San Vicente de Paúl y el pensamiento científico

José Alves, CM
17 marzo, 2025

San Vicente de Paúl y el pensamiento científico

por | Mar 17, 2025 | Formación, Jubileo 400 aniversario | 0 Comentarios

Aunque el tema tal vez no interese demasiado a los lectores, creo que es importante porque revela la clarividencia y la apertura del Santo a los nuevos soplos de la concepción del ser humano y de su manera de ver el mundo, así como de los fenómenos que lo rodean.

¿Qué pensaba Vicente de Paúl de los nuevos descubrimientos científicos? ¿Cómo podemos situarle culturalmente? ¿En el ambiente atrasado del campo, marcado por la ignorancia, o en el ambiente reaccionario de quienes desconfían de todo lo nuevo? Hay que leer sus escritos para descubrir su pensamiento. Nunca mencionaba un tema científico «ex professo», pero cuando surgía se complacía en explicarlo. De hecho, su temprana formación universitaria, su prolongado contacto con la Universidad de la Sorbona y el hecho de conocer las tertulias literarias y científicas del palacio de la reina Margot, al que sirvió como limosnero durante algunos años y por donde pasaban los científicos y escritores más ilustres de la época, debieron mantenerle en contacto con los libros y los descubrimientos del momento.

Uno de los asuntos más debatidos en su época fue la astronomía. Algunos analizaban los fenómenos astrales de forma supersticiosa, mientras que otros, más atrevidos, ridiculizaban los nuevos descubrimientos. En 1654, a la edad de 74 años, recibió dos cartas de un cohermano de Cracovia, en las que le confesaba su temor por los perjuicios que pudiera acarrearle un eclipse solar en el futuro. En su primera respuesta, el padre Vicente se limita a decirle «que estos signos extraordinarios no son señal segura de algún mal acontecimiento», pero, dándose cuenta de que era un tema que inquietaba al cohermano y a la comunidad, responde a la segunda, en la que mezcla ironía, pedagogía e información científica: «Nuestros astrólogos de por aquí aseguran al público que no hay nada que temer por el eclipse. He visto al señor Cassandieux (1), que es uno de los más sabios y experimentados de estos tiempos, y que se ríe de todos esos temores apoyando su opinión en razones muy sólidas, como entre otras, la de que necesariamente tiene lugar un eclipse de sol cada seis meses, bien en nuestro hemisferio o bien en el otro, debido al encuentro entre el sol y la luna en la línea elíptica, y que, si el eclipse tuviera esa malicia que usted me señala debido a los malos efectos con que nos amenaza, veríamos con más frecuencia aparecer el hambre, la peste y las otras plagas de Dios sobre la tierra. Dice también que, si la privación de la luz del sol debida a la interposición de la luna entre nosotros y el sol produjera ese mal efecto por causa de la suspensión de las benignas influencias del sol sobre la tierra, entonces se seguiría que la privación de la luz de ese mismo sol durante la noche produciría efectos más malignos todavía, dado que esa privación dura más tiempo y que el cuerpo de la tierra es casi un tercio más espeso que el de la luna; se seguiría además que ese eclipse que se realiza por la noche sería más peligroso que el que tendrá lugar el doce de agosto de este año; y deduce de todo esto con razón que no hay por qué temer este eclipse. En efecto, me parece que los sabios entendidos en astronomía no muestran ninguna preocupación, y mucho menos aquellos que están instruidos en la escuela de Jesucristo y que saben que el hombre inteligente dominabitur astris [‘domina a los astros’, frase atribuida a Ptolomeo]» (2).

Por otra parte, frente a la concepción mágica del mundo dominante en la época, ante la creencia en la posesión demoníaca como intento de explicar lo que no se comprendía, el padre Vicente de Paúl adoptó una actitud opuesta a la de su tiempo. En efecto, ante una joven de la que todos decían que estaba poseída, el P. Vicente sólo veía una cuestión de temperamento melancólico. En la carta que escribe a los padres de la joven, no sabemos qué admirar más: su fina perspicacia, que le lleva a ver más lejos que los demás, o su gran respeto por la opinión de éstos: «Hace 3 ó 4 meses que recibí la orden del señor provisor de París de visitar a vuestra hija, a causa de que el señor conde de Maure le había pedido permiso para hacerla exorcizar, según el parecer que le habían dado varias personas de grave piedad, temiendo que esa buena niña estuviese agitada por alguna posesión u obsesión maligna. El motivo que tenían para creerlo así era la aversión que esa buena joven tenía de las cosas de Dios, que había llegado hasta tal punto … que hacía tres años que no rezaba a Dios, y cerca de dos años que la habían tenido encerrada en una habitación en Port-Real, sin oír la santa misa. Ese fue, pues, el motivo de que esas buenas almas se forjasen esa opinión y la razón por la que me pareció conveniente ir a verla. Al principio ella me mostró su estado con juicio y con candor; pues tiene un entendimiento muy bueno y sólido, incomparablemente más que el común de las niñas, pero un poco melancólico. Mi pensamiento fue al principio que se trataba sólo de ese humor melancólico que la afectaba (93). Sin embargo, el respeto que les debía a los que creían que había allí alguna obsesión maligna, hizo que sometiese mi juicio al suyo y que, al presentar mi relación al señor provisor, le dijese que yo creía que no había inconveniente en que el señor Charpentier un eclesiástico de insigne piedad en esa ciudad le hiciese algunos exorcismos secretos» (4).

El sacerdote exorcista cayó enfermo y no pudo realizar su trabajo. La joven de la que se decía que estaba «poseída» también cayó enferma. Su vida corría peligro. Llamaron al padre Vicente. Tuvo una charla con ella. La enferma se confesó y pidió recibir la Eucaristía por iniciativa propia, sin ninguna presión exterior. Y en la misma carta, el P. Vicente de Paúl continúa: «como se curó, se vio totalmente liberada, de forma que pidió volver a confesarse conmigo y comulgar, lo cual no había hecho durante su enfermedad, y realizó esas acciones con libertad de espíritu, como habría hecho cualquier otra persona».

El resto de la carta al duque De Atri, padre de la joven, le cuenta cómo intentó disuadirla de entrar en la vida religiosa a causa de su condición mental. No lo consiguió; hubo presiones de la familia y el P. Vicente habla del peligro que corre esta buena muchacha. A lo largo de la carta, el P. Vicente no oculta su incredulidad sobre la citada posesión: «pero he creído. mi señor, que estaba obligado a ello [a comunicárselo] según mi conciencia … ya que existe el peligro de la salud de la señorita vuestra hija».

Se ve que Vicente de Paúl es muy receptivo al cambio gradual de un universo cultural marcado por lo maravilloso a otro universo marcado por la búsqueda racional de los fenómenos, basada en la experiencia. Una expresión que repetía a menudo: «Esta es mi experiencia».

P. José Alves, CM

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(1) El canónigo Pedro Gassendi, astrónomo célebre y autor de numerosas obras, nació en Champtercier, cerca de Digne, el 22 de enero de 1592 y murió en París el 24 de octubre de 1655. Experimentador hábil y observador sagaz, verificó los descubrimientos de los demás y coordinó los hechos ya adquiridos; no se le debe ningún descubrimiento importante.

(2) SVP ES V, 167-168.

(3) En el siglo XVII, la palabra «humor» tenía una acepción («Cada uno de los líquidos de un organismo vivo», Diccionario de la lengua española) que hoy no es común: «En medicina, se llaman humores las cuatro sustancias líquidas que impregnan todos los cuerpos animales y que se cree que son las causas de los diversos temperamentos. Son: flema, sangre, bilis, melancolía…» (Furetière, Dictionaire, 1690).

(4) SVP ES I, 472-472.

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