Contemplación: Sólo el Padre sabe lo que es mejor

por | Mar 7, 2025 | Formación, Sociedad de San Vicente de Paúl | 0 Comentarios

Este artículo apareció originalmente en ssvpusa.org

Alguna vez has pensado: «¿Quiénes son estas personas que no paran de pedirnos ayuda? Si hubieran tomado mejores decisiones, nunca habrían necesitado ayuda». Resulta normal juzgar las cosas únicamente desde nuestra propia perspectiva y dar por sentado que nuestro camino es el correcto. Quizá lo sería si todo el mundo se hubiera enfrentado a las mismas elecciones y hubiera tenido las mismas oportunidades que nosotros, pero, por supuesto, sabemos que no es así.

También podemos caer en la tentación, cuando así pensamos, de condicionar nuestra asistencia futura, aunque sólo sea inconscientemente, a que el prójimo siga nuestros consejos. Sin embargo, se nos enseña que «no debemos apresurarnos a aconsejar», sino que debemos ser lo suficientemente humildes como para reconocer que nuestro consejo puede no ser el mejor, y que respetar la dignidad del prójimo también significa que «nunca debemos imponer nuestra voluntad a aquellos a quienes ayudamos. Hay que asegurarse de no supeditar nuestra ayuda a que realmente acepten nuestro consejo». [Vincentian Leadership-Conference President Handbook, 35]

Estamos llamados a «establecer relaciones basadas en la confianza y la amistad» con el prójimo, relaciones mutuas entre iguales, no relaciones agente-cliente o padre-hijo. Buscamos ver a Cristo en aquellos a quienes servimos y «comprenderlos como lo haríamos con un hermano o hermana» [Regla, Parte I, 1.9]. Al fin y al cabo, sólo el Padre sabe lo que es mejor.

Cristo compartía las comidas, ese tipo de reunión íntima que uno reserva para los amigos, con los pecadores, no porque se lo merecieran, sino porque eran los más necesitados. Del mismo modo, debemos recordar siempre que «estamos tratando con personas y familias que pueden estar desesperadas, que a menudo tienen historias disfuncionales y que se encuentran en un momento de sus vidas en el que una multitud de problemas les agobian. Éstas son precisamente las personas a las que la Sociedad de San Vicente de Paúl está llamada a servir aportándoles apoyo y esperanza». [Manual, 23] Llevamos esta amistad, comprensión y compasión por el prójimo en nuestros corazones, en nuestras acciones y en nuestras palabras.

«¡A Dios no le agrada que calumniemos a los pobres, a los que el Evangelio bendice, o hagamos responsables a las clases sufrientes de su miseria», nos recuerda el beato Federico, añadiendo que esto sólo sirve para que nos sintamos «exonerados de ayudar al pobre una vez que conocen sus sufrimientos!» [Artículo Las causas de la miseria, en el periódico l’Ère Nouvelle, octubre de 1848]. El prójimo, el pobre, es nuestro hermano, nuestra hermana, nuestro amigo, no nuestro cliente, amigo o prójimo en apuros. Cuando compartimos nuestros informes de visitas domiciliarias en las reuniones, debemos imaginarnos siempre al prójimo sentado en medio de nosotros, escuchando lo que decimos y, a través de nosotros, participando en el diálogo.

Como nunca podremos conocer toda la trayectoria del projimo, tampoco podremos saber si, de hecho, nosotros mismos habríamos tomado decisiones diferentes en su situación. Sólo podemos saber que, en este momento, están sufriendo, y que son para nosotros las imágenes sagradas de ese Dios al que no vemos y al que, no sabiendo amarle de otro modo, amamos en sus personas. [cf. Carta a Louis Janmot, del 13 de noviembre de 1836].

Contemplar

¿Cómo puedo mantener mi mente y mi corazón dispuestos a amar al prójimo sin juzgarlo?

Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.

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