Y nosotros, mi querido amigo, ¿no haremos nada para parecernos a esos santos que amamos? ¿Nos contentaremos con gemir por la esterilidad del tiempo presente, cuando cada uno de nosotros lleva en el corazón un germen de santidad que el simple querer bastaría para hacer florecer? Si no sabemos amar a Dios como ellos lo amaban, no hay duda de que merecemos un reproche; tal vez nuestra debilidad pueda encontrar una sombra de excusa, pues parecería que para amar hay que ver, y a Dios solo lo vemos con los ojos de la fe, y nuestra fe ¡es tan débil! Pero a los hombres, a los pobres, los vemos con los ojos de la carne, están ahí, y podemos meter el dedo y la mano en sus llagas, y las huellas de la corona de espinas son visibles en sus frentes; aquí ya no cabe incredulidad, y deberíamos caer a sus pies y decirles con el Apóstol: «Tu es Dominus et Deus meus»: vosotros sois nuestros amos y nosotros seremos vuestros servidores, vosotros sois para nosotros las imágenes sagradas de ese Dios al que no vemos, y, no sabiendo amarle de otro modo, lo [amaremos] en vuestras personas. […]
La cuestión que divide a los hombres hoy en día no es ya una cuestión de formas políticas, es una cuestión social, es saber quién ganará, si el Espíritu de Egoísmo o el Espíritu de Sacrificio; si la sociedad será solo una gran explotación en provecho de los más fuertes o una consagración de cada uno al bien de todos y, sobre todo, a la protección de los débiles. Hay muchos hombres que poseen demasiado y quieren más todavía; hay otros muchos más que no tienen bastante, que no tienen nada y que quieren tomarlo si no se les da. Entre ambas clases de hombres se prepara una lucha y esta lucha amenaza ser terrible; por un lado, el poder del oro; por el otro, el poder de la desesperación. Entre esos bandos enemigos deberíamos precipitarnos, si no para impedir, al menos para amortiguar el golpe. Nuestra edad de jóvenes, nuestra condición social media nos hacen más fácil ese papel de mediadores que nuestro título de cristianos nos hace obligatorio. He ahí una posible utilidad de nuestra sociedad de San Vicente de Paúl.
Federico Ozanam, carta a Louis Janmot, del 13 de noviembre de 1836
Reflexión:
- Nos encontramos ante un texto fundamental de Federico Ozanam. Poco más de tres años después de fundarse la primera cofradía de la Caridad, gérmen de la Sociedad de San Vicente de Paúl, esta se extiende y comienza a atraer a muchos jóvenes franceses, preocupados por la situación de abandono de los pobres y las clases deprimidas. La sociedad francesa vive tiempos convulsos.
- Es importante hacer notar que Federico escribe esto con 23 años. Acaba de doctorarse en Derecho y ha regresado a Lyon para estar cerca de su madre, gravemente enferma. Intenta labrarse un futuro profesional como profesor en la cátedra de Derecho de Lyon, aún por crear. Aunque no le fascine esta profesión, se ve obligado a hacerlo para poder estar cerca y atender a su madre. Sigue siendo, por lo tanto, una persona sin un futuro personal ni profesional definido. Sus palabras surgen en un tiempo personal de incertidumbre y búsqueda vocacional y, sin embargo, no pueden ser más rotundas y claras: es un creyente que tiene muy claro lo que Dios está pidiendo, a él, a la Sociedad de San Vicente de Paúl y también a la Iglesia de su tiempo.
- En varias ocasiones he visto mal traducida la primera parte de este texto. Cuando Federico dice «Tu est Dominus et Deus meus» no está elevando su voz para reconocer la soberanía y majestad de Dios, sino dirigiéndola a los pobres («Vosotros sois nuestros amos y señores»), para reconocer en ellos el rostro sufriente de Jesucristo, como también san Vicente de Paúl dijo a las Hijas de la Caridad: «Los pobres son nuestros amos; son nuestros reyes; hay que obedecerles; y no es una exageración llamarles de ese modo, ya que Nuestro Señor está en los pobres» (SVP, IX, 1137). Es claro que Federico bebió de las fuentes de san Vicente para definir su recorrido vital como cristiano, haciendo suyas las mismas expresiones de nuestro fundador. La frase «Tu est Dominus et Deus meus» aparece en boca del apóstol Santo Tomás, en Juan 20, 19-31; el pasaje nos suena: Jesús resucitado pidiendo al incrédulo Tomás que meta sus dedos en las llagas y que sea creyente y no incrédulo.
Cuestiones para el diálogo:
- Te invito a llevar a tu reflexión y oración todo el texto. Merece la pena saborearlo y meditarlo con tranquilidad.
- «La cuestión que divide a los hombres hoy en día [..] es una cuestión social […]; si la sociedad será solo una gran explotación en provecho de los más fuertes o una consagración de cada uno al bien de todos y, sobre todo, a la protección de los débiles». ¿Es aplicable a nuestros días? ¿En qué sentido? ¿Qué papel hemos de jugar los cristianos? ¿Y los vicencianos? ¿En dónde están nuestras prioridades?
- ¿Es nuestra mirada de fe, como la de Federico? ¿Reconocemos, en las heridas y sufrimientos de los pobres, los mismos sufrimientos que pasó Jesucristo?
- Los que seguimos a Jesucristo desde el carisma que heredamos de san Vicente de Paúl, santa Luisa de Marillac, el beato Federico Ozanam y tantos otros que nos precedieron, hemos aprendido a ver más allá de lo aparente, para descubrir la verdad que, tantas veces, se oculta detrás:
- En los pobres vemos a Jesucristo.
- En la injusticia, una oportunidad de construir el Reino de Dios.
- En las situaciones complejas que viven miles de millones de empobrecidos del mundo, actuamos para que, mediante un cambio sistémico, creemos entre todos un mundo más justo y solidario.
- En la iglesia —como dijo el Papa Francisco— “un hospital de campaña tras una batalla”.
- …
¿Que es lo que “ves” cuando “miras” a tu alrededor? ¿Qué realidades ocultan un rostro distinto, que necesita ver la luz? ¿Qué hacemos nosotros, los vicencianos, para que este cambio se produzca?
Javier F. Chento
@javierchento
JavierChento
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