“Lázaro, a quien los perros iban a lamer las llagas”
Jr 17, 5-10; Sal 1; Lc 16, 19-31.
Hace unos días caminando por un pueblito de la sierra Tarahumara me encontré con don Baldomero, un anciano que había vivido toda su vida en estas tierras, no había salido de la sierra nunca, a excepción de una vez en que fue a la ciudad de Chihuahua, experiencia que, por cierto, no le gustó.
Baldomero era tenido por un hombre fuerte, que no sentía el frío. Esa vez me confesó: –Frío tengo, lo que no tengo es chamarra.
Este evangelio tiene una actitud muy particular: el único que lleva nombre en el relato es el pobre. Se llama Lázaro, que significa “Dios auxilia”.
Podemos correr el riesgo de idealizar a los pobres sin siquiera saber su nombre ni sus realidades. Pero afortunadamente Dios no es así, él conoce los nombres de sus hijos, sabe de sus penas y está pendiente de ellos, y nos está invitando cada día a mirar a nuestros hermanos.
En cierta ocasión escuché a una persona diciendo: “Estoy harto de escuchar que a los pobres siempre les va mal”, y yo pensé: Si este señor está harto de escucharlo, ¿cuánto lo estarán los pobres de vivirlo?
Dios nos dice que él ama a los pobres, conoce sus nombres, sabe el porqué de sus sufrimientos y se conmueve.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Armando González Meneses C.M.
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