Los miembros de la Familia Vicenciana nos hemos acostumbrado a utilizar términos como Abogacía, Aporofobia, Sinhogarismo, Colaboración, Cambio Sistémico, etc., para describir bien situaciones que nos encontramos en nuestras obras, bien acciones que llevamos a cabo. Para profundizar en el significado y la comprensión de estos conceptos desde nuestro carisma hemos creado esta serie de posts, a modo de un «Diccionario Vicenciano», con el objetivo ofrecer cada semana un desarrollo de cada uno de ellos desde una perspectiva social, moral, cristiana y vicenciana. Inspirado en el carisma de San Vicente de Paúl, profundizaremos en su comprensión y reflexionaremos sobre el servicio, la justicia social y el amor al prójimo. Al final de cada artículo encontrarás algunas preguntas para la reflexión personal o el diálogo en grupo.
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2. Una perspectiva moral: Fronteras, movilidad humana y perspectivas éticas en un mundo globalizado
El concepto de «migrante» se ha convertido en una de las cuestiones más polémicas y complejas del debate mundial contemporáneo. A medida que el mundo se vuelve más interconectado por la globalización, el movimiento de personas a través de las fronteras ha crecido exponencialmente, impulsado por una serie de diversos motivos, como la desigualdad económica, la inestabilidad política, las crisis medioambientales y la búsqueda de mejores oportunidades. Ahora bien, las dimensiones éticas y morales de la migración suelen quedar eclipsadas por las preocupaciones políticas, económicas y de seguridad.
2.1. Las dimensiones morales y éticas de la migración
En la era contemporánea, el concepto de migración se ha ligado a la idea de Estado-nación y sus fronteras. El Estado-nación, como construcción política, se basa en el principio de soberanía, que contempla el derecho a controlar quién entra y sale de su territorio. Este control suele justificarse por motivos de seguridad, estabilidad económica y protección cultural. Sin embargo, desde una perspectiva moral y ética, se plantea la cuestión: ¿Hasta qué punto está justificado que los Estados restrinjan la circulación de personas a través de las fronteras?
El debate ético en torno a la migración se articula a menudo en torno a la tensión entre el derecho de las personas a circular libremente y el derecho de los Estados a controlar sus fronteras. Por un lado, los defensores de fronteras abiertas sostienen que la libertad de circulación es un derecho humano fundamental, basado en la idea de que todos los seres humanos tienen el mismo valor moral y no deben ser excluidos arbitrariamente de las oportunidades en función de su lugar de nacimiento. Por otro lado, quienes abogan por controles fronterizos más estrictos sostienen que los Estados tienen derecho a proteger a sus ciudadanos y mantener la cohesión social, lo que puede exigir limitar la inmigración.
2.2. Ética de fronteras y soberanía
La legitimidad moral de las fronteras es una cuestión central en el debate sobre la migración. En su ensayo «On the Morality of Immigration» (Sobre la moralidad de la inmigración), Mathias Risse sostiene que la Tierra pertenece a la humanidad en su conjunto, y que esta propiedad compartida tiene implicaciones para nuestra forma de concebir las fronteras y la inmigración. Risse sugiere que los Estados sólo están justificados para excluir a otros de su territorio si hacen un uso proporcionado de los recursos que controlan. Si un Estado infrautiliza sus recursos, tiene la obligación moral de permitir más inmigración. Esta perspectiva cuestiona la visión tradicional de la soberanía, que asume que los Estados tienen un derecho absoluto a controlar sus fronteras.
El argumento de Risse se basa en la idea de «propiedad igualitaria», según la cual todos los seres humanos tienen el mismo derecho a los recursos naturales de la Tierra. Esta perspectiva no es nueva; hunde sus raíces en la filosofía política del siglo XVII, en particular en las obras de pensadores como Hugo Grocio, John Locke y Samuel Pufendorf. Estos filósofos sostenían que la tierra había sido entregada originalmente a la humanidad en conjunto y que cualquier reivindicación de propiedad exclusiva debía estar debidamente justificada. La reinterpretación moderna que hace Risse de esta idea sugiere que los Estados tienen la obligación moral de tener en cuenta las necesidades de los pobres del mundo a la hora de elaborar políticas de inmigración.
Esta perspectiva es especialmente oportuna en el contexto de unos Estados que tienen una densidad de población relativamente baja en comparación con otros países. Así, Risse sostiene que Estados Unidos está «infrautilizando gravemente su trozo de espacio terrestre de propiedad común», y que esta infrautilización crea la obligación moral de permitir más inmigración. Desde este punto de vista, la inmigración ilegal no puede condenarse moralmente, ya que es una respuesta a la injusta exclusión de personas de recursos que pertenecen a la humanidad en su conjunto.
2.3. La ética de la migración forzosa y la protección de los refugiados
Aunque el argumento de Risse se centra en la migración voluntaria, las cuestiones éticas que rodean a la migración forzosa son aún más acuciantes. La migración forzosa, incluidos los refugiados y los desplazados internos, suele ser el resultado de conflictos, persecuciones y desastres medioambientales. El imperativo ético de proteger a los refugiados hunde sus raíces en el principio de humanidad, que sostiene que todos los seres humanos tienen el mismo valor moral y merecen protección frente a todo daño.
En su ensayo «Borders and Duties to the Displaced» (Fronteras y deberes para con los desplazados), el jesuita David Hollenbach sostiene que el sistema internacional de protección de los refugiados se ve seriamente afectado por los elevados niveles de migración forzada que se registran en la actualidad. Hollenbach se basa en tradiciones éticas, tanto seculares como religiosas, para argumentar que las fronteras nacionales tienen peso moral, pero que las graves violaciones de los derechos de los desplazados pueden acarrear obligaciones más apremiantes que los deberes para con los conciudadanos. Sugiere que la comunidad internacional tiene la obligación moral de acudir en ayuda de los desplazados, sobre todo cuando sus propios gobiernos no pueden o no quieren protegerlos.
El argumento de Hollenbach se basa en los principios de la doctrina de la guerra justa, que distingue entre el uso moralmente legítimo e ilegítimo de la fuerza. Sostiene que el uso de la fuerza que provoca desplazamientos masivos, como los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad, es moralmente inadmisible. La comunidad internacional tiene el deber de prevenir tales violaciones y de hacer que los responsables rindan cuentas. Este deber no sólo se extiende a la prevención de los desplazamientos, sino también a la prestación de asistencia a los desplazados.
El imperativo ético de proteger a los refugiados también se refleja en el principio de la Responsabilidad de Proteger (R2P), aprobado por las Naciones Unidas en 2005. La R2P sostiene que la comunidad internacional tiene la responsabilidad de proteger a las poblaciones del genocidio, los crímenes de guerra, la limpieza étnica y los crímenes contra la humanidad. Sus detractores sostienen que la R2P se ha utilizado como pretexto para intervenciones militares, mientras que sus partidarios sostienen que es una herramienta necesaria para proteger a las poblaciones vulnerables.
2.4. La ética de las políticas migratorias: Equilibrio entre derechos y responsabilidades
El debate ético sobre las políticas migratorias se centra a menudo en la tensión entre los derechos de los migrantes y las responsabilidades de los Estados. Por un lado, los migrantes tienen derecho a procurarse una vida mejor, libre de persecución y pobreza. Por otro, los Estados tienen la responsabilidad de proteger los intereses de sus ciudadanos, lo que puede suponer limitar la inmigración para mantener la cohesión social y la estabilidad económica.
Una de las cuestiones éticas clave en este debate es si los Estados tienen derecho a excluir a los inmigrantes. En su ensayo «Debating the Ethics of Immigration: Is There a Right to Exclude?» ( Debate sobre la ética de la inmigración: ¿Existe el derecho de exclusión?), Christopher Heath Wellman sostiene que los Estados sí tienen derecho a controlar sus fronteras, pero que este derecho no es absoluto. Wellman sugiere que los Estados tienen un derecho prima facie a impedir la entrada de inmigrantes, pero que este derecho puede ser invalidado en los casos en que la exclusión cause un daño significativo a los inmigrantes. Por ejemplo, si las políticas de inmigración de un Estado provocan la muerte o graves sufrimientos a los potenciales inmigrantes, el derecho del Estado a excluirlos puede verse anulado por el derecho de los inmigrantes a la vida y la seguridad.
El argumento de Wellman se basa en la idea de los «deberes asociativos», según la cual los individuos tienen obligaciones específicas hacia aquellos con los que comparten una relación particular, como los conciudadanos. Sin embargo, también reconoce que estas obligaciones no son absolutas y deben ponderarse con los derechos de los no ciudadanos. Esta perspectiva sugiere que, si bien los Estados tienen derecho a controlar sus fronteras, también tienen la obligación moral de considerar el impacto de sus políticas de inmigración en los migrantes potenciales.
2.5. La ética de la integración y la cohesión social
Otra cuestión ética importante que se plantea en el debate sobre la migración es la de la integración y la cohesión social. Cuando los migrantes se establecen en nuevos países, a menudo deben afrontar desafíos para integrarse en sus nuevas sociedades. Estos retos pueden referirse a la discriminación, las barreras lingüísticas y las diferencias culturales. Desde una perspectiva ética, se plantea la siguiente pregunta: ¿Qué responsabilidades tienen las sociedades de acogida a la hora de facilitar la integración de los inmigrantes?
El imperativo ético de promover la integración se basa en el principio de igualdad, según el cual todas las personas deben ser tratadas con el mismo respeto y dignidad. Este principio sugiere que las sociedades de acogida tienen la responsabilidad de garantizar que los inmigrantes no sean discriminados y tengan acceso a las mismas oportunidades que los ciudadanos. Esto puede suponer proporcionar clases de idiomas, formación laboral y otras formas de asistencia para que los inmigrantes se integren en sus nuevas sociedades.
Sin embargo, la cuestión de la integración también plantea complejos problemas éticos. Por ejemplo, ¿hasta qué punto se debe exigir a los migrantes que se asimilen a la cultura del país de acogida? Mientras algunos sostienen que la asimilación es necesaria para la cohesión social, otros sostienen que es importante respetar las identidades culturales de los migrantes y promover una sociedad multicultural. Este debate es especialmente pertinente en Europa, donde la afluencia de migrantes de orígenes culturales diversos ha provocado tensiones sobre cuestiones como la libertad religiosa, la igualdad de género y la identidad nacional.
2.6. La ética de la migración por motivos climáticos
Una de las cuestiones éticas más acuciantes en el debate sobre la migración es la cuestión de la migración climática. A medida que el cambio climático provoque la subida del nivel del mar, fenómenos meteorológicos extremos y otras catástrofes medioambientales, se prevé que millones de personas se vean desplazadas de sus hogares. El imperativo ético de abordar la migración climática se basa en el principio de justicia, según el cual hay que proteger a los más vulnerables a los efectos del cambio climático.
Los desafíos éticos de la migración climática son especialmente complejos porque abarcan cuestiones de justicia global. El cambio climático es un problema mundial, causado por las emisiones acumuladas de gases de efecto invernadero de países de todo el mundo. Sin embargo, los efectos del cambio climático no se distribuyen uniformemente; los países más vulnerables al cambio climático son a menudo los que menos han contribuido al problema. Esto plantea la cuestión de la responsabilidad: ¿Qué obligaciones tienen los países ricos e industrializados con los desplazados por el cambio climático?
Un posible marco ético para abordar la migración climática es el principio de «responsabilidades comunes pero diferenciadas», establecido en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). Este principio sostiene que todos los países tienen la responsabilidad de hacer frente al cambio climático, pero que los países ricos e industrializados tienen una mayor responsabilidad debido a su contribución histórica al problema. Este principio podría extenderse a la migración climática, sugiriendo que los países ricos tienen la obligación moral de prestar asistencia a los desplazados por el cambio climático.
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En última instancia, el debate ético sobre la migración nos insta a replantearnos nuestros planteamientos sobre las fronteras, la soberanía y nuestras responsabilidades mutuas. En un momento en que el mundo sigue lidiando con los retos de la migración, es esencial que abordemos estas cuestiones con el compromiso de defender la justicia, la igualdad y la dignidad inherente a todos los seres humanos. Sólo así podremos crear un mundo más justo y equitativo para todos.
3. Una perspectiva cristiana: Una respuesta moral y pastoral a la migración
La Iglesia católica lleva mucho tiempo insistiendo en la importancia de la compasión, la dignidad y la justicia a la hora de afrontar los retos de la migración y acoger al forastero. Arraigada en las enseñanzas de Cristo, la posición de la Iglesia sobre la migración no es simplemente un conjunto de directrices, sino un profundo reflejo de su compromiso por defender la dignidad humana, promover la solidaridad y actuar como brújula moral en un mundo en constante cambio. El compromiso de la Iglesia con la migración comprende aspectos teológicos, pastorales y sociales, y hace hincapié en la necesidad de dar respuestas humanas y justas a los movimientos migratorios.
3.1. Fundamentos teológicos de la doctrina de la Iglesia sobre las migraciones
La posición de la Iglesia católica respecto a las migraciones está profundamente arraigada en las Escrituras y en la tradición. En la Biblia, el imperativo de acoger al extranjero es un tema recurrente. En el Antiguo Testamento, Dios ordena a los israelitas que muestren compasión hacia los forasteros: «Trataréis al forastero que resida con vosotros igual que a los nativos nacidos entre vosotros; amaréis al forastero como a vosotros mismos, porque también vosotros fuisteis forasteros en la tierra de Egipto» (Levítico 19,34). Este mandato pone de manifiesto la justicia y la misericordia de Dios, subrayando la experiencia compartida de la emigración y la obligación de atender a los necesitados.
En el Nuevo Testamento, el mismo Jesucristo personifica la experiencia de un migrante. Desde la huida de su familia a Egipto para escapar del rey Herodes (Mateo 2,13-15) hasta su ministerio, que a menudo consistía en la predicación itinerante, la vida de Cristo pone de relieve la vulnerabilidad y la dignidad del migrante. En la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10,25-37), Jesús nos enseña que el amor y la compasión trascienden las fronteras nacionales y étnicas, llamando a los creyentes a ayudar a los necesitados independientemente de su origen.
Los Padres de la Iglesia y la posterior elaboración teológica han reforzado este mensaje. San Agustín y Santo Tomás de Aquino subrayaron la universalidad de la dignidad humana y la obligación moral de ayudar a los desplazados. El Magisterio se ha hecho eco continuamente de estas enseñanzas, que constituyen la piedra angular de la Doctrina Social de la Iglesia.
La Iglesia también se inspira en las enseñanzas de encíclicas y documentos papales que abordan las consecuencias sociales de la migración. La Rerum Novarum del Papa León XIII sentó las bases de la doctrina social católica moderna, poniendo de relieve los derechos de los trabajadores y la importancia de la justicia social. Más recientemente, el Papa Francisco ha hecho de la migración un tema central de su papado, instando a los fieles a construir puentes en lugar de muros. Su exhortación apostólica Evangelii Gaudium y la encíclica Fratelli Tutti apelan a la solidaridad mundial y a la protección de los vulnerables, incluidos los migrantes.
3.2. Principios clave de la Doctrina Social de la Iglesia sobre la migración
El tratamiento de la migración por la Iglesia se rige por varios principios clave de la Doctrina Social de la Iglesia:
- La dignidad de la persona humana: Todo individuo, independientemente de su estatus legal, posee la dignidad inherente de hijo de Dios. La Iglesia aboga por políticas y prácticas que respeten y defiendan esta dignidad.
- Solidaridad: El principio de solidaridad exige un compromiso con el bien común y el reconocimiento de la interrelación de todas las personas. Se anima a los católicos a no ver a los migrantes como amenazas, sino como hermanos y hermanas.
- Subsidiariedad: Aunque los gobiernos nacionales tienen derecho a regular la migración en pro del bien común, sus políticas deben guiarse por la justicia y el respeto de los derechos humanos. Las decisiones deben tomarse al nivel apropiado para garantizar respuestas eficaces y compasivas.
- La opción preferencial por los pobres y vulnerables: Los migrantes y refugiados se encuentran a menudo en situaciones precarias. La Iglesia insiste en la necesidad de priorizar su protección y bienestar.
- El destino universal de los bienes: Los recursos del mundo tienen como fin el beneficio de toda la humanidad. Las políticas migratorias deben reflejar este principio promoviendo el acceso equitativo a las oportunidades y los recursos.
- El derecho a emigrar y el derecho a permanecer: La Iglesia defiende el derecho de las personas a emigrar en busca de una vida mejor y el derecho a permanecer en su patria con dignidad y seguridad. Es esencial abordar las causas profundas de la migración forzada, como la pobreza, los conflictos y la degradación medioambiental.
3.3. Respuestas pastorales y prácticas
Además de las orientaciones teológicas y morales, la Iglesia católica ha elaborado respuestas pastorales de amplio alcance a las necesidades de los emigrantes y refugiados. Parroquias, diócesis y organizaciones religiosas de todo el mundo prestan servicios esenciales como alojamiento, alimentación, asistencia jurídica y educación a los desplazados.
El Vaticano, a través del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes y otros organismos, ha publicado numerosos documentos que abordan la migración. Uno de los más significativos es Erga Migrantes Caritas Christi (El amor de Cristo hacia los emigrantes), que expone la atención pastoral de la Iglesia a los emigrantes y subraya la importancia de la integración y el intercambio cultural.
Las conferencias episcopales locales y nacionales también han desempeñado un papel fundamental en la abogacía por políticas migratorias humanas y en la asistencia directa a los inmigrantes. Organizaciones como Catholic Relief Services (CRS) y Caritas Internationalis operan en todo el mundo en apoyo de las poblaciones desplazadas, ofreciendo tanto ayuda inmediata como programas de desarrollo sostenible.
En muchas regiones, organizaciones caritativas católicas y grupos de voluntarios han establecido albergues y centros de recursos para prestar asistencia inmediata a migrantes y refugiados. Estas iniciativas se complementan a menudo con programas de asistencia jurídica que ayudan a los migrantes a desenvolverse en los complejos sistemas de inmigración y a garantizar sus derechos.
3.4. El papel de la familia y la comunidad
La Iglesia reconoce a la familia como la célula fundamental de la sociedad y subraya la importancia de mantener a las familias unidas durante los procesos migratorios. Una separación como consecuencia de la migración puede causar importantes problemas emocionales y sociales. Por ello, la Iglesia aboga por políticas que den prioridad a la reunificación familiar y apoyen la estabilidad familiar.
Las comunidades también están llamadas a desempeñar un papel vital en la acogida e integración de los migrantes. Se insta a las parroquias a fomentar entornos integradores en los que los recién llegados se sientan valorados y apoyados. Esto conlleva a menudo ofrecer clases de idiomas, formación laboral y programas de orientación cultural.
Los sacerdotes y los líderes laicos suelen estar al frente de estas iniciativas, trabajando para crear espacios de culto y confraternización que acojan la diversidad cultural. Al fomentar la comprensión y el respeto mutuo, las parroquias pueden convertirse en modelos de integración y solidaridad.
3.5. Retos éticos e imperativos morales
La compleja naturaleza de la migración plantea numerosos retos éticos. Cuestiones como la trata de seres humanos, la explotación y la xenofobia exigen claridad moral y una acción decidida. La Iglesia condena cualquier forma de deshumanización o maltrato de los migrantes y pide un esfuerzo colectivo para combatir estas injusticias.
Una de las cuestiones más controvertidas es la tensión entre la soberanía nacional y los derechos de los migrantes. La Iglesia reconoce el derecho legítimo de los Estados a controlar sus fronteras y garantizar la seguridad nacional. Sin embargo, este derecho debe equilibrarse con la obligación moral de proteger y ayudar a quienes escapan de la violencia, la persecución o la pobreza extrema. La Iglesia insta a los gobiernos a adoptar políticas migratorias integrales y compasivas que aborden las causas profundas y promuevan vías seguras y legales para la migración.
La Iglesia también subraya la importancia de abordar las causas profundas de la migración. La pobreza, los conflictos, la degradación medioambiental y la falta de oportunidades obligan a menudo a las personas a abandonar sus hogares. Al defender el desarrollo, la consolidación de la paz y la protección del medio ambiente, la Iglesia trata de crear las condiciones para que las personas puedan prosperar en sus propias comunidades.
3.6. Dimensión espiritual de la acogida al forastero
Acoger al extranjero no es sólo un deber social y moral, sino también un acto espiritual. La Iglesia enseña que, al acoger a los migrantes, los creyentes se encuentran con Cristo mismo. Como dice Jesús en el Evangelio de Mateo: «Porque era forastero y me acogisteis» (Mateo 25,35). Este pasaje subraya el profundo significado espiritual de la hospitalidad y la solidaridad.
La Iglesia anima a los fieles a considerar la migración como una oportunidad para la evangelización y el crecimiento espiritual. Al acoger la diversidad cultural y fomentar la unidad, las comunidades pueden dar testimonio de la universalidad de la fe católica y del poder transformador del amor de Dios.
La liturgia y los sacramentos desempeñan un papel esencial en el fomento de esta dimensión espiritual. Las Eucaristías específicas para los emigrantes, las celebraciones multilingües y las oraciones por la paz y la justicia ponen de relieve el compromiso de la Iglesia en favor de un mundo más inclusivo y compasivo.
3.7. Abogacía y compromiso global
La Iglesia católica participa activamente en la defensa de políticas migratorias justas a nivel local, nacional e internacional. El Vaticano participa regularmente en foros internacionales, como las Naciones Unidas, para defender los derechos de los migrantes y los refugiados.
El Papa Francisco ha sido un firme defensor de la protección de los migrantes, instando a los líderes mundiales a adoptar políticas integrales y compasivas. Sus visitas a campos de migrantes y sus declaraciones públicas han atraído la atención mundial sobre la difícil situación de las personas desplazadas.
Las organizaciones católicas colaboran a menudo con otros grupos religiosos y laicos para promover la defensa de los derechos de los migrantes. Estas alianzas trabajan para influir en las políticas públicas, sensibilizar a la opinión pública y movilizar recursos para apoyar a los migrantes y refugiados.
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Las enseñanzas de la Iglesia Católica en materia de migración son un testimonio de su inquebrantable compromiso con la dignidad humana, la solidaridad y la justicia. Fundamentada en las Escrituras y enriquecida por siglos de reflexión teológica, la postura de la Iglesia ofrece un marco moral y espiritual para abordar los retos de la migración de una manera compasiva y justa.
A través de sus actividades pastorales, su defensa y su compromiso con las comunidades, la Iglesia sigue siendo un signo de esperanza para los migrantes y los refugiados. Al defender los principios de la Doctrina Social de la Iglesia y hacer suya la vocación de acoger al forastero, la Iglesia no sólo cumple su misión, sino que también inspira un mundo más compasivo, comprensivo y pacífico.
El enfoque global de la Iglesia sirve para recordar que la migración no es meramente una cuestión política o económica, sino profundamente humana y espiritual. Al fomentar una cultura del encuentro y la solidaridad, la Iglesia católica invita a todas las personas de buena voluntad a participar en la construcción de un mundo en el que cada persona pueda vivir con dignidad, seguridad y esperanza.
(Continuará la semana que viene…)
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