San Vicente de Paúl y la Seguridad Social
Si por «Seguridad Social» entendemos un cierto consuelo, un cierto apoyo, en las dificultades causadas por fragilidades como la enfermedad, la vejez, el paro, o por crisis sociales como las guerras y las epidemias, podemos decir que San Vicente de Paúl también pensó en ello y así relacionarlo con la idea de algo que se acerca al concepto de Seguridad Social. No imaginemos cuotas, honorarios, descuentos o subsidios fijos o pensiones. Nada de eso. Eso fue cosa de finales del siglo XIX y principios del XX. Pero le rondaba por la cabeza la idea de estar presente y activo para ayudar a liberar de la desgracia a los que habían sido golpeados por ella, porque la miseria, tanto dentro de la ciudad de París como en las lejanas tierras de las provincias devastadas por la guerra, era acuciante. Allí, en París, todos los días se topaba con la miseria más flagrante; de las lejanas tierras de Lorena (guerra entre Francia, Austria y Prusia) llegaban horribles descripciones del verdadero infierno y desgarradoras peticiones de ayuda.
Desde París, desde la casa de San Lázaro, como si fuera un ministerio de Seguridad Social, salían barcos por el río Sena y carretas por las carreteras, a veces polvorientas y a veces embarradas, cargadas de ropa, víveres y todo lo necesario para la supervivencia de miles y miles de personas. Además de la rudeza del transporte, había que enfrentarse a los ladrones, que también eran mendigos pobres y hambrientos; pero también eran peligrosos los soldados mercenarios a los que no se pagaba el salario que se debía.
¿Y qué llevaban esos cargamentos de la casa de San Lázaro y de la «Tienda de la Caridad», una especie de almacén donde todo lo preparaban las Cofradías de la Caridad? (1) Ropa, prendas de abrigo, alimentos… Todo se encontraba muy cómodo gracias a las señoras de las Cofradías y a las religiosas de los conventos…
Llegó un momento en que el padre Vicente se dio cuenta de que el dinero se acababa y la generosidad de la gente estaba llegando a su límite. ¡Las necesidades son permanentes y la ayuda siempre puntual! Y la gente no puede alimentarse con dinero si no hay nada que comprar. Y así empezó a desarrollar una pedagogía que pretendía encaminar hacia la autosuficiencia. Al artista, además de alimentos de emergencia, le proporcionaba las herramientas de su oficio; al agricultor, si había tierra disponible, le proporcionaba azadas, arados y semillas. Y no faltan los consejos de quien tiene alguna experiencia de la infancia: «aprovecha cualquier pedazo de tierra», «remuévela bien» y «abónala, porque no sé si tendré algo que enviar el año que viene». He aquí algunos extractos de las cartas o simples notas que acompañaban a estos envíos. No me resisto a transcribir parte de una carta cuyas ideas básicas se repiten una y otra vez en otras con el mismo destino:
Le ruegan que vea en qué lugares de la Champaña y de la Picardía hay más pobres que tengan necesidad de esta ayuda; esto es, mayor necesidad. Podría recomendarles de pasada que preparasen algún trozo de tierra, que lo labrasen y ahumasen, y que le pidiesen a Dios que les envíe alguna semilla para sembrar allí y, sin prometerles nada, darles esperanzas de que Dios proveerá. Se querría igualmente que todos los pobres que carecen de tierras se ganasen la vida, tanto hombres como mujeres, dándoles a los hombres algún instrumento para trabajar, y a las muchachas y mujeres ruecas y estopa y lana para hilar, y esto solamente a los más pobres. En estos momentos en que va a llegar la paz, cada uno encontrará donde ocuparse y, como los soldados no les quitarán lo que tengan, podrán ir reuniendo algo y recuperándose poco a poco. (2)
Muchas personas se refugiaban en la ciudad de París; huyendo de los horrores de la guerra, se enfrentaban ahora a los horrores de la falta de trabajo y el hambre. Se calcula que había unos 40.000 mendigos. Un comerciante ofreció al padre Vicente de Paúl la importante suma de 100.000 libras. Decidió poner en práctica una idea que iba cobrando cada vez más fuerza y cierta forma: crear un hogar provisional con capacidad para 40 usuarios (20 hombres y 20 mujeres), al que podrían acudir todos los artesanos que hubieran ejercido una profesión y a los que la guerra hubiera arrojado a la miseria. Pensó el proyecto, lo esbozó, pero confió su realización a Luisa de Marillac, su mano derecha en el servicio a los más pobres y cofundadora de la Compañía de las Hijas de la Caridad.
Como se trataba de una obra sin precedentes al servicio de los pobres, se esforzó por que todo saliera bien. En una breve nota al padre Vicente de Paúl, Luisa le decía que sólo quedaban dos plazas por cubrir, que las señoras de la Cofradía habían hecho ropa nueva para todos, y le pedía que viniera al día siguiente para inaugurarla.
En esta casa desempeñarían su antigua profesión y el producto de su trabajo se utilizaría para sus gastos personales (por ejemplo, se decía que podía ser para su copa de vino), inspirándoles cierta seguridad para el futuro. Y la idea fue tan bien acogida que despertó el entusiasmo de las diversas asociaciones caritativas de la ciudad de París, que querían hacer algo grande: el llamado «Hotel Dieu». Pero como era tan grande, el poder político se apoderó de la idea y se encargó de hacerla realidad, utilizando para ello a las fuerzas del orden. Por supuesto, no funcionó. Una idea tan hermosa no cumplió su objetivo.
De estas y otras muchas iniciativas del P. Vicente de Paúl, que sería prolijo seguir citando, destacan algunas ideas, novedosas para su tiempo y que siguen abriéndose camino:
- La caridad cristiana y el apoyo social no pueden reducirse al mero asistencialismo. Es una cuestión de dignidad. También forma parte de la caridad cristiana despertar la creatividad de las personas, ya sean ancianas o desempleadas, preservar y desarrollar su capacidad productiva; hacerlas agentes de su propio desarrollo y de la lucha contra la situación en que se encuentran, y acompañarlas.
- Desde el punto de vista cristiano, quienes se comprometen en esa labor son la expresión de la Providencia de Dios: «que pidan a Dios… y sin prometer nada, pueden dejar la esperanza de que Dios les escuchará». Dios sólo actuará si hay alguien que sea expresión viva de su preocupación y ayude así a «rehacer» y «reconstruir» la vida con dignidad.
- La necesidad de organización es evidente, al igual que la de un estudio serio de quiénes son los necesitados. La asistencia no puede ser aleatoria, obedeciendo a la ley del «que se salve quien pueda»: «Así pues, convendrá que le escriba usted los nombres de esas pobres gentes, a fin de que cuando llegue la hora de hacer la distribución se les pueda dar esa limosna, y no para otras personas que quizás puedan prescindir de ella. Pues bien, para distinguirlos bien, habría que verlos en sus casas, para conocer de cerca a los más necesitados y a los que no lo son tanto.». (3)
- La vida cristiana siempre se ha desarrollado y, para ser auténtica, debe seguir desarrollándose en torno a estos tres pilares que tienen a Cristo como piedra angular: la profundización de la fe, en la evangelización; la celebración, en la liturgia; y la concreción, en la práctica de la caridad. Así lo entendió San Vicente de Paúl, inspirando no sólo las obras de Caridad Cristiana, sino también otras obras sociales que se han desarrollado a lo largo de los últimos cuatro siglos.
P. José Alves, CM
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(1) Las Cofradías de la Caridad, primera fundación de Vicente en 1617, consistían en grupos organizados de beneficencia parroquial.
(2) Carta a Jean Parre, de 9 de agosto de 1659, en SVP ES VIII, 66.
(3) Carta a Jean Parre, de 21 de julio de 1657, en SVP ES V, 348.
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