San Vicente de Paúl y la promoción de la mujer
No imaginemos al Padre Vicente de Paúl con carteles o discursos en defensa de los derechos de la mujer. No, eso sería anacrónico. Pero me parece que contribuyó mucho a que la mujer tuviera un lugar cada vez más importante en la sociedad.
Salvo contadas excepciones, representadas por damas de la realeza o de la nobleza, el papel de la mujer era el de trabajadora doméstica, en el hogar familiar, o como campesina, siempre bajo la tutela del marido, o bien en el convento.
A lo largo de su vida, el padre Vicente trataría con unos y otras, haciendo que las primeras se comprometieran con la transformación social a través de obras sociales, y que las segundas ganaran confianza y se afirmaran en la sociedad de su tiempo. Las damas de la alta sociedad con enormes riquezas fueron capaces de salir de la burbuja de su nobleza y utilizar su enorme potencial económico para paliar las grandes bolsas de pobreza y miseria de su tiempo, en contraste con el lujo y esplendor en el que vivían. Me viene a la memoria la duquesa de Aiguillon, sobrina y heredera del poderoso Richelieu, que empleó toda su fortuna en ayudar a los pobres. Estas y muchas otras damas destacaban no sólo por el linaje al que pertenecían, sino también por el uso que hacían de sus posesiones.
Pero principalmente quiero presentar al padre Vicente de Paúl como pedagogo en el ascenso de la mujer a puestos de decisión en la vida cotidiana. Las primeras muchachas que vinieron de las aldeas para servir en las cofradías parroquiales de la Caridad eran a menudo analfabetas, de costumbres rudas, pero trabajadoras, honestas y totalmente entregadas (1). Era necesario trabajar con ellas espiritual, cultural y profesionalmente. Luisa de Marillac, una de aquellas nobles, decidió reunirlas y acompañarlas en su propia casa. Allí recibieron una formación básica que les permitiría servir a los pobres.
El padre Vicente se encarga de la formación cristiana y espiritual. Es la época de los grandes conferenciantes y predicadores (Francisco de Sales, Bossuet, etc.). Vicente de Paúl opta por un estilo diferente, coloquial. De antemano, indica un tema, un asunto. Cuando llega a la conferencia, hace que los participantes se sientan tan a gusto que se invita a cada uno a decir lo que piensa sobre el tema propuesto. Luego hace un resumen, a veces elogiando lo que se ha dicho, a veces corrigiendo lo que se ha dicho mal, y completa su tiempo de formación con lo que ha preparado. A través de este proceso, las jóvenes descubrieron de lo que eran capaces, al tiempo que se despertaba en ellas el deseo de saber más… y de ir más lejos.
Unía a esta metodología la paciencia con los hábitos y costumbres que cada uno traía consigo. Es interesante leer los consejos que daba a Luisa de Marillac, que se impacientaba ante la tardanza de algunas de las jóvenes en adquirir nuevos hábitos o en corregir comportamientos que no encajaban con las nuevas actividades que debían realizar: una que quería llevar la gorra de esta o aquella manera, el delantal de esta o aquella otra, o, lo que es más grave, un temperamento más difícil de moderar. El padre Vicente recomendaba: «Dale tiempo para que cambie; verás que en unos meses será diferente». Y, a modo de consuelo, dijo: «Yo también tengo aquí a esta gente», refiriéndose a los sacerdotes de la Congregación de la Misión en San Lázaro (París).
Y sobre la necesidad de formación, les dijo: «debéis saber lo necesario para hacer y aplicar la medicina, para enseñar a leer y escribir a las niñas y para enseñar las verdades de la fe necesarias para la salvación», es decir, formación literaria, profesional y doctrinal. Y algunas de ellas se convirtieron en expertas profesionales y se ganaron la confianza de los enfermos hasta el punto de ser preferidas a los cirujanos (2), hasta el punto de que algunos se quejaban de que no tenían trabajo. Luisa de Marillac, para evitar colapsos, intervino recomendando a las Hermanas que sólo trabajaran en ausencia del cirujano o cuando éste no pudiera desplazarse.
Uno de los servicios públicos más degradados eran las cárceles para los condenados a galeras: enfermos o a la espera de ser enviados a remar en los barcos de la armada real en el mar Mediterráneo. Vicente de Paúl, nombrado capellán de la armada, enviaba a estas jóvenes a cuidar de estos desgraciados, condenados a una muerte lenta en estas pocilgas. Su entrada en estas prisiones transmitía un aire de esperanza por el aseo y la limpieza de las habitaciones, la frescura de la ropa lavada y los cuidados de enfermería dispensados.
Al conseguir que el Parlamento de París aprobara esta asociación de servicio a los pobres y necesitados —la Compañía de las Hijas de la Caridad—, estas jóvenes obtuvieron el estatuto de prestadoras de un servicio público, lo que les daba la responsabilidad y la iniciativa de negociar con las autoridades las condiciones de trabajo y los medios de asistencia en las cárceles, los hospitales o los cuidados a domicilio (3).
Fue el reconocimiento oficial del trabajo de las mujeres en lo que hoy llamamos «utilidad pública». Fue un paso importante para que las mujeres ganaran su lugar en la sociedad, no por concesión, sino por la fuerza de su trabajo y dedicación.
P. José Alves, CM
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(1) Se hizo célebre la pastora Marguerite Naseau (la primera Hija de la Caridad), que era analfabeta, pero tenía un gran deseo de ayudar a las niñas a salir de su condición de eterna inferioridad y de ayudar a los enfermos y a los pobres. Para ello, aprendió a leer y escribir preguntando a los transeúntes el nombre de las letras. El objetivo era poder enseñar a las demás niñas.
(2) En alemán, cirujano es «wundarzt»: «el médico de las heridas, el que las cura». «(La boticaria) hará que se vigile en lo posible, para no sangrar a nadie que tenga medios para acudir a los cirujanos» (Luisa de Marillac, Pensamientos, p. 749; cfr. Luisa de Marillac, Correspondencia, p. 435).
(3) A pesar de ir acompañada de las «Cartas Patentes del Rey», la aprobación de la solicitud de la Compañía de las Hijas de la Caridad por parte del Parlamento tardó años. Chocaba con los prejuicios. Una asociación de mujeres que llevaban una vida secular era inconcebible. El Procurador, que presidía el Parlamento, no desaprobaba tal plan, pero algo de tanta importancia merecía ser bien pensado.
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