“Un reino dividido internamente no puede sostenerse”
Heb 9, 15. 24-28; Sal 97; Mc 3, 22-30.
«Decían que Jesús tenía dentro un espíritu inmundo” y que, por eso, podía expulsar a los demonios. No hay nada de lógica en este argumento, y Jesús se lo hace ver:
¿Cómo puede el mal combatirse a sí mismo? ¡Qué bueno sería! ¡En un momento estaría derrotado, aniquilado! No, el mal busca mentir, engañar, dividir; busca acabar con lo luminoso, con lo verdadero, con lo noble y justo y digno. Lo que yo hago, en cambio, es dar luz y futuro a la vida de los hombres esclavizados por el mal, liberarlos de cadenas que les impiden caminar y construir sus vidas; los hago confiar en sí mismos, sentirse amados, valiosos y dignos. Yo doy vida, el mal ofrece solo muerte.
Un reino dividido va a la ruina, un reino unificado se consolida. Por ello, la esencia del Reino de Dios está en el amor, la comunión y la solidaridad. Es claro que, en toda división, conflicto o guerra, anda el demonio metido. Es también claro que “donde hay amor, ahí está Dios”, en todo intento de conciliar, pacificar, perdonar, dialogar entre los hombres, ahí está, sin duda, aleteando, el Espíritu Santo.
Señor, que seamos constructores de unidad, siempre y en todas partes.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Silviano Calderón Soltero, C.M.
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