En ocasiones, durante nuestras visitas a domicilio, sentimos el impulso de dar al prójimo un plan o una lista de tareas para mejorar su bienestar material. Puede resultar frustrante que no sigan nuestros consejos, e incluso podemos sentir como si nuestra ayuda debiera condicionarse a que los sigan. No debería ser así, y no sólo porque deberíamos tener la humildad de admitir que nuestros consejos pueden estar del todo equivocados.
Como explica el Manual del Presidente de Conferencia, «no debemos apresurarnos a aconsejar», sino ofrecer consejo sólo cuando sea «necesario y apropiado». Pero, continúa el Manual, «nunca debemos imponer nuestra voluntad a aquellos a los que ayudamos… Asegúrate de no supeditar tu ayuda a que sigan efectivamente tu consejo» [Pres Handbook, 35].
Es útil recordarnos a nosotros mismos nuestro verdadero propósito, que es buscar nuestra propia santidad y atraer al prójimo más cerca de Cristo. Hacemos este trabajo de evangelización «a través del testimonio visible, tanto en hechos como en palabras.» [Regla, Parte I, 7.2] La ayuda material que ofrecemos está destinada, por supuesto, a aliviar necesidades reales, pero esperamos, como decía el Beato Federico, que al «asegurar la ayuda material, sea posible asegurar al mismo tiempo la mejora espiritual» [Baunard, 127].
Nuestro modelo, como en todo, es Jesucristo, que ofreció ayuda material, a menudo de forma milagrosa, y siempre incondicionalmente. Al alimentar a los cinco mil (y curar a sus enfermos) (cfr. Mt 14,14), no les pidió que se lo ganaran de ninguna manera, tan solo «se compadeció». Sus inmensos e incondicionales actos de compasión mostraban el amor de Dios por todo Su pueblo, y a menudo dedicaba tiempo a explicar exactamente este aspecto, como cuando curó al hombre con la mano seca (cfr. Mt 12,13), que ni siquiera había pedido ser curado, o al paralítico (cfr. Mc 2,1), a quien primero perdonó sus pecados, y luego sanó, sólo para demostrar que Su facultad de perdonar era real.
De igual modo, nosotros ofrecemos nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestras posesiones y a nosotros mismos, no para conseguir la obediencia a nuestros consejos, sino para manifestar el amor de Cristo e infundir esperanza en el corazón del prójimo. Después de todo, explicaba Federico, «la ayuda material no es más que un objeto secundario de la Sociedad; la santificación de las almas es el fin principal» [Baunard, 339].
Con todo esto no queremos decir que debamos ignorar las necesidades de largo plazo, ni limitar nuestra ayuda sólo a la ofrenda que inicia nuestra relación. Como decía Federico, «la misma autoridad que nos dice que siempre habrá pobres entre nosotros es la que nos ordena hacer todo lo posible para que dejen de haberlos» [Federico Ozanam, De la limosna, artículo aparecido en el periódico l’Ère Nouvelle en diciembre de 1848]. Se nos enseña que los pobres son bienaventurados (cfr. Lc 6,20), pero sus privaciones materiales pueden separarlos de Dios con la misma facilidad con que las riquezas pueden apartar a los ricos de Dios. Jesús no nos privó de sus milagros porque no los mereciéramos. Si nuestra ayuda se ofrece con la misma compasión y amor incondicionales, también podría ser milagrosa.
Contemplar
¿Alguna vez, aunque sea inconscientemente, establezco condiciones para ofrecer mi asistencia?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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