“¿Pueden los invitados a la boda estar tristes?”
Is 58, 1-9; Sal 50; Mt 9, 14-15.
Bárbara es una mujer de 37 años que vive obsesionada con la apariencia física.
Ella, como mujer moderna, es indiferente y hasta un tanto chocante con la religión y todo lo que, a su parecer, es pasado de moda. Una ocasión la escuché hablando de los grandes beneficios del ayuno intermitente, tanto para la salud física como para el estado mental. El ayuno como una práctica espiritual resulta poco interesante para las generaciones actuales, y quizá la culpa sea nuestra, que hemos presentado esta práctica con muy poca fortuna. Desde muy antiguo se ha valorado el ayuno como un acto de resistencia, como una práctica que nos educa en el dominio de nosotros mismos. En este sentido, ayunar nos abre a una dimensión que es muy necesaria, aquella que nos dice que en la vida hay privaciones necesarias, que no todo lo que nos gusta nos hace bien. Ayunar también de chatarra espiritual debe ser un compromiso de este camino cuaresmal.
Por otro lado, también se nos abre una invitación a descubrir que en la vida de fe no todo es privación, no todo es un “valle de lágrimas”. El evangelio es, ates que nada, una noticia de alegría que ha de recibirse como una fiesta.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Armando González Meneses C.M.
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