Jesús es el modelo perfecto de la vida de oración.  Siempre camina él en la presencia de Dios, le escucha y le obedece hasta la muerte.

El domingo pasado, Lucas nos dio a conocer a Jesús como el modelo a seguir en momentos de pruebas.  Hoy se nos enseña que nuestro modelo en todas nuestras acciones (SV.ES XI:129) lo es, específicamente, en nuestras oraciones.

Mientras ora, sí, el aspecto de su rostro cambia y sus vestidos brillan de blancos.  Al momento, hablan con él Moisés y Elías.  Se ven estos bañados en un resplandor y hablan del éxodo que él llevará a cabo en Jerusalén.  Así que él es nuestro modelo en nuestra oración, la que llevará también a que nos transfiguremos, nos transformemos.

Y nuestro modelo en nuestra oración y nuestra transformación siempre camina en la presencia de Dios, le escucha y obedece.  Por supuesto, esto lo hace mejor que Moisés y Elías.  Es que él es el Hijo de Dios, su Elegido, su Siervo sufriente, su última Palabra.

Por lo tanto, orar nosotros y transformarnos no puede sino querer decir que antes hemos de escuchar a Jesús.  Lo hemos de seguir y hemos de ir con él hasta Jerusalén para subir con él en la cruz y entrar en la nube.  No cabe duda de que nos asustaremos al entrar en la nube.  Pero así no más lograremos presenciar la manifestación más grande de Dios como amor.

Y nos transformaremos de veras no más si logramos amar hasta la muerte.  Al igual que Jesús. Pues entrega su cuerpo y derrama su sangre por los demás.  Sí, la cruz nos cambiará de modo que nos ajustemos a la forma de pensar y actuar de Dios.  Pero esto quiere decir que hemos de ser amigos, no enemigos, de la cruz.

Señor Jesús, haz que te tomemos por nuestro modelo en nuestras oraciones.  Y concédenos ser del grupo de los hombres y mujeres de oración que lo pueden todo (SV.ES XI:778).  Sabremos así lo que digamos.  Es decir, nos quedará claro que no se trata de hacer tres tiendas en el monte.  Se trata más bien de bajar contigo del monte para cuidar a los pobres.

16 Marzo 2025
Domingo 2º de Cuaresma (C)
Gén 15, 5-12. 17-18; Fil 3, 17 – 4, 1; Lc 9, 28b-36