Si alguna vez hemos añorado una escena del paraíso, un lugar de descanso donde todo confluye, el salmo 23 nos lo describe. El pastor me guía a través de desiertos hasta verdes praderas, me sienta junto a aguas tranquilas, me llena de valor, rebosa mi copa y me rodea de bondad y amabilidad.
Y esto es precisamente lo que Jesús propone a sus apóstoles en el capítulo 6 de Marcos, justo después de que hayan vuelto penosamente de sus viajes por los caminos predicando su Buena Nueva.
La cariñosa invitación de Jesús: « Venid vosotros a un lugar tranquilo y descansad un rato». A punto de subir a la barca, Jesús les propone un escenario seductor de verdes praderas y aguas tranquilas en el que todos podrían acomodarse y relajarse.
Pero, ¿qué ocurre? Cuando se acercan a la orilla prometida, una multitud numerosa y ruidosa espera y clama por su ayuda y atención. Y Jesús, compadecido, comienza a socorrerlos.
¿Y no es éste un escenario reconocible para un siervo de los pobres inspirado por Vicente? Justo a punto de tomarte un descanso, llega alguien y te pide ayuda, buscando atención justo en el mismo lugar en el que pensabas descansar. El paraíso perfecto se transforma en paraíso interrumpido.
¿Qué hace el Señor Jesús? Enseguida empieza a ayudar, a hacer lo necesario. Pastorea una vez más, retrasa su plan de sentarse y relajarse. ¿Y no es esto bastante reconocible en la experiencia de un miembro de la Familia Vicenciana? Una necesidad que supera un respiro planificado.
He aquí un retrato evangélico para cuando surge alguna urgencia que anula mis propios planes de dar un paso atrás y descansar. Es una escena fascinante para un seguidor de Vicente: Jesús cansado y sus discípulos decaídos bajan de su barca y retrasan su propio descanso porque otros reclaman su atención en el aquí y ahora.
O en las propias palabras de Vicente, pronunciadas hacia el final de su vida: «tenemos que redoblar nuestros pasos y nuestros ejercicios ordinarios en ciertas ocasiones cuando lo requiere el servicio de Dios, ya que entonces tampoco Dios deja de redoblar los ánimos y las fuerzas» (SVP ES VII, 163).
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