Revestidos del Espíritu de Jesús: un llamamiento vicenciano a la sinodalidad y al servicio
En su libro Come, Have Breakfast [Vengan a desayunar], Elizabeth A. Johnson cita a Karl Rahner y escribe: algunas palabras son como conchas marinas en las que se oye el sonido del océano del infinito, por pequeñas que sean ellas mismas. Son palabras que nos traen la luz, o evocan el misterio cegador de las cosas; palabras que brotan del corazón y abren las puertas a grandes verdades; palabras que por una especie de encantamiento producen en la persona que las escucha lo que están expresando. Creo que en nuestro vocabulario vicenciano tenemos esas palabras y aquí quisiera ver una de esas frases desde esa perspectiva: revestidos del espíritu de Jesús, evangelizador de los pobres.
Esa frase define nuestro ser y nuestra misión. Nos vestimos de una manera muy específica, a saber, con el espíritu de Jesús, el evangelizador de los pobres (no Jesús, el Buen Pastor; no Jesús como el camino, la verdad y la vida; no Jesús, el Libertador, el Sumo Sacerdote o el Revolucionario).
Estas palabras implican un principio vicenciano fundamental: la Familia Vicenciana existe por el Reino de Dios y debe hacer una opción por los pobres. Eso, a su vez, significa que los pobres son nuestros evangelizadores. Es muy fácil sentarse aquí ante mi ordenador y escribir estas palabras y, sin embargo, debo admitir que es muy difícil practicar ese principio básico de esperanza y eclesiología.
Toda la actividad de San Oscar Romero giró en torno a ese principio y aquí cito una de sus propias frases finamente cinceladas: el interlocutor natural de la Iglesia es el pueblo, no el gobierno. Con esas palabras, la tan deseada y buscada meta de la armonía entre la iglesia y los poderes de este mundo (el estado, las fuerzas armadas, las fuerzas económicas, los poderes políticos) se desvaneció en el fondo. Lo que realmente hay que desear y por lo que hay que luchar es por la armonía y la compenetración de la Iglesia con los pobres. Así, el único criterio de acción es el bien del pueblo, y punto: las masas empobrecidas. Además, ese criterio es la aplicación concreta del primer y último criterio escriturario de la actividad de Jesús, a saber, la misericordia.
Por lo tanto, si vemos a un individuo sufriente tirado en la cuneta junto al camino, ¿qué debemos hacer y con absoluta urgencia y por encima de cualquier otra consideración? ¿No debemos levantar a esa persona de esa cuneta, curar sus heridas y permanecer a su lado hasta que esté completamente bien? Además, si la víctima en la zanja es un pueblo entero, entonces el remedio, la curación debe ser estructural.
A la luz de esto, nosotros, como vicentinos, nos acercamos a los pobres… y lo hacemos para recibir de ellos, para aprender de ellos y para permitirles compartir con nosotros la Buena Nueva. Podemos ver, entonces, que los principios de una Iglesia sinodal son más importantes que nunca, porque una Iglesia de este tipo funciona según los principios de comunión, participación y misión, lo que significa que todos los miembros de la Iglesia están llamados a participar activamente en la vida de la comunidad, a escucharse unos a otros y a trabajar juntos para discernir la voluntad de Dios y cumplir la misión de la Iglesia, centrándose en la inclusividad y el diálogo respetuoso a través de diversas perspectivas; esencialmente, «caminando juntos» como Pueblo de Dios para discernir y responder a las necesidades del mundo. Que en este tiempo de Adviento renovemos nuestros esfuerzos por revestirnos del espíritu de Jesucristo, evangelizador de los pobres.
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