Varios comentaristas utilizan la palabra «íntimo» para describir el episodio del Evangelio de Marcos en el que Jesús cura al ciego. Hay mucho contacto físico. Jesús toma la mano del ciego para sacarlo del pueblo. Jesús pone saliva en los ojos del hombre, y luego vuelve a agarrarle las manos. Finalmente, Jesús pone sus dedos sobre los ojos del ciego.
La escena transmite el paulatino contacto entre dos personas: Jesús se acerca al hombre y, al cabo de un rato, el hombre se acerca a Jesús.
Y la mayoría de los creyentes no reconocemos esa misma trama y progresión: acercarnos más al Señor Jesús y, al mismo tiempo, que Él intime más con nosotros.
Piensa en tu infancia, cuando desde que te hablaron de Jesús podías evocar una imagen o un sentimiento sobre Él: el Salvador todopoderoso, aquel de quien te dijeron que era a la vez Dios y ser humano, luego aquel a quien acogiste en tu propio ser recibiendo la Eucaristía. Pero que, por ser el Dios todopoderoso, también se te antojaba distante e incluso aterrador, visualizándolo sentado en su trono celestial juzgando si podías entrar en su Reino.
A medida que pasaban los años, comenzaste a sentirte más a gusto con él. Era alguien con quien podías hablar, alguien que, por ser muy humano, sentía cómo era tu vida, por lo que estabas pasando. Tal vez empezaste a conocerle como un amigo, un buen amigo, alguien que estaba de tu lado y que te apoyaba.
Por otro lado, puede que hubiera momentos en los que te pareciera distante porque su comportamiento, sus actitudes y su forma de ver la vida te parecían muy diferentes de cómo vivías tus días y tus noches.
Se trata de recordar la evolución de tu relación con Jesús, los distintos cambios de ritmo en tus sentimientos y pensamientos sobre él. Son las percepciones que adquiriste a lo largo de los años y las conexiones más estrechas que empezaste a construir.
Esos somos tú y yo, como el ciego de la narración. Y Jesús se acerca a nosotros cuando sentimos sus manos y su persona adentrándose en los patrones de nuestra vida cotidiana, ocupando un lugar más hondo en nuestras mentes y corazones.
El relato del ciego es una historia en la que nos adentramos cada vez más en el espacio personal de Jesús, una historia en la que poco a poco vamos descubriendo cómo ve las cosas y cómo reacciona ante la vida que le rodea. ¿No es posible que las líneas generales de este incidente sean algo que podamos reconocer en nosotros mismos? Es decir, los modos en que has sentido que el Señor se acercaba a ti y, a su vez, que tú te acercabas a él. Son las formas en que su visión de la vida se ha hecho más clara para ti, las formas en que sus enseñanzas han cobrado más sentido, las formas en que su amor al prójimo se ha hecho más atractivo.
Es útil situarse en el interior de estos acontecimientos evangélicos y experimentar algo de lo que las personas que los protagonizaron llegaron a saber cuando interactuaron con Jesús el Cristo, nuestro Hermano y nuestro Dios.
En una oración por la iluminación, ¿no se identifica la misma santa Luisa de Marillac con ese ciego?:
¡Quita mi ceguera, Luz eterna! ¡Da sencillez a mi alma, Unidad perfecta! (Luisa de Marillac, Pensamientos, p. 808).
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