“Uno solo es su Padre, el del Cielo”
Is 1, 10. 16-20; Sal 49; Mt 23, 1-12.
Con mucha frecuencia caemos en el error de querer poner en Dios los ideales de nuestras pequeñas mentes. Dios, como solía decir santo Tomás de Aquino, es siempre más de lo que podemos pensar sobre él.
El evangelio de hoy es una prevención contra esta actitud. Cuando el Señor nos previene de llamar maestros, padre, instructor, a otros que no sean Dios, no nos está indicando algo en sí, más bien nos está llamando a mirar en los demás, a los que consideramos como maestros, padres o instructores, la imagen certera de su divinidad.
Maestros al estilo de Dios, que enseñan la doctrina del amor; padres que son reflejo del amor del único Padre del que todo bien procede; instructores que hacen de su experiencia una presencia viva de la Trinidad que es capaz de ser descubierta por todas las personas a su alrededor.
Dice el Papa Francisco que el mejor antídoto contra el fariseísmo es un corazón dispuesto y una actitud de humildad, con estas armas podemos combatir el espíritu del mal que se apodera de nosotros cuando queremos ser más que los demás.
Los fariseos del tiempo de Jesús eran los más cercanos a la religión, no nos pase eso ahora.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Armando González Meneses C.M.
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