“José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto”
1Jn 1, 5-22; Sal 123; Mt 2,13-18.
En Belén, a pocas horas de entrar en este mundo de hombres, Jesús iba a encontrarse a la vez con dos cosas, creo que con la mejor y la peor que tenemos en la tierra: La infancia y la violencia; por una parte, la ternura de ser niño, y por la otra, las amenazas de muerte del rey Herodes.
Podemos preguntarnos: ¿Por qué Jesús quiso ser niño? Podría haberse encarnado siendo ya adulto, no haber “perdido su tiempo” siendo solo un infante.
¡Qué bueno que Dios no nos pidió que organizáramos la venida de su Hijo al mundo! Aunque pensemos que lo podríamos haber hecho mejor. ¿Es lógico que de los treinta y tres años que estuvo en la tierra hubiera empleado la mayor parte de ellos en ser un niño, un muchacho.
Pero, Jesús sabía que los niños son lo mejor que tenemos en el mundo. La sal que hace que el mundo sea agradable. ¿Qué sería de nuestro mundo con solo adultos? Dios hace bien las cosas: Las nuevas generaciones de niños hace que aún parezca fresca y recién hecha la humanidad. ¿Qué importancia le das a esta etapa de la vida? ¿Cómo cuidas y acompañas esta etapa en los que te rodean?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: María Elena Camacho, de la Sociedad de San Vicente de Paúl
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