Serviens in spe, reza el lema de la Sociedad de San Vicente de Paúl, «servir en esperanza». En nuestra sociedad contemporánea, y en nuestra naturaleza humana, tendemos a ver las cosas a corto plazo. Deseamos que haga buen tiempo el fin de semana, un aumento de sueldo o un ascenso en el trabajo, o un informe médico positivo; en resumen, esperamos que nuestros planes salgan bien. Pero estas esperanzas, incluso cuando se refieren a cosas más serias, son en realidad sólo deseos de buena fortuna; pasan rápidamente y se olvidan pronto, tanto si fructifican como si no.
La esperanza con la que estamos llamados a servir como vicentinos es la misma esperanza con la que nuestra fe nos llama a vivir como cristianos. No se trata de un sentimiento pasajero, o simplemente de una perspectiva positiva, es una de las tres Virtudes Cardinales que nos dio San Pablo (cfr. 1 Cor 13,13), quien también nos enseña que el amor (la caridad) es la mayor de ellas. En efecto, nuestra Regla nos recuerda que debemos servir al prójimo sólo por amor. El amor es el móvil de nuestras acciones. Sin embargo, al servir por amor, servimos en esperanza.
Del mismo modo que el amor por el que servimos no es un amor romántico o fraternal, sino un amor divino y oblativo, la esperanza en la que servimos no es una esperanza temporal o mundana. Esto puede ser difícil de recordar durante las batallas de nuestras propias vidas, y puede ser mucho más difícil de recordar cuando nos enfrentamos a las dificultades de nuestros vecinos, que a menudo afrontan retos mucho más serios que los nuestros. ¿Cuál es la esperanza que ofrecemos a una familia que afronta un desahucio, o a una persona sin techo cuyo coche acaba de averiarse, especialmente cuando puede que nuestra Conferencia ni siquiera tenga dinero para atender esas necesidades?
Es fácil ver que nuestras esperanzas de que haga buen tiempo el fin de semana no son tan primordiales; es mucho más difícil desestimar la esperanza de comida y cobijo como un mero deseo; sin embargo, esto es exactamente lo que Cristo nos pide que consideremos cuando dice «no te preocupes por tu vida, por lo que comerás [o beberás], ni por tu cuerpo, por lo que te pondrás» (Mt 6,25). En efecto, es la esperanza, no el dinero ni la comodidad mundana, lo que nos da la fuerza para seguir adelante y no cansarnos, para remontarnos sobre alas de águila, para caminar y no desfallecer.
Ni nuestra esperanza ni la del prójimo residen en las cosas de esta tierra, pues si ese fuera el alcance de nuestra esperanza sólo conduciría a la desesperación. Esto no significa que no trabajemos para aliviar las necesidades materiales. Al contrario, es el pequeño alivio —y a veces el grande— que ofrecemos lo que abre la puerta a la verdadera esperanza que se ofrece a todos.
Servir en esperanza no significa ignorar lo mundano, sino tener los ojos puestos en la verdadera esperanza y compartirla. Como decía el beato Federico, «este desapego del mundo no debe convertirse en desánimo ante nuestros deberes. En ello consiste todo el secreto y toda la dificultad de la vida cristiana. Debemos pensar como si fuéramos a dejar la tierra mañana, y debemos trabajar como si no fuéramos a dejarla nunca» [Baunard, 423].
Contemplar
¿Me desespero a veces cuando no conseguimos resolver todas las carencias de nuestro prójimo?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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