“Ahí está es el Cordero de Dios”
1 Jn 2, 29-3, 6; Sal 97; Jn 1, 29-34.
Juan el Bautista tenía una misión muy importante: Gritar en el desierto, advertir sobre la inminencia de la manifestación del Mesías, discernir las señales que le indicaran quién era el Esperado y, una vez identificado, señalarlo, presentarlo al mundo. Luego de cumplida la misión, Juan iría disminuyendo para que las miradas ansiosas, los oídos atentos y el corazón dispuesto se dirigieran hacia el Mesías.
El evangelio de hoy nos presenta los signos que convencieron a Juan sobre quién era el Esperado (“Aquel sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu…”) y como, una vez identificado, lo señala, lo presenta: “Ahí está el Cordero…”. La voz fuerte de Juan y la mano señalando a Jesús dieron inicio a un reordenamiento de los distintos caminos por los que el hombre buscaba la dicha, la paz, el sentido de la vida. Desde ese momento todo tendría que confluir en Jesucristo, su vida, su mensaje y su misterio; todas las miradas y todos los oídos tendrían que irse poniendo en sintonía con su rostro y con su mensaje de amor; todos los pies, cansados a veces, confundidos otras, deberían encaminarse tras las pisadas de Jesús de Nazareth.
¡Gracias, Juan! Has cumplido tu misión. Ahora nos toca a nosotros cumplir la nuestra.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Silviano Calderón Soltero, C.M.
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