“Fue predicando y expulsando demonios por toda Galilea”
Heb 2, 14-18; Sal 104; Mc 1, 29-39.
El evangelio de hoy nos presenta varias escenas. Primero, la curación de la suegra de Pedro, la cual, una vez sana, se pone al servicio de los demás. Después vemos a Jesús curando y liberando a mucha gente que acudía a la casa donde estaba Jesús. Después de dormir algo (suponemos) vemos a Jesús de madrugada, en un lugar solitario, haciendo oración. Era en esos momentos, seguramente frecuentes, donde Jesús se encontraba con su Padre y recibía la fuerza y la claridad para su misión. Ahí lo encuentran los discípulos, que le piden regresar a la casa, pero Jesús no desea detenerse más y, al final, lo vemos recorriendo los pueblos de Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando demonios.
Por lo visto Jesús llevó una vida atareada, llena de encuentros y sorpresas; un ir y venir acogiendo a muchos, escuchando sus peticiones, dando su consejo, involucrándose en la vida de quienes acudían a él. Para todos tuvo tiempo, una palabra, un gesto. También lo tuvo para su Padre, para orar.
También tiene tiempo para mí. Puedo hablarle, llamarlo, y él se detendrá y se sentará conmigo para ofrecerme las riquezas de su corazón bondadoso.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Silviano Calderón Soltero, C.M.
0 comentarios