“Por lo que has dicho, el demonio ha salido de tu hija”

Gén 2,18-25; Sal 127; Mc 7, 24-30.

Una mujer se postra ante Jesús y de rodillas le dice: Señor, ¡socórreme! (era extranjera). La primera reacción de Jesús es inesperada. La mujer lo escucha, pero no acepta las explicaciones que le da sobre su quehacer en Israel. No acepta la exclusión por los motivos que sean: étnicos, políticos, religiosos, de sexo, etc.

Ante las insistencia y seguridad de aquella mujer, Jesús se manifiesta en toda su humildad y grandeza: Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas. La mujer tiene razón. De nada sirven otras explicaciones. Lo primero es aliviar el sufrimiento. Su petición coincide con la voluntad de Dios (te invito a leer este mismo hecho en Mt 15, 21-28).

Jesús no es propiedad de los que profesamos la fe en Él. Su amor y su fuerza sanadora son para todos. Es un error encerrarnos en nuestros grupos y comunidades, apartando, excluyendo o condenando a quienes no son de los nuestros. Sólo cumplimos la voluntad del Padre cuando vivimos abiertos a todo ser humano que sufre y gime pidiendo compasión.

¿Qué hacemos los católicos de hoy ante los gritos de tantas mujeres solas, marginadas, maltratadas y olvidadas incluso por la Iglesia?

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Sor Carolina Flores, H.C.