El primer deber de los cristianos es el de no espantarse y, el segundo, el de no espantar a los demás. Al contrario, [es] tranquilizar a los espíritus perturbados, haciéndoles considerar la presente crisis como una tormenta que no puede durar mucho. La Providencia está ahí y no se ha visto jamás que haya dejado prolongarse, más allá de algunos meses, esas sacudidas financieras que perturban el orden material de las sociedades. No nos preocupemos demasiado por el día siguiente y no nos digamos «¿qué comeremos y con qué vestiremos?». Tengamos valor, busquemos la justicia de Dios y el bien de la patria, y el resto se nos dará por añadidura.
Carta a su hermano sacerdote, Alphonse Ozanam,
6 de marzo de 1848.
Comentario:
La actualidad de este texto es indudable. Lo mismo que en tiempos de Federico (y ya ha transcurrido más de siglo y medio) nuestra sociedad actual pasa por un turbulento periodo de crisis, inestabilidad, violencia y guerras que nos desalientan. No hay día en el que no aparezca, en los periódicos e informativos, alguna noticia odiosa al respecto.
El contexto de esta carta es el siguiente: Federico está preocupado por los problemas[1] surgidos de la joven Revolución industrial, que afectó, muy particularmente, al proletariado, sector marginal de la sociedad. Con visión de futuro, se planteó la necesidad de repensar los conceptos del trabajo, salarios, horarios de las jornadas de trabajo, asociacionismo obrero, etc…
Podríamos caer en el peligro de ver a Ozanam como un programador de ideas sin más. Pero no: buscó soluciones concretas, humanas y cristianas en favor de los oprimidos, los obreros y, en general, todos los empobrecidos.
Federico nos dice a los cristianos que nuestros deberes, ante estas situaciones, son «no espantarse y no espantar a los demás»: conservar la calma propia y ayudar a los demás a que vivan la situación con esperanza, «como una tormenta que no puede durar mucho». No obstante, la esperanza cristiana de Federico no es estática o providencialista. Sabe que, para solucionar los problemas, hay que ponerse manos a la obra: «tengamos valor, busquemos la justicia de Dios»… Los vicencianos sabemos cuál es esa justicia: estar siempre del lado de los empobrecidos, de los que más están sufriendo los convulsos movimientos económicos y de poder en nuestro mundo.
Una de las cuestiones que encoje el corazón, hoy día, es el movimiento de refugiados causado por la pobreza y las interminables guerras y conflictos de nuestro tiempo. Respecto a esto, ya a finales de 2013, el mismo papa Francisco instaba a las órdenes religiosas que acogieran a los refugiados en conventos vacíos:
Los conventos vacíos no deben servir a las iglesias para ser transformados en hoteles para ganar dinero. Los conventos no son nuestros, son para la carne de Cristo que representan los refugiados. […] Ciertamente, esto no es algo simple, se necesitan criterios, responsabilidad pero también coraje. Hacemos mucho [por los refugiados] pero quizá estamos llamados a hacer más. […] La caridad que deja al pobre en la misma situación no es suficiente, […] no basta con dar un sándwich. […] La verdadera misericordia exige justicia, quiere que los pobres encuentren el camino para ya no serlo[2].
Ante esta y tantas otras necesidades no cubiertas de los pobres de hoy día, los cristianos tenemos el deber, además de actuar contra las miserias, de alzar la voz y ofrecer una palabra de esperanza a los damnificados, denunciando también a los poderosos que han provocado esta inaceptable situación, por acción u omisión, en las interminables luchas por el poder y la riqueza, que son contrarias al mensaje evangélico. Los vicencianos tenemos la oportunidad de hacer «efectivo el evangelio»[3] —como lo hicieron Vicente de Paúl, Luisa de Marillac, Federico Ozanam y tantos otros— estando al lado y de parte de esta inmensa población que vive abandonada.
Hoy podemos tomarlos como modelo y seguir su ejemplo, teniendo en cuenta, como ellos lo hicieron, la situación histórica del momento que nos ha tocado vivir, distinto al suyo, pero con una amplia plataforma para poder gastarnos y desgastarnos en favor de la construcción del Reino de Dios.
Sugerencias para la reflexión personal y el diálogo en grupo:
- ¿Cuál es nuestra actitud personal ante las situaciones de necesidad provocadas por la crisis actual?
- La Familia Vicenciana, a nivel mundial, acostumbra a hacer, de vez en cuando, declaraciones conjuntas sobre problemas específicos. Dichas declaraciones se publican en la página web http://famvin.org y en diversas redes sociales. ¿Cómo podríamos comunicar en nuestro entorno local la posición de nuestra Familia?
Notas:
[1] Lo que entonces se conocía genéricamente como la «cuestión social», esto es, las consecuencias laborales, sociales e ideológicas producidas por la Revolución industrial. Los cambios que esta supuso respecto a los métodos de producción trajeron consigo, también, profundas alteraciones en la vida en sociedad. Antes de la Revolución industrial la economía era, en esencia, rural y se basaba en la agricultura, la ganadería, el comercio y la producción manual. No obstante, su llegada trajo consigo una progresiva transformación hacia una economía urbana, industrializada y mecanizada.
[2] Palabras del papa Francisco durante una visita a un centro de acogida de la capital de Italia, el 10 de septiembre de 2013.
[3] Cf. SVP ES XI-3, conferencia del 6 de diciembre de 1658.
Javier F. Chento
@javierchento
JavierChento
Gracias mil, Javier, por todo lo que haces por los pobres y por la formación de los que trabajan por los pobres. Siga Dios haciendo prósperas tus obras.
Que prospere Dios también los trabajos de los demás, los cuales, al igual que tú, han hecho suyos «el pesar y el dolor» de san Vicente de Paúl, —entre ellos el Papa Francisco (véase https://cruxnow.com/vatican/2020/09/pope-to-visit-assisi-in-october-to-sign-new-encyclical/)—, no obstante las contrariedades que ocasiona el bien que ellos hacen.