Hay escenas y escenas. Algunas, como una foto de un desierto reseco, tienen poco atractivo. Otras, como las ceremonias de boda, llaman la atención porque evocan recuerdos. Otras, como el monumento conmemorativo de Iwo Jima en Washington DC, pueden despertar sentimientos de orgullo por la historia de la nación y reforzar el sentimiento de ciudadanía. Escenas y escenarios vívidos cuentan historias cautivadoras que conmueven el corazón del espectador.
Para muchos creyentes, el cuadro bosquejado en el salmo 23 es el más conmovedor de todos. «El Señor es mi pastor, nada me falta». Es una escena que se ha grabado en innumerables mentes a lo largo de los siglos.
Un rebaño de ovejas ha perdido el rumbo y se ha adentrado en un desierto sin caminos, un lugar de sed y hambre, calor abrasador, ladrones, lobos y chacales errantes. ¿Qué ocurrirá con este rebaño desamparado?
Un pastor atento y sabio entra en escena. Llama la atención del rebaño y comienza a guiarlo hacia un lugar seguro, caminando con él a través de la oscura noche y permaneciendo cerca durante todo el trayecto. Los conduce desde el suelo desnudo del desierto hasta un exuberante pasto verde y los sienta junto a un riachuelo ondulante donde pueden comer y beber hasta saciarse. No sólo se disipan sus temores, sino que ellos mismos empiezan a sentir algo del valor del Pastor.
La idea aquí es situarnos imaginativamente dentro de escenas de la Biblia, especialmente ésta, y mientras estamos ahí dejar que el Espíritu de Dios empiece a hablar. Entrar en un escenario es una forma de meditación, que se basa simplemente en lo que surge en la mente y el corazón a medida que nos introducimos en el cuadro.
Alguien me enseñó una versión algo modificada de este episodio. En ella, el pastor no camina por el campo, sino que se descuelga por un precipicio y agarra a un cordero asustado que está atrapado en un saliente. Si se deja que esta representación cale hondo, se percibe con mayor nitidez hasta qué punto el pastor se entrega por aquellos a quienes quiere proteger.
Teniendo esto en cuenta, escuchemos de nuevo las palabras clásicas de esta oración consoladora.
Yahveh es mi pastor, nada me falta.
Por prados de fresca hierba me apacienta. Hacia las aguas de reposo me conduce,
y conforta mi alma; me guía por senderos de justicia, en gracia de su nombre.
Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan.
Sí, dicha y gracia me acompañarán todos los días de mi vida; mi morada será la casa de Yahveh a lo largo de los días.
Una escena no sólo para recordar, sino también para asimilar.
En una tierna carta, la Madre Seton se adentra en este paisaje:
Triunfarás, porque es Jesús quien lucha, no tú, querida mía. No, joven y tímida, débil e indecisa, la oveja no podía detener un torrente, ni soportar la tormenta, pero el tierno Pastor la toma sobre su hombro, echa su manto sobre ella, y la feliz oveja temblorosa se encuentra en casa antes de saber que su viaje estaba a medio terminar (Carta a Cecilia Seton, de 8 de agosto de 1808).
0 comentarios