El beato Federico, para nosotros un modelo de santidad para los laicos, vivió plenamente su fe en todos los ámbitos de su vida. Sirvió a los pobres como miembro de la Sociedad que fundó. Creía que el tiempo pasado con los amigos era «eso hace que amemos a Dios» [Carta a su madre, de 19 de marzo de 1833]. Desempeñó «cristianamente nuestro oficio de profesores y servir a Dios sirviendo a los estudios buenos» [Carta a Foisset, de 21 de octubre de 1843]. Y expresó su opinión sobre la vocación del matrimonio diciendo: «En tu esposa amarás, ante todo, a Dios… serás su ángel custodio, ella será el tuyo». [Carta a Cournier, de 29 de octubre de 1835]. A cambio, fue bendecido con una esposa de gran santidad, que le amó, consoló y le complementó por completo.
Cuando conoció a Federico, el 13 de noviembre de 1840, Amélie Soulacroix, que tenía veinte años, ya había rechazado dos propuestas de matrimonio, en parte porque deseaba ocuparse de su hermano enfermo Théophile. Por el contrario, como escribiría más tarde a Federico, desde el momento en que conoció al joven profesor «recé por ti para que fueras mi prometido y por nuestro amor eterno ante Dios y la Santa Virgen. Desde ese momento, así te describí en mis oraciones». El sentimiento era mutuo, y se casaron sólo seis meses después.
Federico, aunque siete años mayor que ella, aún estaba asentándose en su carrera; no le ofrecía una vida acomodada y ella apenas le conocía, pero le aseguró que «no tengo miedo. Tengo fe en Dios, en mi padre, en mi madre y en ti». Más tarde recordó que «desde ese momento sentí que Dios me concedía una gran bendición, mucho más de lo que merecía.» Amélie vio y sintió la gracia especial de Dios en Federico, y sus palabras de aliento seguirían animándole en los momentos difíciles de su vida.
Gracias al estímulo y al amor de Amélie, Federico se volvió más santo. Y, aunque en aquella época las mujeres no podían ser miembros de la Sociedad, Amélie llegó a tener un corazón auténticamente vicentino y participó en sus obras. Los domingos, «iban a misa y luego a visitar a los pobres de Federico», donde distribuían tickets de comida de la Sociedad y de su propia leña. «Es muy triste —explicaba —pero nos sentimos más felices si podemos dar un poco de alivio a estos desdichados».
Como vicentinos, estamos llamados a crecer juntos en santidad. Federico creció en santidad a lo largo de su vida junto a su familia, sus amigos, sus cohermanos vicencianos y, sobre todo, junto a su esposa. Amélie fue verdaderamente la respuesta a la oración que había hecho por una futura prometida años antes de conocerse: «ruego que venga con un alma limpia, que aporte una gran virtud, que valga mucho más que yo, que me impulse hacia lo alto, que no me haga descender, que sea generosa, porque con frecuencia yo soy pusilánime, que sea fervorosa, porque yo soy tibio en las cosas de Dios…» [Carta a Curnier, de 29 de octubre de 1835].
Contemplar
¿Quiénes en mi vida me animan a ser cada vez mejor? ¿A quién animo a tener un corazón vicenciano?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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