El 11 de enero celebramos la fiesta de la beata Ana María Janer Anglarill

por | Ene 10, 2025 | Formación, Santoral de la Familia Vicenciana | 0 Comentarios

La beata Ana María Janer Anglarill es una figura emblemática dentro de la tradición cristiana por su vida de servicio, entrega y caridad hacia los más necesitados. Fundadora del Instituto de Hermanas de la Sagrada Familia de Urgell, su legado trasciende las fronteras de España, alcanzando a comunidades en diversos países.

Primeros Años

Ana María Janer nació el 18 de diciembre de 1800 en Cervera, Lérida (España), en el seno de una familia profundamente cristiana. Desde muy joven, mostró una inclinación natural hacia la vida religiosa, caracterizada por su bondad y sensibilidad hacia el sufrimiento de los demás. Estos rasgos se reforzaron en un contexto histórico marcado por las guerras napoleónicas y la inestabilidad política en España, que generaron grandes necesidades sociales.

A los 18 años, Ana María ingresó en la comunidad de las Hermanas de la Caridad en el hospital de Cervera, donde dedicó sus esfuerzos al cuidado de los enfermos y desvalidos. En esta etapa, su vocación se consolidó, mostrando una excepcional capacidad organizativa y una espiritualidad arraigada en la confianza en la providencia divina.

Su Servicio Durante la Guerra

Uno de los episodios más significativos en la vida de Ana María fue su labor durante la Primera Guerra Carlista (1833-1840). En un tiempo de gran polarización política y social, Ana María se destacó por atender sin distinción a soldados de ambos bandos. Esta actitud, inspirada en el amor cristiano universal, le valió el reconocimiento de muchas personas y consolidó su reputación como una mujer de profunda caridad.

En 1836, debido a las leyes desamortizadoras que obligaron a la expulsión de las comunidades religiosas, Ana María se vio forzada a exiliarse en Toulouse, Francia. Allí continuó su labor en el Hospital de la Grave, demostrando una resiliencia y determinación notables.

Regreso a Cervera y Nuevas Fundaciones

En 1844, Ana María regresó a Cervera, retomando su servicio en el hospital local. En 1849, asumió la dirección de la Casa de la Caridad, donde extendió su labor al cuidado de los ancianos, los niños huérfanos y los marginados. Su visión la llevó a fundar en 1856 la Congregación del Sagrado Corazón y la Asociación de Hijas de María, iniciativas orientadas a la formación espiritual y académica de las jóvenes.

En 1859, respondiendo a la solicitud del obispo de Urgell, José Caixal y Estradé, fundó el Instituto de Hermanas de la Sagrada Familia de Urgell. Este instituto se enfocó en la atención de hospitales y escuelas, particularmente en las zonas rurales de los Pirineos. Bajo su liderazgo, la congregación creció y se expandió a diversas localidades.

Espiritualidad de Ana María Janer

La espiritualidad de Ana María Janer se centró en tres pilares fundamentales: la confianza en la providencia divina, la caridad sin límites y la humildad. Su vida de oración constante la fortalecía para enfrentar los desafíos de su misión, mientras que su visión inclusiva y amorosa le permitió atender a personas de todas las condiciones.

Uno de los aspectos más destacados de su carisma fue su capacidad de ver a Cristo en los más pobres y sufrientes. Para Ana María, el servicio a los demás no era solo un acto de caridad, sino una expresión tangible de su amor a Dios.

Legado y Beatificación

Ana María Janer falleció el 11 de enero de 1885 en Talarn, Lérida, dejando un legado imborrable. Su obra, continuada por las Hermanas de la Sagrada Familia de Urgell, ha llegado a países como Argentina, Colombia, Uruguay y México, entre otros. Estas comunidades siguen su ejemplo de servicio y compromiso con los más vulnerables.

El proceso de beatificación de Ana María se inició en 1950, culminando el 8 de octubre de 2011, cuando fue proclamada beata en una ceremonia celebrada en La Seu d’Urgell. La Iglesia reconoció en ella una vida de virtud heroica y un testimonio ejemplar de fe cristiana.

La vida de la beata Ana María Janer Anglarill es un testimonio de amor, entrega y fe inquebrantable. Su espiritualidad y su legado inspiran a todos aquellos que buscan vivir una vida de servicio y dedicación al prójimo. Hoy, su obra perdura en la misión de las Hermanas de la Sagrada Familia de Urgell, recordándonos que el amor al prójimo es el camino más sublime hacia Dios.

 

«En vuestro trato, sed amables con todos, de cara a conquistarlos para Jesucristo y ganarlos para el Cielo. Cuando estéis enojadas o enfadadas no reprendáis a nadie, porque la reprensión en este acto es inútil, ni hace buen efecto, ni es causa de enmienda en ninguna persona. Sé de cierta persona, que cuando tiene motivos de estar disgustada, lo mira bien, lo considera, y entonces habla más flojito y tiernamente a los propios domésticos y a quienes le dan motivo de disgusto o enfado. Esto es hijas mías, sobreponerse, saber gobernar y ser superior a sí mismo.

Sed humildes de corazón, no sólo de palabras; ya sabéis que Jesucristo vino al mundo, para corregir y detestar la soberbia, enseñando la humildad con sus actos. No son humildes las personas que a cada paso se llaman miserables, pecadoras. Sed amantes de la santa pobreza y no busquen comodidades, ni comidas exquisitas; si os las dan, tomadlas sin temer faltar a la pobreza. Amad los desprecios, sin buscarlos ni quererlos; sino tomándolos de la forma que vengan, por amor a Jesús. Conviene repasar el corazón para ver si alimenta alguna afección desordenada, y si la encontráis, exponed sus pliegos al Padre Director espiritual, porque no avanzará en la santidad la que no lo haga así. No tengaís celos ni envidias; si alguna tiene estas pasiones, que lleve examen particular hasta verse corregida. Cada día, sin rutina y con fe ardiente, antes de acostarse, pregúntese: ¿podrías hoy, presentarte ante Dios? Cuando llega el examen de la noche siempre me pregunto si he cumplido bien con todos mis actos; si no es así, tengo una pena. Si lo he sabido ordenar bien, siento consolación y me parece que Dios está contento. Procuremos guardar la presencia de Dios que en la oración hayamos conseguido; en todo lugar y distribución, tener a Dios presente. Así, en las clases, trabajo, cocina, refectorio, recibidor; siempre, siempre, tener a Dios presente. ¡Oh, qué hermosa es la práctica de la presencia de Dios y cómo eleva todas nuestras obras!»

“Pensamientos, memorias, conversaciones íntimas” de Ana María Janer

 

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