“No vine a llamar a justos, sino a pecadores”
Heb 4, 12-16; Sal 18; Mc 2, 13-17.
Mateo era recaudador de impuestos (publicano), por lo mismo, todos lo tendrían como traidor al pueblo, impuro, despreciable. La mirada de Jesús era distinta. No miraba con prejuicios, desde la maraña de tradiciones y criterios torcidos. Su mirada era limpia y, desde ella, supo que Mateo sería un gran discípulo. Y lo llamó a formar parte de sus apóstoles.
Pienso en nuestras miradas y en nuestros criterios para valorar a las personas. A veces son como anteojos empañados por ideas y prejuicios que no nos dejan ver a las personas en su valor, en su dignidad. Nos importa cómo visten los demás, cómo hablan, dónde nacieron, a qué se dedican… Y desde estos parámetros consideramos si son dignas o no de nuestra aceptación.
¿Qué nos falta para tener esa mirada limpia de Jesús? Pienso que necesitamos los anteojos del Evangelio. Si consideramos a los demás a través de una mirada evangélica, como la de Jesús, descubriremos que cada uno es hijo de Dios, amado y cuidado por Él, digno y valioso a Sus ojos.
A nuestro mundo le falta mucho esa mirada llena de Evangelio.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Silviano Calderón Soltero, C.M.
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