Pronto te darás cuenta lo pesado que es llevar la Caridad. Mucho más que cargar con el jarro de sopa y con la cesta llena… Pero, conservarás tu dulzura y tu sonrisa. No consiste todo en distribuir la sopa y el pan. Eso, los ricos pueden hacerlo. Tú eres la insignificante Sierva de los Pobres, la Hija de la Caridad, siempre sonriente y de buen humor. Ellos son tus amos, amos terriblemente susceptibles y exigentes, ya lo verás. Por tanto, ¡cuánto más repugnantes sean y más sucios estén, cuanto más injustos y groseros sean, tanto más deberás darles tu amor!… Sólo por tu amor, por tu amor únicamente, te perdonarán los pobres el pan que tú les das.
Como sabemos, no es una cita de san Vicente. Procede del guión de Jean Anouilh para la película de 1947 «Monsieur Vincent». Ciertamente, los artistas son capaces de captar parte de la esencia del carácter de un personaje histórico. El compositor estadounidense James Primosch creó una letra con el mismo pensamiento:
It is not enough to give bread.
Love must be your calling.
Then will the poor forgive us the bread that we give them.No basta con dar pan.
El amor debe ser tu vocación.
Entonces los pobres nos perdonarán el pan que les damos.
A este respecto, la película es más un «evangelio» que una historia. A continuación, reproducimos en famvin la excelente valoración de Michael Wolfe sobre la película:
La reforma católica en el Grand Siècle: Monsieur Vincent (1947)
Michael Wolfe
Universidad St. John’s (Nueva York, EE.UU.)
En mi puesto de trabajo en una universidad católica y vicenciana, me encuentro casi a diario con la imperecedera impronta de Vicente de Paúl. Como uno de los primeros modernistas, también sé que ninguna persona personificó mejor que él el nuevo activismo católico, más comprometido socialmente, de la Francia del siglo XVII[1]. Junto con Luisa de Marillac, Vicente introdujo cambios radicales en la forma en que la Iglesia, el Estado borbónico y la aristocracia abordaban la enorme pobreza y el sufrimiento que afligían a tantos hombres, mujeres y, especialmente, niños durante este «siglo en crisis»[2]. Por su santa labor, la Iglesia canonizó a Vicente en 1737 y a Luisa mucho más tarde, en 1934. La capacidad de Vicente para movilizar recursos y organizar obras de caridad católicas a una escala institucional sin precedentes, empezando por el seminario y el hospital de San Lázaro, constituyó un momento decisivo en el desarrollo de la Iglesia católica moderna y, con el tiempo, del Estado del bienestar francés.
Lionsgate/StudioCanal ha publicado recientemente un DVD remasterizado digitalmente del premiado biopic original de 1947 sobre Vicente de Paúl. Dirigida por Maurice Cloche, Monsieur Vincent ganó el Premio Especial de la Academia, precursor del Premio a la Mejor Película Extranjera, en los Premios de la Academia de Hollywood de 1948, en gran parte gracias a la soberbia interpretación de Paul Fresnay, que da vida a Vicente. Magníficamente rodada por Claude Renoir, más conocido por su fotografía en La gran ilusión (1937), en la que también participó Fresnay, y con guión del célebre dramaturgo Jean Anouilh, Monsieur Vincent ofrece un mensaje redentor de amor cristiano y reconciliación al público francés pocos años después de los traumas de la Ocupación y la Liberación. De hecho, mientras veía la película, pensaba en el momento concreto de Monsieur Vincent en la Francia de la posguerra, y relataré algunas de esas reflexiones en esta reseña.
En vez de contar la historia de Vicente desde el principio, la película arranca casi a mitad de su vida, en 1617, cuando abandona el servicio de su mecenas, Felipe Manuel de Gondi, para convertirse en coadjutor de Châtillon-les-Dombes, en Bresse. Las alusiones en la película a los orígenes campesinos de Vicente en Gascuña, donde nació en 1580 (o tal vez en 1576), y a sus experiencias previas como esclavo en manos de piratas berberiscos, y luego como limosnero de la reina Margarita de Valois y de Madame de Gondi, ayudan a explicar tanto su compromiso con los pobres desafortunados como su influencia en la alta sociedad parisina[3]. Cloche y Anouilh muestran, en un orden cronológico poco preciso, la evolución de la misión de Vicente, que consiste en hacer que los demás reconozcan la humanidad y la dignidad de los pobres y manifiesten hacia ellos amor en lugar de desprecio, atendiendo tanto sus necesidades materiales como espirituales. La película enmarca este principio de forma muy eficaz en la escena inicial, cuando Vicente llega a Châtillon y encuentra la iglesia parroquial abandonada y a los habitantes escondidos en sus casas por miedo a la peste. Mientras los aldeanos le lanzan piedras y le injurian, Vicente descubre y entierra al cadáver de una mujer y salva a su hija hambrienta. Sus actos desinteresados de caridad y su predicación devuelven la fe a los aldeanos, tanto ricos como pobres. En el Châtillon real, sin embargo, el problema no era la peste, sino los protestantes. Es comprensible que los cineastas decidieran evitar presentar una situación histórica que podría servir únicamente como doloroso recordatorio de las fatídicas divisiones de finales de la Tercera República y los años posteriores de Vichy. De hecho, los conflictos religiosos que asolaban la Francia del siglo XVII —la minoría hugonote, el auge de los dévots [un fuerte grupo de presión que desempeñó un papel decisivo en la reforma del catolicismo] y del jansenismo, las disputas con Roma y los jesuitas— apenas tienen cabida en la película, más allá de una referencia pasajera al Consejo de Conciencia, un poderoso órgano asesor de la corona para asuntos religiosos del que formó parte Vicente de Paúl en la década de 1640.
Después de la primera escena, la película presenta un compendio de escenas emblemáticas de la labor de Vicente para organizar lo que, con el tiempo, se convertiría en la Congregación de la Misión, las Damas de la Caridad y, finalmente, las Hijas de la Caridad[4]. De estos tres grupos, los sacerdotes que ayudó a formar en la Congregación de la Misión y que asumieron el liderazgo local de su movimiento, primero en Francia y luego en el extranjero, prácticamente no reciben mención alguna. Sólo aparece otro clérigo, el abate Portal (interpretado por Jean Carmet), que sirve como representante de las legiones de sacerdotes que ayudaron a hacer realidad la visión de Vicente. La película también infravalora la perspicacia de Vicente para los negocios y añade un falso dramatismo cuando recibe el aviso de que se ha retrasado en el pago del alquiler en San Lázaro y se enfrenta al desahucio. Si hay un talento práctico que Vicente tenía en abundancia, era la capacidad de recaudar dinero, aunque, hay que reconocerlo, a menudo decía que nunca tenía suficiente para todos sus ambiciosos planes. Vicente era, de hecho, una especie de Steve Jobs (sin la arrogancia) para las organizaciones benéficas católicas de su época, un hombre que trabajaba en red sin descanso, no la solitaria figura heroica que lucha contra viento y marea que se presenta en la película[5].
Las dos instituciones femeninas reciben mucha más atención, empezando por las Damas de la Caridad dirigidas por Luisa de Marillac, interpretada por Yvonne Gaudeau, una destacada actriz de teatro de la Comédie-Française. Aunque la película destaca la importancia de estas mujeres aristocráticas en la financiación de las fundaciones benéficas que creó Vicente, exagera sus supuestos prejuicios de clase y su frivolidad femenina. De hecho, en una conmovedora escena hacia el final de la película se ve a Vicente acunando a un niño expósito en sus brazos mientras Luisa y otras Damas de la Caridad retroceden con repugnancia ante este «fruto del pecado». En realidad, aunque pertenecía a una de las familias más poderosas de Francia, Luisa de Marillac nació fuera del matrimonio. Además, las Damas de la Caridad asumieron plenamente la organización y financiación de hospitales de niños expósitos, que atenderían a unos 4.000 infantes. La película también atribuye a Vicente la creación de las Hijas de la Caridad en una escena en la que una campesina, recién llegada a París, le pregunta si puede ayudarle en su labor. Una vez más, fue Luisa quien, reconociendo las limitaciones de tiempo y la falta de experiencia práctica entre las Damas de la Caridad, acogió a jóvenes campesinas que tenían la energía y la capacidad para ocuparse de las operaciones cotidianas de las diversas instituciones benéficas. No pude evitar pensar en lo que Simone de Beauvoir podría haber pensado sobre el papel disminuido de Louise de Marillac en Monsieur Vincent, sobre todo porque su Le deuxième sexe apareció apenas dos años después de su estreno[6]. Desde entonces, los estudiosos han reconocido el papel histórico y central que desempeñaron las mujeres en la beneficencia y las labores asistenciales en Francia [7].
Dicho esto, Monsieur Vincent trata con bastante eficacia las cuestiones de clase y de poder. En una escena, el cardenal Richelieu, interpretado por Aimé Clairond, convoca a Vicente para comunicarle que ha sido nombrado capellán de las galeras reales por el rey[8]. Richelieu deja claro que, aunque sus motivos para servir al rey difieren del deseo de Vicente de servir a Dios, al final eran bastante compatibles. En la película falta la relación más significativa que Vicente tuvo con la reina Ana de Austria y con el otro cardenal, Mazarino, que le despreciaba. Del mismo modo, el alegato de Vicente a la aristocracia para que asumiera la causa de la caridad y abrazara la humanidad de los pobres, aunque sólo fue adoptado por unos pocos, marcó una revolución en las actitudes que resuena hasta nuestros días. Sin embargo, Vicente —tanto en la película como en la vida real— se abstuvo de cuestionar las causas sociales de la pobreza, a excepción de la guerra, y optó en su lugar, de forma bastante pragmática, por trabajar a través de las jerarquías establecidas en su mundo. Al final, el alivio del sufrimiento físico y la identificación con los pobres sirvieron principalmente para salvar almas, como deja claro la película.
Merece la pena ver Monsieur Vincent y se presta fácilmente a debates en el aula tanto por lo que retrata sobre el verdadero Vicente de Paúl, que en su mayor parte acierta, como por sus diversos anacronismos. La brillante interpretación de Paul Fresnay destaca junto con el talentoso reparto, y se combina con los sólidos valores de producción de la película para crear un retrato convincente, aunque algo forzado, de un hombre que abrió el camino a la controvertida y dolorosa transformación del catolicismo tras la conmoción de la Reforma.
Maurice Cloche, director, Monsieur Vincent (1947), 111 minutos, blanco y negro, Edition et Diffusion Cinématographiques [E.D.I.C], Office Familial de Documentaire Artistique [O.F.D.A.], Union Générale Cinématographique [U.G.C.], Lionsgate/StudioCanal.
Notas:
- Para una excelente introducción a este tema, véase Church, Society, and Religious Change in France, 1580-1730, de Joseph Bergin (New Haven, Conn.: Yale University Press, 2009).
- Eric Hobsbawn desarrolló esta tesis en varios artículos que reveladoramente aparecieron pocos años después del estreno de la película. Véase su « The General Crisis of the European Economy in the 17th Century: I», Past & Present, no. 5 (mayo de 1954), 33 – 53; y « The Crisis of the 17th Century: II», nº 6 (noviembre de 1954), 44 – 65. Reeditado como «The Crisis of the Seventeenth Century», en Trevor Aston, ed., Crisis in Europe, 1560 – 1660: Essays from Past and Present (Londres: Routledge & Kegan Paul, 1965), pp. 5 – 58.
- Vincent de Paul, the Trailblazer, de Bernard Pujo, traducido por Gertrud Graubart Champe, (Notre Dame, Ind.: Notre Dame University Press, 2003), publicado originalmente en París por Albin Michel en 1998, ofrece un relato muy ameno de la vida y la época de Vicente. Otras obras anteriores son Louis Abelly, Vie du vénérable serviteur de Dieu Vincent de Paul instituteur et premier superieur général de la Congrégation de la Mission (París: F. Lambert, 1668) y Pierre Coste, Le grand saint du grand siècle. Monsieur Vincent (París: Desclée de Brouwer et cie, 1934).
- Barbara Diefendorf, From Penitence to Charity: Pious Women and the Catholic Reformation in Paris (Nueva York: Oxford University Press, 2004); Susan E. Dinan, Women and Poor Relief in Seventeenth-Century France: The Early History of the Daughters of Charity (Woodbridge: Ashgate, 2006); y Elizabeth Rapley, The Dévotes: Women and Church in Seventeenth-Century France (Buffalo, N.Y.: McGill-Queen’s University Press, 1990).
- John C. Bowes, «St. Vincent de Paul and Business Ethics», Journal of Business Ethics 17(1998):1663-1667.
- Criada en un hogar estrictamente católico, Beauvoir renunció más tarde a sus creencias, pero no a su fascinación intelectual por la teología. Véase en particular Joseph Mahon, Simone De Beauvoir and Her Catholicism: An Essay on Her Ethical and Religious Meditations (Spiddal, Irlanda: Arlen House, 2007).
- Véase Colin Jones, The Charitable Impulse: Hospitals and Nursing in Ancien Régime and Revolutionary France (Nueva York: Routledge, 1989); Catherine Duprat, Usage et pratiques de la philanthropie, pauvreté, action sociale et lien social à Paris, au cours du premier XIXe siècle, 2 vols. (París: Comité d’histoire de la securité sociale, 1996-9); Evelyne Lejeune-Resnick, Femmes et associations (1830-1880), vraies démocrates ou dames patronnesses? (París: Publisud, 1991); Jean-Noël Luc,L’Invention du jeune enfant au XIXe siècle, de la salle d’asile a l’école maternelle (París: Belin, 1997); y Evelyne Diebolt, Les Femmes dans l’action sanitaire, sociale et culturelle, 1901-2001: Les Associations face aux institutions. Prefacios de Michelle Perrot y Emile Poulat (París: Femmes et Associations, 2001).
- Gillian Weiss, Cautivos y corsarios: France and Slavery in the Early Modern Mediterranean (Palo Alto, Cal.: Stanford University Press, 2011).
Fuente: Fiction and Film for French Historians: A Cultural Bulletin.
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