristiana y vicenciana. Inspirado en el carisma de San Vicente de Paúl, profundizaremos en su comprensión y reflexionaremos sobre el servicio, la justicia social y el amor al prójimo. Al final de cada artículo encontrarás algunas preguntas para la reflexión personal o el diálogo en grupo.
Sigue el hilo completo de este diccionario vicenciano en este enlace.
El trabajo constituye un aspecto central en la vida de las personas y las sociedades. Más allá de ser una actividad productiva, el trabajo representa una fuente de dignidad, desarrollo personal y contribución al bien común. Sin embargo, no siempre se reconoce y garantiza como derecho universal, ni se ejerce en condiciones justas y dignas.
1. El trabajo como derecho humano
El trabajo digno es un derecho fundamental consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (artículo 23) y reiterado por organismos como la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Este derecho implica la oportunidad de acceder a un empleo productivo, con condiciones de igualdad, seguridad y remuneración justa.
En la actualidad, millones de personas enfrentan la precariedad laboral, la discriminación y la explotación. Ejemplos concretos incluyen las jornadas excesivas y los salarios insuficientes que prevalecen en muchas industrias globales. Aún más preocupante es el trabajo infantil, una realidad que afecta a 160 millones de niños según datos de la ONU (2020).
Para combatir estas desigualdades, es fundamental que gobiernos, empresas y organizaciones colaboren para implementar políticas de empleo inclusivo y sostenible. En el plano global, destacan iniciativas como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU, en particular el ODS 8, que promueve el trabajo decente y el crecimiento económico. Organizaciones internacionales como la OIT trabajan incansablemente en campañas contra el trabajo infantil y la explotación laboral, apoyando programas de formación y acceso a empleo digno. Además, la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966) reafirman el derecho de toda persona a condiciones laborales justas y equitativas. La Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Trabajadores enfatiza: «Toda persona tiene derecho a trabajar en condiciones que respeten su dignidad humana y le permitan desarrollar su potencial al máximo». La lucha por un trabajo digno es también una lucha por la justicia y la equidad social.
2. El trabajo como virtud moral
Desde una perspectiva moral, el trabajo dignifica al ser humano. A través del trabajo, las personas desarrollan sus talentos, contribuyen al bienestar de sus familias y fortalecen el tejido social. Esta visión contrasta con las prácticas que reducen el trabajo a una mera transacción económica.
La ética laboral incluye valores como la responsabilidad, la honestidad, la solidaridad y la justicia. Una sociedad que promueve estos valores en el ámbito laboral fomenta la integración y la cohesión social. Por el contrario, la corrupción y la explotación laboral erosionan la confianza y perpetúan la desigualdad.
3. El trabajo en la espiritualidad cristiana
En la tradición cristiana, el trabajo tiene un valor intrínseco como colaboración con la obra creadora de Dios. El Génesis afirma que “Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén para que lo cultivara y lo cuidara” (Génesis 2:15). Este mandato resalta la responsabilidad humana de trabajar en armonía con la creación.
Jesús, conocido como “el hijo del carpintero” (Mateo 13:55), vivió el trabajo como parte de su experiencia humana. San Pablo también exhorta: “El que no quiera trabajar, que tampoco coma” (2 Tesalonicenses 3:10), subrayando la importancia del esfuerzo personal.
La Doctrina Social de la Iglesia subraya que el trabajo es mucho más que una actividad para generar ingresos; constituye un camino esencial para que las personas se desarrollen integralmente y participen activamente en el bien común. «Laborem Exercens» de san Juan Pablo II afirma que «el trabajo es una clave esencial de toda la cuestión social» y que, al respetar la dignidad del trabajador, se favorece la justicia y el desarrollo social. Asimismo, «Rerum Novarum» de León XIII denuncia que las condiciones laborales que niegan la dignidad humana son moralmente inadmisibles, instando a un equilibrio justo entre los derechos del trabajador y los intereses económicos. Por otro lado, «Caritas in Veritate» de Benedicto XVI enfatiza que el trabajo no debe ser una herramienta de explotación, sino un medio para la autorrealización y la contribución al bien común. Esta visión recalca la necesidad de combatir toda forma de explotación laboral y erradicar el trabajo infantil, prácticas que niegan la dignidad inherente al ser humano y perpetúan condiciones de injusticia social. Por ello, se requiere un compromiso decidido de la sociedad, las instituciones y los individuos para transformar el trabajo en un medio de realización personal y justicia colectiva.
4. El trabajo desde la perspectiva vicenciana
San Vicente de Paúl, conocido como el “padre de los pobres”, concibió el trabajo como una expresión de amor y servicio hacia los más necesitados. Para los vicencianos, trabajar no es solo una opción, sino una vocación que refleja el compromiso con la justicia y la caridad.
4.1. El ejemplo de san Vicente de Paúl
Hemos tomado esta sección del libro «En tiempos de Vicente de Paúl y Hoy, Vol. 1».
El trabajo ocupó un grandísimo lugar en la experiencia, el proyecto y el pensamiento de san Vicente. Para apreciar su importancia, evidentemente conviene situarse en el contexto del siglo XVII, en un estilo de sociedad muy alejado del nuestro, especialmente en lo tocante al trabajo.
¡Si uno acepta ese esfuerzo de simple honestidad, ciertamente quedará sorprendido al descubrir en san Vicente unas formas de obrar y unas perspectivas susceptibles de provocar, aún hoy en día, nuestra reflexión y nuestras revisiones de actividad y de vida!
a) La experiencia de san Vicente
Toda la vida de san Vicente está marcada por el trabajo. Nació en un mundo de trabajadores y pasó en él toda su infancia. Ordenado sacerdote, y después de 1617, presenta el ministerio sacerdotal y el servicio de los pobres en general como «un trabajo», que exige valor, competencia y conciencia profesionales. Como sabemos, él será un «obrero» infatigable y, a pesar de eso, al final de su vida, confesará su pesar «por haber empleado mal el tiempo».
Acerca de sus orígenes «sociales», san ‘Vicente es muy claro: afirma que conoce el mundo de los aldeanos pobres.
«Por experiencia y por nacimiento, ya que soy hijo de un pobre labrador y he vivido en el campo hasta la edad de 15 años» (SVP ES IX, 92).
Desde su más tierna edad, toma parte en la vida laboriosa de la gente pobre y, cuando evoca los recuerdos de su infancia, aparece en ellos el trabajo siempre como una necesidad opresora. Así, a propósito de la vida de las aldeanas pobres:
«Vuelven de su trabajo a casa, para tomar una frugal comida, cansadas y fatigadas, mojadas y llenas de barro; pero apenas llegan, tienen que ponerse de nuevo a trabajar, si hay que hacer algo; y si su padre y su madre les mandan que vuelvan, en seguida vuelven, sin pensar en su cansancio, ni en el barro, y sin mirar cómo están arregladas» (SVP ES IX, 101).
A la edad de 15 años, Vicente se aleja manifiestamente de ese «mundo del trabajo» y ve primeramente en el sacerdocio la ocasión «de un ascenso» (I, 88), En 1617 descubre los pobres y se convierte en «obrero del Evangelio». Efectivamente, es interesante notar que con mucha frecuencia san Vicente emplea el vocabulario del trabajo para definir los ministerios en la Iglesia:
«Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que sea a costa de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestra frente. La Iglesia es como una gran mies que requiere obreros, pero obreros que trabajen» (SVP ES XI, 733-734).
Y la vida concreta de los trabajadores llega a ser una referencia privilegiada y provocadora tanto para los padres de la Misión como para las Hijas de la Caridad.
«Pobres viñadores, que nos dan su trabajo, que esperan que recemos por ellos, mientras que ellos se fatigan para ilimentarnos. Buscamos la sombra, no nos gusta salir al sol; ¡nos gusta tanto la comodidad! En la misión, por lo menos, estamos en la iglesia, a cubierto de las injurias del tiempo, del ardor del sol, de la lluvia, a las que están expuestas esas pobres gentes. ¡Y gritamos pidiendo ayuda, cuando nos dan un poquito más de ocupación que de ordinario! ¡Mi cuarto, mis libros, mi misa! ¡Ya está bien! ¿Es eso ser misionero, tener todas las comodidades? Dios es nuestro proveedor y atiende a todas nuestras necesidades y a algo más, nos da lo suficiente y algo más. No sé si nos preocupamos mucho de agradecérselo.Vivimos del patrimonio de Jesucristo, del sudor de los pobres. Al ir al refectorio deberíamos pensar: ‘¿Me he ganado el alimento que voy a tomar?’ Con frecuencia pienso en esto, lleno de confusión: ‘Miserable, ¿te has ganado el pan que vas a comer, ese pan que te viene del trabajo de los pobres?’ Al menos, si no lo ganamos como ellos, recemos por sus necesidades. Las bestias reconocen a quienes las alimentan» (SVP ES XI, 120-121).
En cuanto a las Hijas de la Caridad la referencia está igualmente, y más aún, tomada del mundo del trabajo, y aplicada a la vida concreta de las sirvientas.
A partir de 1617 y hasta el final de su vida, san Vicente fue, también él, un «obrero»… y un obrero que trabaja «en la evangelización de los pobres». Y sus últimos lamentos parece que fueron definidos por el trabajo:
«¡Ay! Mis setenta y seis años de vida no me parecen ahora más que un sueño y un momento; y nada me queda de ellos, sino la pena de haber empleado tan mal esos instantes» (SVP ES XI, 234).
b) El proyecto de san Vicente
Para san Vicente, «el trabajo» ciertamente ha sido una experiencia y una referencia privilegiada. En su proyecto de evangelización y de servicio de los pobres, el trabajo resulta un criterio de primera importancia. La limosna, los socorros para él sólo son unas soluciones de urgencia, nunca satisfactorias del todo. Claro que hay que asegurarlos en tanto que la sociedad del siglo XVII no dispone de estructuras ni de iniciativas en esa materia. Pero lo que pretendía san Vicente es claro e incansablemente recordado: permitir a quienes puedan: «bastarse a sí mismos», «ganar su vida», «no servir de carga para nadie». Estas tres últimas expresiones aparecen una y otra vez en las consignas que da y en los reglamentos que escribe. Siempre distingue tres situaciones de pobreza: quienes no pueden ganar su vida (niños, ancianos, enfermos); quienes sólo pueden ganar parte de su vida; finalmente, quienes pueden ganar su vida.
«Los directores de la Asociación (se trata de una «Cofradía de la Caridad» pondrán a los niños pobres a trabajar en algún oficio apenas tengan la edad suficiente para ello. Les distribuirán cada semana a los pobres inválidos y a los ancianos que no pueden trabajar lo que necesiten para su subsistencia; en cuanto a los que no ganan más que una parte de lo que necesitan, la asociación les proporcionará lo restante» (SVP ES X, 595).
«La compañía de la Caridad se establece…para atender corporal y espiritualmente a los pobres… haciendo que aprendan algún oficio …y proporcionándoles a los demás los medios con qué vivir» (SVP ES X, 646).
«Todos los pobres… muchachos de ocho a quince o veinte años, o personas mayores, pero inválidos o ancianos, que solamente pueden ganarse parte de su sustento, o personas decrépitas que no pueden ya hacer nada. A los niños, a los inválidos y a los decrépitos se les dará todas las semanas lo necesario para vivir; a los que ganen parte de su sustento, la compañía les dará el resto; en cuanto a los muchachos, se les pondrá en algún oficio, como de tejedor o bien, se levantará un taller de alguna obra fácil» (SVP ES X, 649).
Ya se ve, el criterio de «ganarse la vida» aparece constantemente. Incluso aparece cuando san Vicente organiza los socorros nacionales en las provincias devastadas por la guerra:
«Se ha destinado alguna pequeña ayuda para que esos pobres hombres puedan sembrar un poquito de tierra; me refiero a los más pobres, que no podrían hacer nada si no se les soco-rriese. Todavía no hay nada preparado, pero se hará algún esfuerzo para reunir al menos cien «pistolas» para ello, esperando a que llegue el tiempo de sembrar. Entretanto le ruegan que vea en qué lugares de Champaña y de Picardía hay más pobres que tengan necesidad de esta ayuda; esto es, mayor necesidad. Podría recomendarles de pasada que preparasen algún trozo de tierra, que lo labrasen y abonasen, y que le pidiesen a Dios que les envíe alguna semilla para sembrar allí, y sin prometerles nada, darles esperanzas de que Dios proveerá. Se querría igualmente que todos los pobres que carecen de tierras se ganasen la vida, tanto hombres como mujeres, dándoles a los hombres algún instrumento para trabajar, y a las muchachas y mujeres ruecas y estopa y lana para hilar, y esto solamente a los más pobres.
En estos momentos en que va a llegar la paz, cada uno encontrará donde ocuparse y, como los soldados no les quitarán lo que tengan, podrán ir reuniendo algo y recuperándose poco a poco. Hay que ayudarles al comienzo y decirles que ya no podrán esperar otros socorros de París» (SVP ES VIII, 66).
c) La idea de san Vicente sobre el trabajo
Para san Vicente, el trabajo fue una experiencia, una referencia privilegiada. En su proyecto de evangelización y servicio de los pobres, fue un criterio de grandísima importancia, siendo la finalidad de su acción dar a los pobres los medios «de ganar su vida, de no servir de carga a nadie».
En una conferencia a las Hijas de la Cariad del 28 de noviembre de 1649, san Vicente presenta de una manera más metódica y completa su pensamiento sobre el trabajo (SVP ES IX, 498).
No ser una carga para nadie:
«Dios, al hablar al justo, dice que vivirá del trabajo de sus manos, como si hubiese querido darnos a entender que la mayor obligación del hombre, después del servicio que tiene que hacer a Dios, consiste en trabajar para ganarse la vida, y que bendecirá de tal forma el esfuerzo que haga, que no caerá en necesidad, que no será una carga para nadie, y que lo que él haga servirá para mantener a su familia, y todo le saldrá bien. Dios mismo promete trabajar con él, y mientras trabaja, bendecirá a Dios» (SVP ES IX, 443).
Como la hormiga y las abejas:
«La hormiga, mis queridas Hermanas, es un animalito al que Dios le ha dado tal previsión que todo lo que puede recoger para el invierno durante el verano y el tiempo de la cosecha, se lo lleva a la comunidad. Fijaos, mis queridas Hermanas, no se apropia de nada para su uso particular, sino que se lo lleva a las demás y lo mete en el pequeño almacén de la comunidad. Las abejas hacen esto mismo durante el verano. Van formando su provisión de miel, recogiéndola de las flores, para vivir durante el invierno, y se la llevan, lo mismo que las hormigas a la comunidad No son más que unos animalitos, de los más pequeños que hay en la tierra, pero Dios ha impreso en ellos ese instinto de trabajar, de forma que nos lo pone como ejemplo, para que aprendamos a ser previsores con nuestro trabajo» (SVP ES IX, 444).
Para el hombre, sólo para el hombre:
«Dios, trabaja con cada uno en particular; trabaja con el artesano en su taller, con la mujer en su tarea, con la hormiga, con la abeja, para que hagan su recolección, y esto incesantemente y sin parar jamás. ¿Y por qué trabaja? Por el hombre, mis queridas Hermanas, por el hombre solamente, por conservarle la vida y por remediar todas sus necesidades. Pues bien, si un Dios, soberano de todo el mundo, no ha estado ni un solo momento sin trabajar, por dentro y por fuera, desde que el mundo es mundo, y hasta en las producciones más bajas de la tierra, a las que presta su concurso, ¡cuán razonable es que nosotros, criaturas suyas, trabajenos, como se ha dicho, con el sudor de nuestras frentes!» (SVP ES IX, 444-445).
Sirvió de jornalero y de albañil:
«¿Qué hizo nuestro Señor mientras vivió en la tierra? Diré solamente que Él llevó dos vidas sobre la tierra. Una, desde su nacimiento hasta los treinta años, durante los cuales trabajó con el sudor de su divino rostro por ganarse la vida. Tuvo el oficio de carpintero; se cargó con el cesto, y sirvió de jornalero y de albañil. Desde la mañana hasta la noche estuvo trabajando en su juventud, y continuó hasta la muerte. El otro estado de la vida de Jesucristo en la tierra fue desde los treinta años hasta su muerte. Durante esos tres años, ¿qué es lo que no trabajó de día y de noche, predicando unas veces en el templo, otras veces en una aldea, sin descanso, para convertir al mundo y ganar las almas para Dios, su Padre? Durante aquel tiempo, ¿de qué creéis que vivió, mis queridas Hermanas? No poseía nada en la tierra, ni siquiera una piedra en donde descansar su divina cabeza, en la que habitaba la eterna sabiduría. Vivía entonces de las limosnas que le daban la Magdalena y las demás piadosas mujeres que lo seguían para escuchar sus sermones. Iba a casa de los que lo convidaban y no dejaba de trabajar día y noche, a cualquier hora, yendo adonde sabía que había algunas almas que ganar, o bien un enfermo para darle la curación del cuerpo, y luego la del alma. Obrar de esta forma, mis queridas Hermanas, es imitar la conducta de nuestro Señor en la tierra; y ganarse la vida de esta manera, sin perder tiempo, es ganársela como nuestro Señor se la ganó.
San Pablo, el gran apóstol, se ganó la vida con el trabajo de sus manos; en medio de sus grandes trabajos, de sus graves ocupaciones, de sus predicaciones continuas, empleaba el tiempo de día y de noche, para poder bastarse a sí mismo sin pedir nada a nadie; en una de sus epístolas dice: «Sabéis que no os he exigido nada y que han sido estas manos las que han ganado el pan que como, para sostener mi cuerpo»». (¡Es interesante acudir a 2Tes 3, 8, para apreciar la interpretación personal de este texto de la Escritura» (SVP ES IX, 446-447).
Ganando lícitamente mi vida:
«Pero vosotras podéis ganar lo suficiente para vuestra vida sirviendo al prójimo; no sois costosas para nadie: sino que vosotras mismas proveéis a vuestras necesidades. ¡Quiera Dios que también lo pudiese hacer yo así, indigno del pan que como, y que, ganando lícitamente la vida, pudiese servir a mi prójimo sin poseer nada y sin ser gravoso a nadie! ¡Ojalá nuestros Padres pudiesen hacerlo y nos viésemos obligados a dejar lo que tenemos! Dios sabe con cuánto gusto lo haría. Pero no podemos hacerlo, y tenemos que humillarnos» (SVP ES IX, 448-449).
Las exequias de la caridad:
«Este bien (ganar la vida), es muy grande, Hermanas mías, mucho mayor de lo que podrías pensar y yo sería capaz de deciros. Por ejemplo, dos Hermanas que están en una parroquia, ¿qué es lo que no hacen? ¿qué es lo que oímos decir de su manera de vivir? Es una vida como la que Jesucristo llevó en la tierra; Dios trabaja continuanente con ellas, y tiene que ser así, mis queridas Hermanas, porque ellas de por sí no podrían hacer lo que hacen. Recuerdo ahora a dos de nuestras Hermanas que están en un lugar en donde no tienen mucho que hacer y tienen abundantemente lo que necesitan; estoy preocupado y tengo miedo de que no sea esto para ellas una ocasión para decaer y refugiarse en la pereza. Preferiría que no se hubiera hecho la fundación, porque, mis queridas Hermanas, la ruina de vuestra Compartía vendría precisamente por ahí. Cuando se vea a nuestras Hermanas bien establecidas y que no tienen mucho en qué ocuparse, no se preocuparán de trabajar y no se cuidarán de ir a ver a los pobres. Y entonces habría que despedirse de la Caridad; ya no sería Caridad; estaría totalmente sepultada; habría que celebrar entonces las exequias de la Caridad. Si Dios no pone su mano, sucederá así. No lo veré yo, ya que no me queda mucho por vivir en la tierra; pero sí lo veréis vosotras, a las que Dios concederá más años de vida» (SVP ES IX, 449-450).
Tendríamos que vendernos a nosotros mismos para sacar a nuestros hermanos de la miseria:
«Un hombre del mundo me decía ayer: «Padre, hace ocho años que me entregué a Dios para no aprovecharme de mis bienes. Una vez alimentado y vestido, doy lo que me sobra a los pobres. Sé muy bien que de esta forma no podré dar carrera a mi hijo, pero no podría obrar de otra forma». Mis queridas Hijas, se trata de un hombre del mundo, que no sabe estar sin hacer nada, y que tiene hijos, y que todo lo que hace, después de haberse provisto sencillamente de lo necesario, es para los pobres; llega incluso a vender y a entregar sus fondos. Tendríamos que vendernos a nosotros mismos para sacar a nuestros hermanos de la miseria» (SVP ES IX, 451).
Yo, que soy el más indigno:
«Ruego a Dios, que desde toda la eternidad trabajó dentro de sí mismo, ruego a nuestro Señor Jesucristo, que trabajó aquí en la tierra hasta ser un jornalero, ruego al Espíritu Santo, que nos anima al trabajo; ruego a san Pablo que se ganó con el trabajo de sus manos el pan de su sustento; ruego a todos los antiguos religiosos, que se ejercitaron en el trabajo manual y que llegaron a la santidad, que quiera la bondad de Dios perdonarnos el tiempo que tantas veces hemos perdido, y especialmente a mí, que soy el más indigno de comer el pan que como y que Dios me da; ruego a nuestro Señor Jesucristo que nos conceda la gracia de trabajar por imitarlo; ruego a la santísima Virgen y a todos los santos que nos obtengan de la santísima Trinidad esta gracia, en cuyo nombre, confiando en su infinita bondad, pronunciaré las palabras de la bendición» (SVP ES IX, 452).
4.2. Federico Ozanam y la justicia laboral
Federico Ozanam, principal fundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl, fue un precursor de la justicia social en la Francia del siglo XIX. En una época marcada por las revoluciones industriales y desigualdades extremas, Ozanam se destacó por su lucha incansable en favor de los trabajadores, quienes enfrentaban condiciones laborales deplorables y jornadas extenuantes. La revolución industrial, que transformó la economía rural en un modelo urbano e industrial, trajo consigo un aumento de la producción, pero también una profunda precarización de las condiciones laborales. Muchos obreros, a pesar de trabajar arduamente, vivían en la pobreza debido a salarios miserables y la falta de regulación laboral.
Ozanam fue una voz crítica ante estas injusticias. Denunció la explotación de los trabajadores, incluidos niños, y abogó por derechos fundamentales como jornadas laborales justas, retribución digna y acceso al descanso semanal. Además, su compromiso iba más allá de las palabras: en 1846, junto con otros profesores de la Sorbona, ofrecía clases gratuitas a obreros en la cripta de Saint-Sulpice, convencido de que la educación era clave para superar la pobreza. Creía firmemente que el trabajo, lejos de ser solo una necesidad económica, era «la gran fuerza regeneradora del mundo», un medio para dignificar a las personas y regenerar la sociedad.
En sus escritos, Ozanam también reflexionó sobre cómo el cristianismo había rehabilitado la dignidad del trabajo, en contraste con el desprecio que el paganismo tenía hacia los obreros. El trabajo, obligación de todos, es una de las fuerzas regeneradoras del mundo. Y es obligación de todos: nadie debe quedar ocioso. En una de sus obras (La Civilisation au Cinquième Siecle), dice que «el cristianismo rehabilitó [al trabajo] por el ejemplo del Cristo y de los Apóstoles, por el de San Pablo, que quiso trabajar con sus manos y se asoció en Corinto con el judío Aquila para fabricar tiendas de campaña, antes que comerse un pan que no hubiese ganado con el sudor de su frente».
Consideraba que el trabajo debía ser inspirado por valores como la justicia y el respeto a la dignidad humana. Su vida y obra son un testimonio del papel transformador del trabajo en la construcción de una sociedad más equitativa, un legado que sigue vigente en el carisma vicenciano.
En 1848, un grupo de ciudadanos lioneses presentan la candidatura de Federico para ser diputado en la Asamblea Nacional de Francia. Las elecciones tuvieron lugar el 23 de abril. Ocho días antes, Ozanam había enviado una “Circular a los electores del departamento de Rhône”, donde presentaba su programa electoral. Federico no fue elegido, pero siguió, hasta el final de su vida, abogando y defendiendo los derechos de los trabajadores.
“Apoyaré los derechos laborales: el trabajo del agricultor, el artesano, el comerciante; las asociaciones de trabajadores; las obras de utilidad pública de iniciativa estatal, que pueden ofrecer hospitalidad a los trabajadores que carecen de trabajo o recursos. Haré todo lo posible por pedir medidas de justicia y seguridad social para aliviar el sufrimiento de la población”.
Federico Ozanam, Manifiesto electoral, 1848.
4.3. El compromiso vicenciano hoy
En el mundo contemporáneo, los vicencianos continúan trabajando en favor de los más pobres a través de programas de formación laboral, microcréditos y acompañamiento en procesos de inserción laboral. Estas iniciativas buscan no solo aliviar las necesidades inmediatas, sino también empoderar a las personas para que sean protagonistas de su desarrollo.
4.4. Reflexión vicenciana sobre el trabajo
Un vicenciano que no trabaja en favor de los demás está desconectado de su esencia. Trabajar con amor y constancia es una forma de vivir el Evangelio. Como afirmaba san Vicente: “El amor es inventivo hasta el infinito”; así también el trabajo debe ser creativo para enfrentar los retos del mundo actual.
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El trabajo es un derecho fundamental y una vocación que debe garantizar condiciones justas y dignas para todos. Desde la perspectiva vicenciana, es imprescindible que los trabajadores puedan experimentar mejoras reales en sus condiciones laborales, pues ello no solo dignifica a la persona, sino que promueve el bien común. La Familia Vicenciana reafirma su compromiso activo en la lucha por la dignidad de los obreros, trabajando por una sociedad más justa y solidaria donde el trabajo sea verdaderamente un motor de transformación social.
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