“Él se compadeció, extendió la mano y lo tocó”
Heb 3, 7-14; Sal 94; Mc 1, 40-45.
Las narraciones de los milagros de Jesús siempre nos hablan de algo más que una mera curación, todas tienen detalles que nos refieren a significados más profundos.
Por ejemplo, en la narración de hoy Jesús cura a un leproso. Veo en ella dos detalles que llaman mi atención:
1– Al tener frente a sí al hombre enfermo, Jesús “se compadeció, extendió la mano y lo tocó”. El milagro nace en el corazón conmovido de Jesús, que extiende la mano y lo toca. Jesús mismo es la respuesta de un Dios conmovido por la indigencia de sus hijos, por sus sufrimientos y necesidades; Jesús mismo es “la mano” que el Padre extendió para tocarnos a todos con su amor, con su perdón, con su cercanía. En Jesús Dios toca nuestra humanidad herida y la restaura.
2– Una vez curado, el hombre “se puso a proclamar y divulgar el hecho”; se convierte en apóstol, anunciador de la vida que había recibido de Jesucristo. Ésta es la dinámica del Reino: quien es tocado por el amor de Dios no se lo puede guardar para sí, está llamado a anunciarlo y compartirlo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Silviano Calderón Soltero, C.M.
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