Jesús, el Hijo de Dios, nacido de una mujer, es humano al igual que nosotros. Y nacer de nuevo y ser divinos al igual que él, esto lo quiere para nosotros.
Veneramos, sí, a Santa María, Madre de Dios. Pero no hemos de restar ni añadir a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador (LG 62). Es decir, hay que evitar toda «mariolatría». Y si sustituimos a Cristo por María. Si esperamos la salvación, el perdón y la redención de ella, no de su Hijo. Nos tocará, entonces, nacer de nuevo, por así decirlo.
Y nacer de nuevo al respecto quiere decir reconocer lo que cuenta más. Y cuenta más el creer ella la palabra del Señor que el ser ella la madre de Jesús. Pues, como lo dice san Ambrosio, por creer, ella concibe y da a luz al Verbo de Dios.
Pero el santo se hace eco solo del relato de Lucas. Leemos que la madre y los hermanos de Jesús son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Y que estos son más dichosos que la madre cuyo vientre llevó a Jesús y de cuyos pechos mamó él.
Sí, más feliz es María por tener por centro de sus preocupaciones y ansias a la Palabra de Dios. Se puede decir, pues, que no la molesta que la Iglesia se fije más en su Hijo que en ella. Que incluso su título de Deípara tiene que ver menos con ser Madre de Dios ella. Y más con ser divino y humano a la vez su Hijo.
Ni se molesta ella que aún le quede mucho que aprender. Es por eso que no deja de conservar todas estas cosas y de meditarlas en su corazón. Reconoce humilde que puede aprender aun de los demás pobres y sencillos como lo son los pastores.
Así se nos presenta ella. Y sus verdaderos devotos imitan sus virtudes (LG 67).
Señor Jesús, nosotros, al nacer de nuevo, nos hicimos hijos e hijas adoptivos de Dios. Haz que, así como te hiciste humano al igual que nosotros, así también nos hagamos divinos al igual que tú. Y ayúdanos a cumplir con todo lo que se nos exija como hijos e hijas adoptivos. Bendícenos. Y concédenos la convicción de que todo lo que nos pasa es por una razón que tienes (SV.ES VII:249). Enséñanos también a conservar las cosas y meditarlas en nuestro corazón. A escucharte y preguntarte una y otra vez qué harías si estuviéras en nuestro lugar (SV.ES XI:240). Y danos fuerza para cumplir lo que nos das a conocer, fieles a la alianza de circumcisión del corazón. Hasta entregar nuestros cuerpos y derramar nuestra sangre.
1 Enero 2024
María, Madre de Dios
Núm 6, 22-27. 12-14; Gál 4, 4-7; Lc 2, 16-21
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