«¿Está bien que duerma ahí?», nos preguntamos, mirando al vagabundo envuelto en su manta frente a la entrada de nuestro salón parroquial. Es una pregunta sencilla, pero, como ocurre a menudo, sencillo no significa fácil. Esto se debe en parte a que la pregunta puede entenderse en más de un sentido, pero sobre todo a que lleva implícita una segunda pregunta: «Si no es correcto, ¿qué debería hacer al respecto?».
«¿Está bien que duerma allí?», es decir, «¿Está permitido?» es uno de los sentidos en que formulamos la pregunta. Es justo preguntarlo, ya que puede o no estar permitido dormir en muchos lugares de la ciudad, pero en la propiedad de nuestra iglesia no tenemos ningún cartel de «Prohibido el paso», por lo que no parece haber ninguna norma que lo prohíba. Desde luego, todos nuestros prójimos son bienvenidos. Compartimos amistad y comida y, a veces, refugio cuando hace muy mal tiempo. No se nos ocurre ninguna razón para prohibirle dormir. Probablemente no haya dormido mucho con el frío de la noche, así que, sí, no pasa nada si duerme allí.
Es un alivio llegar a esta conclusión, ya que si no estuviera bien, tendríamos alguna responsabilidad, como feligreses, de decirle que se fuera, ¿cierto? Nadie quiere ser quien lo haga, y mucho menos llamar a las fuerzas del orden para que se lo lleven.
«¿Está bien que duerma allí?», también puede entenderse como «¿es lo justo?». En este sentido, la respuesta parece mucho más obvia. Por supuesto, no está bien. No está bien que el lugar más cómodo que pueda encontrar para dormir sea un banco, una acera o el barro de un parterre sin plantar. No está bien que sea un sin techo. Entonces, puesto que no está bien, ¿qué debemos hacer al respecto?
Es la Pregunta Vicenciana, que se encuentra tendida ante nosotros en la acera, desafiándonos con su insistencia: ¿qué se debe hacer? Es nuestra Doctrina Social Católica, envuelta en una manta sucia, recordándonos vívidamente que «en el rostro de cada hombre resplandece algo de la gloria de Dios» [Compendio de la doctrina social de la iglesia, 144]. Es nuestro Señor y Salvador presentada en los pobres, «las imágenes sagradas de ese Dios al que no vemos» [Carta de Federico Ozanam a Louis Janmot, de 13 de noviembre de 1836].
El beato Federico escribió: «¡A Dios no le agrada que calumniemos a los pobres, a los que el Evangelio bendice, o hagamos responsables a las clases sufrientes de su miseria, complaciendo asñi la dureza de esos malos corazones que se creen exonerados de ayudar al pobre cuando han probado sus malas acciones» [Artículo Las causas de la miseria, en el periódico l’Ère Nouvelle, octubre de 1848].
Es injusto que haya personas sin hogar, y es injusto que sea tan difícil encontrar la mejor forma de ayudarlas a superar los peligros, los errores del pasado o los problemas actuales que las mantienen en la calle, pero no dejaremos de intentarlo. Y mientras tanto, está bien seguir el ejemplo de la Verónica que enjugó con un paño el sudor y la sangre de Cristo camino de la cruz, ofreciendo el consuelo que podamos, y hacer que «la caridad haga lo que la justicia sola no podría hacer» [Carta de Federico Ozanam a François Lallier, de 5 de noviembre de 1836].
Contemplar
¿Qué debo yo hacer? ¿Qué debemos nosotros hacer?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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