El Hermano Bertrand Ducournau, C.M.: humilde custodio del legado de San Vicente de Paúl

por | Mar 13, 2025 | Formación, Vicencianos destacados | 0 Comentarios

Una faceta interesante, aunque relativamente inexplorada, de la vida de San Vicente de Paúl es el hecho de que su influencia e impacto en los hombres fue diferente de la que ejerció en las mujeres. En una sociedad que sólo veía dos papeles para las mujeres, el de esposas o el de monjas (aut maritus aut murus, como decía el refrán), San Vicente demostró su talento para conducirlas hacia nuevos roles y desarrollar su potencial para el bien de la Iglesia. Su influencia sobre los hombres, concretamente sobre los miembros de la Congregación de la Misión, era más ambigua. Cuando se trataba de personalidades tímidas y reservadas, como Antonio Portail, podía utilizar su personalidad fuerte y enérgica para apoyarlos y reforzarlos y, finalmente, conducirlos a un nivel de superación que no habrían podido alcanzar de otro modo. Sin embargo, cuando se enfrentaba a una personalidad tan fuerte como la suya, y tal vez intelectualmente superior, como la de François du Coudray, no le resultaba tan fácil. Debido a su tendencia a ensombrecer a sus cohermanos y a favorecer a personalidades más dependientes, los hombres que rodearon al Santo durante su vida han escapado a un estudio detenido por parte de los historiadores. Vivieron a su sombra, pero a menudo sus vidas y sus actos merecen ser estudiados con detenimiento. Tal fue el caso de Bertrand Ducournau, secretario particular de San Vicente.

Al igual que Vicente de Paúl, Bertrand Ducournau era gascón. Nació en el año 1614 en el pueblo de Amou, cerca de la ciudad de Dax y a pocos kilómetros del lugar de nacimiento de Vicente, en Pouy. Era el hijo menor de una familia pobre pero virtuosa. Su padre era sastre de oficio, pero había heredado unas tierras de labranza que, con gran esfuerzo personal, logró revalorizar. De niño, Bertrand peregrinó con sus padres al santuario de Nuestra Señora de Buglose, donde algunos años más tarde San Vicente diría misa para su familia con ocasión de su última visita.

Los padres de Bertrand eran analfabetos y la misma suerte habría corrido el niño, de no haber sido porque un maestro de París se trasladó a la región para fundar una escuela. El padre de Bertrand aprovechó la oportunidad para dar instrucción a su hijo, con la esperanza de emplearlo en sus propios negocios. El muchacho demostró ser un buen alumno y pronto adquirió reputación tanto por su rápida inteligencia como por su graciosa caligrafía. Empezó a trabajar como secretario para algunos de los personajes más importantes de la zona. Su maestro también apreciaba su talento, y así, a la edad de diez u once años, Bertrand se encontró realizando muchas de las transacciones comerciales de su instructor. Tras una prolongada estancia con su maestro, el muchacho regresó a casa para trabajar para su padre.

Cuando el joven tenía unos catorce o quince años, su padre murió y él se quedó sólo con cinco ecus como herencia. Muy pronto, sin embargo, empezó a ganarse bien la vida como secretario y amanuense. Su primer empleador fue un notario de San Juan de Luz que, al cabo de tres meses, se dio cuenta de que no tenía suficiente trabajo para mantener ocupado al joven. Así que, tras pagarle, le dio una carta de recomendación a un amigo de Bayona. Así, Ducournau consiguió un puesto como secretario y escribiente de una de las personas más importantes de la ciudad, un miembro de la gran familia Duvergier de Hauranne, cuyo miembro más famoso fue el abate de Saint-Cyran. Su nuevo patrón no tenía mujer ni hijos y no era un hombre fácil de complacer, pero Ducournau permaneció con él durante tres años y fue prácticamente el amo de la casa. A la muerte de su patrón, Ducournau siguió trabajando para sus herederos, a pesar de las numerosas ofertas de otras familias importantes de Bayona. Su trabajo durante estos años es poco conocido. Aunque su patrón era soltero y sin hijos, Ducournau parece haber quedado bajo la tutela de una joven. Al cabo de unos seis años, cuando la muchacha alcanzó la mayoría de edad, se casó contra la voluntad de sus padres y Ducournau decidió poner fin a su relación con la familia. Entró al servicio de François Fouquet, obispo de Bayona, miembro de una de las familias nobles más antiguas y poderosas del reino.[1] En lugar de nombrarlo secretario, el obispo lo nombró mayordomo. No era un puesto que le conviniera, y al cabo de un año regresó con sus antiguos empleadores. Sin embargo, el año que pasó con el obispo estuvo marcado por una de las muchas coincidencias que acabaron asociando a Bertrand Ducournau con Vicente de Paúl. Fouquet era parisino y se había traído de París a algunos sacerdotes miembros de las famosas Conferencias de los Martes de San Vicente. Entre ellos estaba su vicario general, Louis Abelly, más tarde obispo de Rodez, a quien Ducournau ayudaría a escribir la primera biografía de San Vicente.

Más o menos en esa época, Ducournau, ante la insistencia de su hermano mayor, por el que sentía un gran respeto, empezó a pensar en el matrimonio. Se ignora cuándo y cómo conoció a su futura esposa. Lo que sí se sabe es que el asunto llegó hasta la firma formal de un contrato matrimonial. La madre de la muchacha presionó para que se casaran pronto, pero el joven no tenía prisa. Estaba a punto de ceder cuando unos asuntos le llevaron a París, una ciudad que siempre había querido visitar. El hermano de su patrón había muerto y dejado un cuantioso legado. Fue elegido para acompañar al procurador de la familia a París para tramitar la herencia. Bertrand nunca volvió a ver su provincia natal ni a su prometida.

Una de las primeras personas con las que contactó Ducournau en París fue Jean Duvergier de Hauranne, el abate de Saint Cyran, el más famoso de los jansenistas franceses, que además era hermano de su patrón. El abate tomó afecto al joven y le consiguió un puesto como secretario del intendente de Cataluña, que en 1640 había aceptado el gobierno del rey francés Luis XIII. Acompañó a su nuevo patrón a Cataluña, pero un cambio en la suerte política les obligó a regresar casi de inmediato. El mariscal de Breze, antiguo gobernador de Cataluña, quería que Ducournau entrara a su servicio, pero Saint-Cyran le disuadió. Quedándose con su empleador original, Bertrand le acompañó en un viaje a Languedoc. Allí consultó con frecuencia a un sacerdote franciscano al que había tomado como una especie de director de conciencia. Para sorpresa de Ducournau, el buen padre le recomendó encarecidamente la vocación religiosa, algo a lo que el joven nunca había dedicado atención alguna. El franciscano ni siquiera aceptó el contrato matrimonial como excusa válida. Todavía en el dilema por el consejo del franciscano, Decournau decidió que a su regreso a París buscaría y seguiría el consejo de Saint-Cyran. A su llegada, sin embargo, descubrió que el abate había muerto el 11 de octubre de 1643. Siempre consideró una especial providencia de Dios el no haber consultado con Saint-Cyran, ya que éste, casi con toda seguridad, le habría apartado de la Congregación de la Misión. Consultó entonces a otros dos teólogos, que le dijeron lo mismo que el franciscano. Uno de ellos le aconsejó que se uniera a una nueva compañía, que aún estaba en su primer fervor. Bertrand estaba ahora resuelto a abrazar alguna forma de vida religiosa.

Poco después, un amigo suyo, que había hecho un retiro en San Lázaro, le habló de San Vicente y de la obra de la Congregación de la Misión, a la que elogió mucho. El amigo había hecho allí un retiro y decía que «los que pertenecían a esa Comunidad vivían como santos, tenían conversaciones santas, hablaban allí sólo de Dios y recibían grandes gracias y bendiciones». Ducournau decide hacer un retiro en San Lázaro y convence a su amigo para que le lleve. El día señalado, sin embargo, su amigo no se presentó y Bertrand apareció solo en San Lázaro. Le acogen en la casa y hace un retiro de ocho días. Al terminar, decide entrar en la Congregación. Se entrevista con San Vicente, que le promete recibirle en la Comunidad. Cuando informó a su patrón de su resolución, éste le pidió que se quedara brevemente para terminar unos asuntos. Cuando Ducournau se lo comunicó a San Vicente, recibió la respuesta: «Que los muertos entierren a los muertos». Inmediatamente se despidió de su patrón e ingresó en San Lázaro como hermano postulante, el 28 de julio de 1644.

Vista de la iglesia de San Lázaro, litografía de Fourquemin a partir de un modelo de Pernot, París, Musée Carnavalet – Histoire de Paris. © Museo Carnavalet/Roger-Viollet.

También escribió a su potencial suegra y a la hija de ésta, informándoles de su decisión y diciéndole a la joven que si hubiera tenido a bien casarse, ella habría sido la única. Poco después, ella se casó con un joven rico de la ciudad.

El primer empleo del nuevo hermano fue la cocina. Duró unas tres semanas, pues sus dotes de secretario eran necesarias en otra parte. Hasta 1645, San Vicente había escrito la mayor parte de sus cartas o, si la necesidad lo exigía, se hacía ayudar por el padre Antoine Portail. El tamaño de su correspondencia había aumentado hasta tal punto que era indispensable un secretario y San Vicente eligió a su compatriota gascón para esta tarea. La primera carta escrita por el Hermano Bertrand se dirige a Jacques Chiroye, el 3 de mayo de 1645. Al año siguiente, el Hermano Louis Robineau fue delegado para asistirle.

La elección del Hermano Bertrand como secretario particular del Santo fue providencial tanto para la Congregación de la Misión como para los futuros historiadores. Como ha señalado Pierre Coste, él comprendió mejor que nadie en San Lázaro lo que San Vicente significaría para la posteridad. A su ilimitada devoción personal a San Vicente, el Hermano Bertrand unió un celo por preservar todo lo que el Santo escribió y dijo. Vicente le confió a veces tareas especiales, tanto de carácter ordinario como delicado.

Una de las aportaciones más importantes de Ducournau fue su iniciativa de hacer transcribir y conservar para la posteridad las conferencias de San Vicente a los sacerdotes de la Misión. Las Hijas de la Caridad, por supuesto, habían aventajado con mucho a los sacerdotes en este aspecto. Habían dado los primeros pasos para transcribir sus conferencias en 1634 y lo hicieron ininterrumpidamente desde 1640. Ducournau había comprendido muy pronto la importancia de las conferencias del Fundador para las generaciones futuras, pero desgraciadamente su interés no era compartido por otros en la Congregación de la Misión. Después de muchos años de angustia silenciosa, presentó por fin un memorándum al padre René Almeras, superior asistente de San Lázaro (15 de agosto de 1657). Era un documento bastante extenso en el que se exponían las razones a favor y en contra de cualquier intento de transcribir las conferencias de San Vicente. «La mejor herencia de los padres es la buena instrucción que dejan a sus hijos». Para los Misioneros que habían conocido a Vicente no dejar sus palabras a sus sucesores sería «un mal irreparable». Respondiendo a la objeción de que el Señor Vicente hablaba sobre todo de cosas ordinarias, el Hermano Bertrand escribió que «todo el mundo sabe que lo hace con una fuerza que no es ordinaria». Luego pasó a sugerir los medios para conseguirlo. No eran fáciles. Finalmente, se encargó a una o dos personas con buena memoria que escribieran las conferencias una vez pronunciadas. Debían comparar las notas e intentar llegar a una transcripción exacta. El propio Ducournau se ofreció a hacerlo a cambio de ser liberado de su puesto de secretario. El Hermano Bertrand se negó a ello, alegando que San Vicente nunca lo habría aceptado. A pesar de ello, el Hermano Bertrand se encargó él mismo de la mayor parte de las copias.

El resultado fueron tres volúmenes manuscritos, cuyos originales se han perdido, salvo una conferencia del 30 de mayo de 1659. Afortunadamente se hicieron copias y en ellas se basan las conferencias publicadas. Es de lamentar que la sugerencia de Ducournau no se hiciera o no se adoptara muchos años antes. Las conferencias publicadas de San Vicente a los sacerdotes se remontan sólo a los tres últimos años de su vida. Son una ínfima muestra de sus años de instrucción a los mismos. No hay, pues, manera de rastrear el desarrollo de su enseñanza espiritual a la Congregación de la Misión a lo largo de varios años, como ocurre con las Hijas de la Caridad. Sin embargo, el Hermano Ducournau se ha hecho merecedor de una gratitud eterna por su trabajo en la conservación de lo que tenemos de las conferencias de San Vicente.

También contribuyó a preservar las dos famosas cartas en las que San Vicente relataba su cautiverio en Túnez. Estas cartas, escritas en 1607 y 1608, habían permanecido ocultas en el archivo de la familia Comet, heredera del benefactor de San Vicente en Dax. En 1658 fueron redescubiertas y un viejo amigo de San Vicente, el canónigo de Saint-Martin, le envió copias con la esperanza de que su amigo disfrutara releyendo la historia de sus aventuras juveniles. La reacción de San Vicente fue la contraria. Destruyó las copias y rogó desesperadamente al canónigo que le enviara los originales. El Hermano Bertrand, a quien había sido dictada la carta, añadió una posdata en la que advertía al canónigo de que no lo hiciera, pues los originales serían destruidos con toda seguridad. También dispuso que se enviaran copias a los tres Asistentes Generales de la Congregación. San Vicente murió sin haber recuperado las cartas. Ducournau escribió también al canónigo de Saint-Martin con la intención de obtener información sobre los primeros días de Vicente en Dax, dónde y cuándo fue ordenado sacerdote, cómo llegó a París, y cosas similares. Cabe suponer que el Hermano Bertrand ya esperaba con impaciencia el día en que se escribiera la biografía de Vicente.

En los años siguientes a la muerte de Vicente, el Hermano Bertrand solía describirlo como «un hombre incomparable» y decía que consideraba a todos los demás hombres, en comparación con San Vicente, medio hombres y pigmeos en virtud y sabiduría. Pronto adoptó la costumbre de quitarse el sombrero cada vez que se mencionaba el nombre de Vicente de Paúl. Poeta consumado, escribió versos en alabanza de las virtudes del Señor Vicente y un largo panegírico en 1672. La estima era recíproca, pues San Vicente tenía en la más alta consideración a su secretario.

Ducournau era igualmente estimado en San Lázaro por su caridad, santidad y amabilidad. A menudo entablaba largas conversaciones espirituales con los demás hermanos. Con el tiempo se convirtió en su valedor ante los Superiores e intervino a menudo en favor de personas que se encontraban en dificultades.

Tras la muerte de San Vicente, el Hermano Bertrand continuó ejerciendo de secretario de sus sucesores, los Padres Almeras y Jolly, y de archivero en San Lázaro. Una de sus tareas más importantes fue la de ayudar a Abelly a escribir la primera biografía de San Vicente. Fue secretario e investigador del obispo de Rodez, quien escribió que «puso en orden todos estos memorandos y los ordenó de tal manera que puedo decir con toda verdad que apenas he hecho otra cosa que transcribir lo que me dieron». De estos últimos años, sin embargo, se sabe relativamente poco en concreto. El día de Navidad de 1676, el Hermano Bertrand fue víctima de su última enfermedad. Tras sufrir una serie de hemorragias, murió el 3 de enero de 1677. Tenía sesenta y dos años y había pasado treinta y tres en la Congregación de la Misión.[2] Poco antes de su muerte, había pedido permiso al Superior General, el Padre Jolly, para realizar «el gran viaje a la eternidad». La razón era que algunos años antes el Padre Almeras, que tenía gran necesidad del Hermano Bertrand, le había dicho que no muriera antes que él sin recibir permiso. Fue enterrado en la iglesia de San Lázaro.

La tumba del Hermano Bertrand se perdió en la demolición total de la iglesia a principios de este siglo. Dejó, sin embargo, un monumento mucho mayor en los registros y las palabras de San Vicente que han sobrevivido gracias a él.

Notas:

[1] Era hermano del célebre Nicolás Fouquet, Superintendente de Finanzas de Luis XIII. Este hermano era famoso por sus manejos financieros y su engrandecimiento personal. En 1661, tras la llegada al poder de Luis XIV, éste hizo arrestar a Nicolás Fouquet, utilizando como agente a un criado llamado d’ Artagnan, original del famoso mosquetero de Dumas. Tras la caída de su hermano, François Fouquet fue desterrado de Bayona y nunca más volvió a su sede.

[2] El padre Jolly, en sus cartas a los superiores anunciando la muerte del hermano Bertrand, indica que tenía sesenta y tres años. Al parecer, seguía el estilo de San Vicente de dar la edad en el año en que se había entrado, no en el que se había terminado.

Stafford R. Poole, C.M.
Fuente: Vincentian
Heritage Journal, vol. 6, nº 2, artículo 5.

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