A principios de año hemos celebrado la fiesta de la Epifanía. La palabra en sí significa «manifestación», una puesta de relieve, sacar a la luz lo que estaba oculto en el secreto. Pero es una forma abstracta de describirla. Hace poco vi algo que me hizo comprender mejor su significado.
Era una fotografía familiar, una foto de computadora de una familia que conozco, compuesta por tres generaciones y tomada el día después de Navidad, todos vestidos con sus mejores galas. No fue la ropa lo que me llamó la atención, sino la expresión de sus rostros radiantes. Todos mostraban alegría, y no sólo en sus sonrisas, sino en todo su porte de pie, juntos, con la felicidad reflejada en los ojos de todos.
En términos de Epifanía, era una manifestación de lo que estaba ocurriendo en su interior. Salía a la superficie una actitud interior que siempre había estado ahí, una «manifestación» de amor familiar mutuo.
¿Y acaso no se puso de manifiesto algo de esta revelación en los diversos acontecimientos que rodearon el nacimiento del Niño Jesús? La Virgen esperando un hijo, Isabel sintiendo que el niño se agitaba en su interior. Y las estrellas en el cielo indicando una cierta dirección a estos tres sabios viajeros, una dirección no muy clara, pero orientadora.
Esta noción de epifanía, una muestra de algo sagrado que surge de lo interior, nos dirige a cada uno de nosotros sobre nuestras diferentes epifanías de lo sagrado. Las veces en las que hemos visto surgir bondad en las acciones de alguna persona, como esa mujer que hace algo completamente desinteresado para ayudar a otra, o ese hombre que, bajo presión, dice valientemente la verdad. O en nosotros mismos, al pasear por la orilla del mar en un perfecto día de verano, sintiendo cómo brota la belleza de la naturaleza, casi desapercibida, y cómo surge en nosotros un «gracias Dios». O, quizá lo más sorprendente, el día en que te diste cuenta de que alguien te quiere.
Todas ellas son epifanías, situaciones de la vida en las que la bondad de Dios, casi siempre oculta, irrumpe de un modo u otro. Acontecimientos que revelan algo oculto y de repente dejan entrever lo sagrado, como la alegría, la felicidad y la confianza que brillaban en los rostros de aquella familia.
La fiesta de la Epifanía es una fiesta de «manifestación», una celebración de la presencia de Dios que se revela en medio de la vida. Es una celebración en la que nos damos cuenta de la cercanía del Espíritu Santo de Dios en los acontecimientos que nos rodean.
La Epifanía nos invita a abrir los ojos y el corazón a la Bondad de Dios, que resplandece en tantos lugares en el transcurso de los años.
En la regla que escribió para sus sacerdotes y hermanos, Vicente aborda el amanecer del amor divino en las relaciones humanas.
El que tiene este afecto y este cariño al prójimo, ¿podrá hablar mal de él? […] Si tiene estos sentimientos en el corazón, ¿podrá ver a su hermano y a su amigo sin demostrarle su amor? De la abundancia del corazón habla la boca; de ordinario, las acciones exteriores son un testimonio de lo interior; los que tienen verdadera caridad por dentro, la demuestran por fuera.
SVP ES XI-4, 556. Sobre la Caridad (Reglas comunes, cap. 2, art. 12), conferencia del 30 de mayo de 1659.
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