Si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la devolverán?
Sir 5, 1-10; Sal 1; Mc 9, 41-50.
Jesús nos enseña una gran verdad: El amor es la sal de la vida. Si no tengo amor nada soy, así lo decía san Pablo escribiendo a los cristianos de la comunidad de Corinto (1Cor 15). Hoy estas palabras continúan teniendo para nosotros una total actualidad, porque en definitiva de qué sirve hacer grandes cosas si no damos sentido a la cosa más pequeña que hacemos. De qué sirve hablar mucho y dar grandes discursos si en el fondo no sé ofrecer un taco a quien tiene hambre, o hacer una caricia a quien se siente solo o enfermo.
Decía el Papa: Pensemos por un momento en las madres y preguntémonos dónde está su grandeza. No está, sin duda, en no haberse equivocado o en haber sido las mejores sino en el amor y la delicadeza que tuvieron con nosotros en los más pequeños detalles. En esa caricia o en esa sonrisa que necesitábamos. En ese consejo o en esa palabra sencilla que nos llegó a lo más profundo del corazón.
Lo importante no es lo que hacemos, sino cómo lo hacemos. La grandeza de nuestras acciones está en poner ese grano de sal que es el amor, ese es el que le da sabor y valor a cada una de nuestras acciones. Puede ser que sean sencillas, pero hechas con amor se vuelven grandes a los ojos de Dios.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Sor Carolina Flores, H.C.
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